EL PAN QUE ALCANZA PARA TODOS…

25-07-2021





Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud al ver los signos que hacía sanando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: “¿Dónde compraremos pan para darles de comer?”. Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: “Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan, Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: “Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero, ¿qué es esto para tanta gente?”. Jesús le respondió: “Háganlos sentar”. Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyo a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos. “Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada”. Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: “Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo.” Jesús sabiendo que quería apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez a la montaña. (Jn 6, 1-15)
Para tener en cuenta
El pan repartido en abundancia será para el pueblo de Israel desde tiempos antiguos un signo de la acción salvadora del Señor, así ocurre en el relato del Éxodo con el signo del Maná, del pan que baja de los cielos para alimentar al pueblo peregrino, así ocurre en los libros de los Reyes, en donde a los dos profetas de los tiempos finales de la monarquía, a Elías y a Eliseo, se les atribuye este signo como prueba inequívoca de su vocación profética: que han venido para anunciar, para hablar de parte del Señor y para animar la esperanza del pueblo puesta en el Dios de la redención; también será un signo para los profetas posteriores, como en Isaías, por ejemplo, en donde los tiempos del Mesías son anunciados como los tiempos de la abundancia de los frutos de la tierra, como el tiempo de la fiesta en el que el pan y el vino se reparte gratuitamente a los pobres, se sacia el hambre y todavía alcanza para los que quieran acudir.
La multiplicación del pan y los pescados efectuada por Jesús, en las inmediaciones del Mar de Galilea, se entiende desde este contexto, y desde ese anuncio profético alcanza su plena significación, a tal punto que es uno de las pocas acciones de Jesús, recordada de modo unánime, tanto en los Evangelios Sinópticos, como en San Juan.
Tres van a ser los acentos en el relato del Cuarto Evangelio, que van a marcar la diferencia con los conservados en los sinópticos, los que sin duda tuvo en cuenta el último evangelista, al momento de ordenar los recuerdos de su comunidad en torno al acontecimiento que convocó a esa multitud hambrienta de sentido, de sanación, pero también hambrienta del pan que nutre el cuerpo- y estos acentos serán, el primero: la solidaridad que brota desde el seno de la pobreza, el segundo, los títulos de Jesús que se revelan a partir de su acción, y el tercero, la radical conexión con el misterio pascual, con el pan partido y repartido del propio cuerpo de Jesús, entregado en la Eucaristía para la salvación de los que quieran formar parte de la multitud que espera en el Señor.
La solidaridad que brota desde el seno de la pobreza: la acción de Jesús brota de su preocupación por la muchedumbre que lo sigue; Él sabe que tiene hambre de escuchar su palabra, sabe que la sanación que brota de sus manos, signo de salvación, es anhelada desde siempre por los pobres, los pequeños, los enfermos, que lo rodean y se aferran a Él; Jesús conoce su hambre –de pan y sentido- y es capaz de entrar en profunda conexión con ella, es capaz de sentir la conmoción que lo remueve por entero ante la vista del dolor humano, pero sabe también que hay algo que la multitud y especialmente sus discípulos han de aprender: que estamos llamados a participar de la abundancia, en la medida en que participemos también del afán de compartir en la solidaridad.
El primer momento del signo será, entonces, la preocupación: el Señor ha escogido para su Encarnación la casa y las manos del carpintero de Nazaret; los hombres a los que ha llamado para hacerlos sus discípulos enviados, proviene también de ese mismo mundo: son pescadores, son campesinos, son gente pequeña, no están los recursos mínimos que se necesitarían para simplemente y sin esfuerzo alimentar a la muchedumbre, Jesús no hace un gesto de principesca dispensación, es un pobre, que llama a otros pobres a hacer algo por aliviar la carga de miseria que pesa sobre la vida de quienes también comparten la misma suerte: la pregunta y el diálogo en el que intervienen Felipe y Andrés, la presencia del niño pequeño que porta los pocos panes y los pescados, son elocuentes: el desafío que ofrece la indigencia de la gente, no se soluciona con el simple y fácil acto de comprar, incluso si hubiese habido los doscientos denarios, en los que pensaba Felipe, incluso si hubiese habido dónde comprar: no se trata sólo de recursos, sino de hacerse cargo unos y otros de la repartición generosa de los bienes de la tierra; los discípulos y sin duda el resto de los presentes, convocados en la figura del niño, tuvieron que haberse sentido interpelados.
Será el Señor, sin duda, quien realice el signo, poniéndose en las manos del Padre, pero el signo será eficaz en la medida en que su acento esté puesto en la solidaridad que aúna los esfuerzos de unos y otros, haciendo que alcance para todos lo poco que pueden ofrecer.
Los títulos mesiánicos: dos de esos títulos están dichos abiertamente por el evangelista: Profeta y Rey; uno puesto en boca de la muchedumbre: éste es el Profeta de los tiempos anunciados, el profeta del día del triunfo del plan de Dios; el otro, Rey, como un título anticipado, del cual Jesús huye: su verdadera realeza, la verdadera estatura de su naturaleza, ha de manifestarse en el más hondo vértice del seno de la pobreza y el dolor humanos: habrá de manifestarse desde el leño de la Cruz.
El tercer título, pero el que le da unidad a los otros dos, está implícito, se manifiesta en el gesto de acción de gracias y de entrega confiada en las manos del Padre de su propia condición y de la condición de quienes están junto a Él; en la acción de gracias de Jesús por el pan que alimentará a los pobres se hace presente el Sacerdote; el que comunica el cielo y la tierra, el que explicita el querer del Padre para la humanidad, el que dirige hacia el Padre, la súplica de esta misma humanidad doliente, desde esta misma humanidad doliente; la multiplicación del pan y los peces es así, para el Cuarto Evangelio, signo de la Eucaristía.
La Eucaristía: en el Evangelio según San Juan, las palabras de la institución de la Eucaristía no están en el marco de la Última Cena de Jesús con sus Apóstoles; de esa ocasión, el Cuarto Evangelista sólo recuerda el mandamiento del amor y del servicio, contenido en el gesto del lavado de los pies, y los discursos de despedida del Señor; aquí se manifiesta, por primera vez, la Eucaristía, se hace presente en esta fiesta, en el verde prado que acogió a la muchedumbre y se hizo testigo de cómo cada uno de los que la conformaban, fue transformado en invitado, en comensal de la mesa del Señor; las palabras que darán cuenta del real sentido de este acontecimiento estarán contenidas en el discurso del pan de vida, que continúa en el resto del cap. sexto del Evangelio: El pan que alcanza para todos, partido y repartido en cada Eucaristía hasta el final de la historia, el pan sobreabundante que incluso alcanza para los que no estaban presentes, no es otro sino el mismo Cristo, despojado, inmolado y comido, para la vida del mundo.

Raúl Moris G. Pbro.

http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/el-pan-que-alcanza-para-todos | 19-04-2024 11:04:27