jueves 03 de julio del 2025
El Diario del Maule Sur
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Opinión 23-01-2022
A Proclamar un Año de Gracia del Señor
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Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. (…)Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.

(Lc 1, 1-4. 4, 16-20)


El Evangelio escogido en el ciclo C para el 3er domingo del tiempo durante el año, -Domingo de la Palabra- que comprende el prólogo de Lucas como la proclamación mesiánica al comienzo del ministerio público de Jesús en su aldea natal es un texto que puede articularse en tres buenas noticias que nos quiere transmitir el Evangelista: La identidad de Jesús y su misión, su “programa” y los primeros destinatarios de éste, y la solidez de la Palabra del Señor empeñada y cumplida, y que urge ser transmitida.

La identidad de Jesús y el “programa” de su misión: La elección del texto de Isaías leído en la sinagoga de Nazaret es ya una opción que para el Evangelista servirá para dar cuenta del plan de lectura ordenado (cf Lc 1, 3) al que invita a los destinatarios del Evangelio: judíos de la diáspora y cristianos provenientes del paganismo.

Textos de anuncios mesiánicos no faltan en Isaías, la pregunta es por qué el Evangelista escoge éste: en primer lugar, porque es un anuncio del Año Jubilar, probablemente no era el texto más leído del profeta en la Liturgia de la Palabra que se realizaba sábado a sábado en las sinagogas, sin embargo era un texto obligado en el inicio del Jubileo que acontecía cuando se completaba el ciclo de 49 años, luego del cual venía ese año de descanso de la tierra, de alegría por la condonación de las deudas, por la nueva repartición de las tierras, por la manumisión de los siervos, año de alegría desbordante porque anunciaba y prefiguraba el gran Sabbath del Israel entero.

Que Lucas haya elegido esta proclamación solemne para dar inicio al relato del ministerio público de Jesús, era para señalar que precisamente ahora se estaba cumpliendo el kairós, aquel momento pleno de Dios que irrumpe en el tiempo, y del cual todos los Jubileos anteriores no habían sido más que signo preclaro. Tampoco es casual que el texto elegido centre el tema de la alegría en Aquel que “ha sido ungido por el Espíritu del Señor”, como lo señala el v.18; la consagración real que proviene de la acción del Espíritu, que en hebreo se dice mashaj, y da origen al título Mashíaj, a la que en griego se alude con el verbo khrío, es lo que le otorga en propiedad y por antonomasia el título Khristós a Jesús: Jesús se presenta así en Lucas como el Rey anunciado y esperado por siglos.

Sin embargo este Ungido del Señor, se presenta modificando el texto original de Isaías, lo que cambia también notablemente el tono del anuncio mesiánico: el texto original (Is 61, 1-5) incluye en el anuncio no solo el Año de Gracia del Señor, sino también el día de la Venganza: la reivindicación definitiva del Señor sobre los que han desoído su voz; ese último tono sombrío se omite en el texto leído en la sinagoga de Nazaret: el Dios que se está anunciando por la boca de su Ungido, ya no quiere, ni necesita venganza, no viene a cobrar las deudas contraídas, ni a tomar desquite de las ofensas infligidas a Él y a su pueblo; el Dios que se anuncia a través de la voz de Jesús es el de la misericordia infinita, el de la compasión entrañable: el Dios de Isaías que siendo Padre y Señor, puede lucir con propiedad también el rostro de Madre y de Siervo traspasado, herido por amor.

El Programa del Evangelio: Otra línea del anuncio corre por la identificación de los destinatarios, como signos y depositarios privilegiados de la misericordia gratuita del Señor: las facciones diversas que entre todos constituyen el doloroso rostro de la pobreza: los pobres y excluidos, los cautivos, los enfermos, los excluidos, los que sufren silentes la opresión de los poderosos.

Desde este solemne anuncio en la sinagoga de Nazaret, se puede extender una suerte de red que entrelaza algunos puntos emblemáticos del Evangelio entero, que bien podría recibir el título de: Evangelio de la exultante alegría de los Pobres, dándonos así la clave de lectura del plan catequético del propio Lucas:

Esos pobres a los que se les anuncia la buena noticia están representados en primer lugar por María, la hija humilde de Nazaret. María es una de ellos y tiene conciencia de serlo, así lo va a testimoniar cuando entona el Magnificat, al entender que lo que está sucediendo con ella es la síntesis final, el culmen extremo de este amor desmedido que el Dios del pueblo de Israel ha sentido desde el comienzo por los pequeños, por los insignificantes, por los hambrientos de la Presencia misteriosa y sorprendente del Señor al lado y sosteniendo a los que sufren.

Luego serán los pastores que velan cuidando los rebaños cerca del pesebre de Belén (Lc 2, 8-15), los indeseables, los sospechosos pastores, excluidos del trato de los hombres que se sientes seguros dentro del cercado de su aldea, tan indeseables, tan rechazados como pudo haber sido el ladrón crucificado, el último de los pobres, que, convertido por la presencia sufriente de Jesús, víctima de la misma injusticia que viene a redimir, al final del Evangelio se hace gozoso depositario de la gracia liberadora que viene del Señor (Lc 23, 42-43).

Seguirán también los indigentes (ptokhoi) y los enfermos, liberados y destinatarios de la Buena Nueva como signo inequívoco de la presencia del Mesías y del Reino ya presente, como sucede en Lc 7, 22-23, en la respuesta de Jesús a la pregunta de los discípulos enviados por el Bautista.

Aparecerán en el rostro de las las mujeres que, más que en cualquiera de los Evangelios, tienen roles protagónicos: la Viuda de Naím, la prostituta que irrumpe en casa de Simón el Fariseo, la Hemorroísa; la mujer encorvada de la sinagoga, entre otras; las que son mencionadas por sus nombres propios: Marta, María, la de Bethania, la de Magdala, Susana, Juana, la mujer de Cusa; las que se atreven a ser interlocutoras de Jesús; las que acompañan el cadáver de Jesús hasta el sepulcro, y madrugando el primer día de la semana, se convierten en las primeras testigos de la Resurrección.

Estarán, por último, los protagonistas de las parábolas propiamente lucanas: el publicano perdonado de Lc 18, 9-14; el Hijo pródigo, reducido a la pobreza y a la exclusión fruto de su propio pecado, y sin embargo alcanzado por la misericordia entrañable de su padre, en Lc 15, 11-32) o Lázaro, el mendigo de Lc 16, 19-31.
Freddy Mora | Imprimir | 1176