EL JUICIO DEL AMOR…

26-11-2023


Raúl Moris G.; Pbro.

Con esta parábola culmina la sección narrativa del Evangelio según San Mateo; antes de entrar en el relato de la Pasión del Señor y del Misterio Pascual, la última de las parábolas del Evangelista nos remite al fin de la historia, al momento en que, alzado el velo de este mundo, veamos al Señor, al mismo que se encarnó para vivir pobre entre los pobres la suerte de los excluidos, ahora en todo el esplendor de la gloria de quien es sentido y fin de todo lo creado.

En la cultura del Mediterráneo oriental la figura del pastor y el rey están asociadas desde antiguo, desde mucho antes que el pueblo de Israel comenzara su peregrinar en el valle del Jordán, el título de “Pastor de Pueblos” o “Pastor de Hombres”, es aplicado tanto en Egipto al Faraón, como en la antigua Babilonia a Hammurabi, el rey legislador; aparece también hacia el norte, entre los pueblos que van a plantar la semilla de la cultura griega, dejando su huella incluso en su poema fundacional: Agamenón, el rey de los Aqueos, es llamado en la Ilíada con este mismo título.

Dos serán las funciones que convergen en el oficio real y que encuentran cabida en el símil del pastor: la tarea de la conducción y del cuidado de las ovejas y la tarea del juicio; el pastor es quien tiene que procurar que todas las ovejas sean conducidas a buenos pastos, es quien ha de cuidar que el alimento alcance para el rebaño entero y se reparta entre las ovejas de modo equitativo, es quien ha de velar para que conserve la vida y los miembros débiles no se pierdan; pero también del pastor es el oficio de separar y seleccionar al momento de la llegada al redil, a las mansas de las hostiles, de modo de que las más frágiles puedan reparar sus fuerzas sin temor a las agresiones de los miembros más fuertes del rebaño, ovejas y carneros, corderos y cabritos no pueden descansar juntos; este es el oficio del discernimiento del pastor, la tarea del juicio.

Y es precisamente el modo en cómo nos hicimos cargo de la presencia en medio nuestro de éstos, los miembros más frágiles de la familia humana, lo que constituirá el criterio maestro del juicio del Rey-Pastor en la parábola. Porque el juicio no es presentado en la parábola –no podría serlo- como la arbitraria asignación de puestos o títulos a los juzgados, como expresión de la graciosa voluntad del Pastor, sino como el reconocimiento de parte de éste y la llamada al rebaño juzgado a hacerse parte de ese mismo proceso de rememoración y reconocimiento que convoca la vida entera de quienes ahora están en frente del Señor, en otras palabras, no hay voluntad de condenación en el justo juicio del Rey, pero lo que hicimos con los demás en este tiempo de convivencia, el bien que realizamos, el que pudiendo hacerlo, lo dejamos de realizar, la apertura que tuvimos para reconocer en los otros a un nos-otros hablará con suficiente elocuencia.

Y el Evangelio de hoy nos interpela con audacia: al final de nuestra historia el Señor nos va a juzgar, pero su juicio no será ni doctrinal, ni ideológico: no nos preguntará acerca de qué o en quién creímos, ni acerca de los valores que declaramos, no será una juicio acerca de los contenidos del catecismo, sino un juicio acerca de la calidad de nuestra humanidad, de la capacidad de compasión, que no es privativa de una sola religión, sino que es un imperativo que nos alcanza a todos los miembros de la especie, (por eso, ante el juicio del Rey-Pastor, no comparecen solo los miembros del “pueblo de Dios” Israel o la Iglesia, sino todas las naciones (ethne), la humanidad entera, incluso aquellos que no recibieron la revelación. El juicio, entonces, versará acerca de cómo nos comportamos en relación con aquellos con quienes el Señor quiso identificarse en el misterio de la Encarnación: el Señor quiso hacerse hombre para redimir al género humano en toda su extensión, y esto incluye no sólo a los mejores, sino también a los miembros frágiles, a los débiles; pero no sólo a los que por su fragilidad o por su indefensión son víctimas de la depredación de los más aptos, de los poderosos, es decir los pobres y los humildes, sino también a los victimarios y a los indeseables. He aquí el principal desafío de la parábola.

