SIN DESACUERDO NO HAY DEMOCRACIA

14-05-2021



En 1985 Chantal Mouffe y Ernesto Laclau escribían en su libro Hegemonía y Estrategia Socialista. Hacia una Radicalización de la Democracia, que “una sociedad sin antagonismos es imposible”. Si bien se trataba de una pareja de desencantados y deprimidos que vieron naufragar el barco (en el que ellos mismos navegaron) de la ensoñada sociedad sin clases a causa de las aberraciones llevadas a cabo por los conocidos genocidas de siempre, entendieron también, de inmediato, que lo que venía era el adherir a las democracias liberales capitalistas; adherir, pero sin someterse a las lógicas fundantes de un tipo de sistema que ve en el consenso el fin primero y último que faculta toda su dinámica interna y despunta hacia la externa.
Es en esta misma línea, es que sostienen que “una sociedad sin antagonismos es imposible”. ¿Cómo creer en un sistema que persigue frenéticamente el acuerdo?, ¿de qué forzada manera el conjunto de procedimientos democráticos nos obliga a bajar la mirada y asumir que el consenso es lo que rige y organiza el sistema en su totalidad? Esto no puede ser posible y no debemos permitir que sea posible. Una sociedad “sana”, densa en su tejido social, es aquella que irremediablemente entra en conflicto, que des-acuerda y que busca que la madeja política no sea simplemente desenredada por el reflejo automático de unos pocos que, simple y llanamente, se “ponen de acuerdo”. Por el contrario, se trataría de hacer emerger el “desacuerdo”, como lo señala Jacques Rancière; ese lugar donde justamente “lo” político se densifica por fuera de los márgenes institucionales y se consolida en algo así como la sociedad civil, la ciudadanía o el pueblo en un sentido genérico.
En esta dirección, igualmente, Mouffe y Laclau plantean que no puede existir algo así como la “sociedad plena”. Esto quiere decir una sociedad absoluta, volcada sobre sí misma y que, a partir del sueño liberal de estar todos de acuerdo, cierre el círculo de lo social como espacio privilegiado para el disentir o enfrentarse en un plano argumentativo radicalmente diferencial, y en el que el consenso no se entienda como un gran e histórico final feliz. Una sociedad donde estén todas y todos de acuerdo deja de ser una sociedad democrática y pasa a ser un totalitarismo. La radicalización de la democracia de la que nos hablan ambos autores es, entonces y al mismo tiempo, una radicalización de las diferencias, la estabilización de ellas en un plano de evidente disenso, sin que, por esto, sin duda y una vez los desacuerdos expresados, se pueda llegar a algo así como un punto de partida para la emergencia de una comunidad democrática.
La votación de constituyentes de este fin de semana y nuestra anhelada asamblea, nos permiten pensar un país en donde el disentir pueda ser comprendido como un proceso dialógico-ecológico, que limpie las heridas de nuestro pasado tan brutalmente anclado en la idea del consenso y, entonces, proyectar otro país. Decir “No estoy de acuerdo” es un asunto completamente político y absolutamente democrático.
Es de esperar que el Chile que viene entienda que este “No” no es la negación de la democracia, sino el punto de partida para su radicalización.

Javier Agüero Águila, académico del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/-sin-desacuerdo-no-hay-democracia | 19-04-2024 02:04:36