Aprender a pensar como Dios

12-09-2021




La Confesión de Cesarea de Filipos, va a marcar el momento central del itinerario que plantea el Evangelista Marcos, para presentar a Jesús como Mesías: el eje que articula este movimiento en el Evangelio que va a culminar con la confesión de fe del Centurión romano, en el relato de la Pasión, luego de la muerte de Jesús: Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios (Mc 15, 39b). Pedro en nombre de los apóstoles, en tierras de paganos pronuncia la confesión que ha alimentado la esperanza de Israel desde el tiempo de los profetas: Tú eres el Cristo, el Mesías.

Pedro, y todo el Evangelio ha llegado a este momento, a estas palabras, después de un recorrido que ha tenido la alegría y el entusiasmo del primer momento, del momento del encuentro, en que junto a los primeros discípulos ha sido llamado junto al Mar de Galilea a dejar las redes para ser convertido en pescador de hombres (1,17); un recorrido lleno de exaltación en el que se le ha ido revelando el Señor con poder sobre los demonios, sobre las enfermedades, sobre la furia de la naturaleza; un caminar en el que ha comenzado a sentir la responsabilidad de la misión y el ministerio, desde el momento en que de entre todos los discípulos, Jesús ha constituido -en el ejercicio soberano de su voluntad- a los Doce como Apóstoles. Ha sido éste un itinerario compuesto por largas jornadas de aprendizaje, escuchando las parábolas con las que Cristo revela velando el Misterio del Reino; un caminar contemplando cómo los signos mesiánicos anunciados por los profetas se cumplen de un modo sorprendentemente novedoso en el actuar de Jesús: en la multiplicación de los panes, el signo de la abundancia, de la fiesta pródiga en comida para los pobres; en las numerosas curaciones de las que Pedro y los demás discípulos han sido testigos, el signo de la restauración y sanación de la humanidad enferma y herida por su propio pecado; en el modo en que Jesús recorre las aldeas, es recibido y quiere revelarse también en medio de los paganos, el signo del tiempo de la paz y de la reconciliación universal; se ha tratado de un andar en el que también se ha probado el amargo vino del rechazo, de la incomprensión tozuda de los fariseos, entorpecidos sus ojos, incapacitados para alzar la mirada más allá de la estricta letra de la Ley.

La Confesión de Cesarea de Filipos, va a ser la culminación de la primera etapa del proceso de aprendizaje para Pedro, para el resto de los discípulos y también para nosotros, sin embargo será al mismo tiempo el inicio de una nueva etapa, más exigente, más ardua, más dolorosa: la etapa del despojamiento de las primeras expectativas, la etapa del despojamiento de los propios criterios y proyectos personales,, para poder así abrazar la cruz de los criterios y proyectos de Dios, para comenzar a seguir a Jesús en serio; por eso va a ser tan radical y violenta la reacción de Jesús frente a la confiada reprimenda que Pedro se siente autorizado a hacer delante y en nombre de los apóstoles a ese mismo al que un momento antes ha llamado Mesías.

Pedro luego de su confesión mesiánica se siente autorizado para reprender al Señor en relación al anuncio de los acontecimientos venideros, al primer anuncio de la Pasión; adopta de manera autoritaria y paternalista el rol de conductor de la comunidad que se subentiende desde que ha asumido su vocería; el gesto de Pedro que se revela en los verbos empleado por Marcos (Proslambanomai: tomar a alguien y llevarlo hacia delante, apartarlo del grupo, epitimaō: reprender, hacer sentir sobre alguien el peso de a propia autoridad), es un gesto de fuerza para con el Maestro y delante de la comunidad, es decirle a Jesús -y decirlo también de paso a la comunidad- que es Él quien ahora va a llevar las riendas de este asunto; el problema es que para este rol que pretende asumir el Apóstol, le falta todavía crecer más: ha sido capaz de acoger la revelación de la identidad de Jesús, pero no ha sido capaz aún de acoger la revelación del plan salvador en toda su integridad; el insondable plan de Dios sobrepasa el entendimiento del discípulo; y, sin embargo, no se puede ser verdadero discípulo sin abrazar esta lógica en toda su anchura y profundidad, sin rendirse en la lucha que nos propone el Señor cuando Él quiere.

Parece rechazar violentamente Jesús a Pedro al ver que no es capaz todavía de plegarse, de rendirse al modo de pensar de Dios, empecinándose en pensar en categorías puramente humanas; esto sería así, si el opisō mú, que sonoramente espeta Jesús en la cara del sorprendido Pedro, fuera único en este pasaje; sin embargo, un versículo más adelante, el Señor vuelve a repetir la misma expresión, y esta vez para señalar la posición que le corresponde al Discípulo, en su calidad de acólito, de seguidor del Maestro; la violencia inicial de las palabras del Señor, que tradicionalmente se han traducido por un “sal de mi vista”, se transforma en invitación, en una nueva oportunidad para Simón Pedro, que ha de comprender que en el camino de seguimiento no ha llegado aún a la meta; que en el camino del verdadero Discípulo, él recién está comenzando, que queda mucho de inclinarse bajo el áspero peso de la cruz -cualquiera sea el estado de vida desde el cual nos llama el Señor a ser discípulos- que queda mucho de empinarse por la aridez de la senda de la renuncia a las soluciones fáciles y a las ilusiones que suelen abundar en los proyectos personales propios.

Pedro ha reconocido en Jesús al Cristo, al Mesías; lo que tiene que empezar ahora a comprender es qué significa para el Señor este título, que el Apóstol ha pronunciado con fervor, pero cargado de las connotaciones, de las esperanzas, de las imágenes con las que su propia cultura lo ha acuñado y revestido.


Raúl Moris G, Pbro.

http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/aprender-a-pensar-como-dios- | 19-04-2024 01:04:03