En nuestro tiempo, de sensibles estereotipos, fáciles de digerir, para calificar a los que sufren, nos enternece la figura del inocente abatido, del niño abandonado, del enfermo olvidado, del abuelo solo y postrado, porque también los pobres en una cultura del consumo pueden ser engullidos como objeto de nuestras apetencias emotivas y nuestros afectos manipulados, pero la parábola de hoy está lejos de esa sensibilidad.

Salvo los tres primeros: el hambriento, el sediento, el desnudo, que sufren la exclusión por el apremio de la injusta repartición de los bienes, -y que alguna simpatía podían despertar en el pueblo de Israel, uno de los pilares de cuya espiritualidad es la limosna- el resto de los mencionados: el enfermo, el forastero y el preso, caen dentro de la categoría de los indeseables; el enfermo, por el riesgo cierto de contagio o al menos de impureza ritual que acarrea su contacto; el forastero, por que sus costumbres, extrañas a la observancia de la Ley, pueden pervertir y contaminar al judío piadoso, notable es el salmo 144 v 8 en el cual el judío piadoso pide al Señor que lo libre del extranjero, “cuya boca dice falsedades, cuya diestra jura en falso”; el preso, por razones obvias, porque no se trata aquí de la benevolente y bien pensante ficción cinematográfica del injustamente encarcelado por pagar “un crimen que no cometió”, sino del que -culpable o no- simplemente está preso”; y es con estos excluidos e indeseables con los que se identifica Jesús, y es en ellos que nos invita a reconocer su imagen, su presencia.

Por cierto que esta presencia desafiante, se nos torna esquiva, así es la respuesta tanto de los de la derecha como los de la izquierda, ni los unos ni los otros se han dado cuenta en el momento de que cuando atendían o desatendían, que cuando mostraban su aprecio o su menosprecio a uno de los excluidos era con el propio Cristo con quien establecían una relación de acogida o de rechazo; por tanto su relación con aquellos se ha establecido bajo el signo de la gratuidad; no lo hicieron o lo dejaron de hacer, ni motivados por la esperanza de la ganancia futura ni por el temor del castigo, sino simplemente porque fueron capaces de encontrar -los unos- al prójimo en medio de los descartados de toda relación, y los otros sólo vieron delante suyo al otro, de quien conviene alejarse, de quien conviene precaverse, con el que no nos sentimos invitados a aventurarnos en la experiencia humana.

Por cierto que esta presencia se nos torna desafiante en grado sumo y porfiadamente esquiva, cuando tenemos que sacarnos de encima los siglos de razones para justificar la exclusión y comprender que no es simplemente una mirada piadosa, de dulce conmiseración la que le debemos a los pobres -siempre y cuando se porten bien y aprendan a jugar el juego de sensibilización que despierta en nosotros la lástima- sino que tenemos que aprender a mirarlos como hermanos de verdad, sujetos tan complejos como nos damos cuenta que somos nosotros mismos, y que por tanto no es un trato especial el que habrá que brindarles sino simplemente el trato humano que nace cuando, mirando a los otros, vemos -como en un espejo- multiplicado hasta el infinito el polimorfo rostro del hombre, el mismo rostro de Cristo que ha impreso sus rasgos en el nuestro; cuando hemos de aprender que la tarea de ser pastores que velan unos por otros, para que el alimento, la dignidad y la vida alcancen para todos, nos compete también a nosotros, cuando hemos de aprender que el considerarnos ovejas del rebaño de Cristo supone haber adquirido también nosotros, y prolongado en los nuestros, la mirada y los gestos del Rey Pastor.

El juicio del Rey Pastor se establece así, ni más ni menos, que sobre el ejercicio del ágape, del amor, que manifiesta y disemina en la humanidad el amor con el que Dios nos ha amado desde el comienzo, como forma de relación que encarna aquí en la tierra el querer de Dios, que simplemente ama y por amor crea, por amor se entrega, sin esperar nada, ni siquiera gratitud, ni exigir siquiera conversión de parte nuestra, que no espera ser reconocido o temido, simplemente no renuncia a difundir su naturaleza que no es más ni menos que puro amor.


http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/el-juicio-del-amor | 27-04-2024 12:04:34