EL ABANDONO CONFIADO EN DIOS EN MEDIO DEL SUFRIMIENTO.

12-09-2021


Los textos de hoy nos llevan una vez más a meditar sobre la paradoja de la cruz y del sufrimiento humano. El misterio del dolor humano es ¡tan difícil! de aceptar, mucho menos comprender ... Los textos bíblicos de hoy, sin embargo, pueden ayudarnos a entenderlo un poco más. Is. 50, 5-9 nos presenta el anuncio que, siglos antes, hace el Profeta Isaías de los sufrimientos de Cristo, descripciones tan reales que parece como si el Profeta hubiera estado presente en el momento mismo que se sucedieron estos acontecimientos. Importante observar la actitud de Jesús ante las torturas que le hicieron a Él: aceptación del dolor con mansedumbre y abandono confiado en la voluntad del Padre: “Yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos”. El abandono confiado en Dios Padre se nota en esta frase: “Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado”. La confianza plena en el Padre le hace sentir cierto alivio y le asegura el triunfo final, que se dará en el momento de la resurrección. Y así se cumplirá el objetivo de su sufrimiento: la salvación de la humanidad. Es fácil, entonces, sacar conclusiones que podemos aplicar en esos momentos de sufrimiento que nos llegan: mansedumbre ante el dolor, entrega confiadísima a Dios, con la seguridad del alivio y del triunfo final.
1.- Además, tener siempre en cuenta el objetivo del sufrimiento: la salvación propia y de los demás. Como bien dice San Pablo: “completo en mi cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo” (Col. 1, 24). Y es así: nuestros sufrimientos bien aceptados, imitando a Jesús sufriente y crucificado, los utiliza Dios para la salvación de la humanidad. El Evangelio (Mc. 8, 27-35) recoge uno de los pasajes más impactantes de Jesús con los Apóstoles. Iban de camino en una de sus largas correrías, cuando Jesús decide preguntarles quién dice la gente que es Él. Las respuestas sobre lo que dice la gente son evidentemente equivocadas. Pero al precisarlos un poco más, preguntándoles quién creen ellos que es, la respuesta del impetuoso Pedro no se hace esperar: “Tú eres el Mesías”. Es decir, ellos sabían que Jesús era Quien esperaba el pueblo de Israel para ser salvado, y Pedro lo declara así.
2.- El problema estaba en el concepto que tenía el pueblo de Israel del Mesías: un Mesías poderoso y triunfador. Y los apóstoles, a pesar de andar con Jesús, también querían un Mesías así. ¿Para qué? Para que los librara del dominio romano y estableciera un reino terrenal, mediante el triunfo y el poder. Pareciera como si los Apóstoles, y junto con ellos el pueblo judío, no hubieran puesto mucha atención a las clarísimas profecías de Isaías sobre el Mesías, que lo describe como el Siervo sufriente de Yahvé.Por eso Jesús tiene que corregirlos de inmediato. Cuando Pedro, pensando tal vez en ese Mesías triunfador, llama a Jesús aparte para tratar de disuadirlo de lo que acababa de anunciarles como un hecho, la respuesta del Señor resulta ¡impresionante!
3.- Nos cuenta el Evangelio que enseguida que Pedro lo reconoce como el Mesías, Jesús “se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día”. El Evangelista agrega: “Todo esto lo dijo con entera claridad”. Y lo dice para que nos demos cuenta de que Jesús sí les anunció todo lo que iba a sucederle, inclusive les anunció su resurrección. Pero ellos, obnubilados por el rechazo al patético anuncio de la pasión y muerte, no entendieron bien, ni tampoco pudieron acordarse de estas palabras tan importantes cuando se sucedieron todos los acontecimientos que el Señor les había anunciado muy claramente.
4.- La corrección que hizo el Señor de la idea equivocada del Mesías triunfador temporal, fue especialmente severa para con Pedro, pero fue para todos los discípulos, pues nos dice el texto que “Jesús se volvió y, mirando a los discípulos, reprendió a Pedro”. Le dijo sin ninguna suavidad: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”. ¡Llamó a Pedro “Satanás”! Ahora bien, tan tremenda respuesta tiene que tener algún motivo serio. San Pedro estaba siendo tentado por el Demonio y a éste Jesús le responde igual que cuando en el desierto quiso también tentarlo con el poder temporal. Por la severa respuesta de Jesús, resulta evidente que, si hemos de seguirlo, el rechazar el sufrimiento no es una opción. Todo intento de rechazo de la cruz y del sufrimiento, todo intento de buscarnos un cristianismo sin cruz y sufrimiento, es una tentación y, como vemos, no va de acuerdo con lo que Jesús continúa diciéndonos en este pasaje evangélico.
5.- Dice el texto que, luego de reprender a Pedro, se dirigió entonces a la multitud y también a los discípulos, para explicar un poco más el sentido del sufrimiento: el suyo y el nuestro. “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga”. Más claro no podía ser: el cristianismo implica renuncia y sufrimiento. Seguir a Cristo es seguirlo también en la cruz, en la cruz de cada día. Y para ahondar un poco más en el asunto, agrega una explicación adicional: “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Ahora bien ... ¿qué significa eso querer salvar nuestra vida? Significa querer aferrarnos a todo lo que consideramos que es “vida” sin realmente serlo. Es aferrarnos a lo material, a lo perecedero, a lo temporal, a lo que nos da placer, a lo que nos da poder … inclusive a lo ilícito. Si pretendemos salvar todo esto, lo vamos a perder todo. Y, como si fuera poco, perderemos la verdadera “Vida”. Pero si nos desprendemos de todas estas cosas, salvaremos nuestra Vida, la verdadera, porque obtendremos, como Cristo, el triunfo final: la resurrección y la Vida Eterna. En St. 2, 14-18 el Apóstol Santiago nos habla de que la fe sin obras es cosa muerta. Relacionando esto con el sentido del sufrimiento humano, podríamos decir que, si el cristiano no testimonia su fe en Cristo, aceptando llevar con Él su cruz, esa fe es vana. Sin embargo, más allá de esta aplicación de la carta de Santiago al sufrimiento humano, cabe aquí destacar lo trascendente y doloroso que ha sido este tema de la fe y las obras en la vida de la Iglesia. En efecto, este tema ha sido un tema muy conflictivo, a partir de la Reforma Protestante, iniciada por Lutero.
Conclusión: esta diferencia de tanto tiempo entre Católicos y Luteranos quedó saldada –al menos conceptualmente- en Noviembre de 1999, con la firma de la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación. También la firmaron los Metodistas en 2006. De este documento copiamos a continuación algunos párrafos que resultan muy esclarecedores y útiles para la vida espiritual: “En la fe juntos tenemos lay no por algún mérito nuestro, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones, capacitándonos y llamándonos a buenas obras’ (#15).
“Juntos confesamos que en lo que atañe a su salvación, el ser humano depende enteramente de la gracia redentora de Dios ... y es incapaz de volverse hacia Él en busca de redención, de merecer su justificación ante Dios o de acceder a la salvación por sus propios medios. La justificación es obra de la sola gracia de Dios.


(*) Mario A. Díaz M. es: Profesor de Religión y Filosofía. Licenciado en Educación. Egresado de la Universidad Católica del Maule

http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/el-abandono-confiado-en-dios-en-medio-del-sufrimiento | 24-04-2024 08:04:26