viernes 17 de mayo del 2024
El Diario del Maule Sur
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Hoy
Opinión 30-05-2021
AL ENCUENTRO DEL MUNDO EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO



Después de la resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaban. Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. (Mt 28, 19a-28b)

Para tener en cuenta...

Contemplamos en este pasaje final del Evangelio según San Mateo, el nacimiento de una nueva comunidad, vuelta a fundar por el Resucitado; una comunidad que escucha a su Señor y le obedece: los Discípulos no se congregan de manera espontánea en ese monte de Galilea, -donde hace tres años esta historia comenzara- lo hacen en obediencia al mandato del Señor; porque Él así lo ordena, salen de su estupor, abandonan el temor y se mueven tras sus pasos para conformar la Iglesia enviada a todos los pueblos a anunciar la buena noticia de Jesucristo hasta que Él vuelva, enviada a hacer discípulos suyos de entre todos las naciones, enviada a bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; una Iglesia que se pone en marcha contando incluso con aquellos que reconociendo en Cristo al Señor, no podían todavía dejar de dudar y no obstante se postraban ante Él y se aprestaban para la misión aquí, en esta Iglesia en donde resplandece la acción de Espíritu Santo.

Una comunidad que, no obstante esta obediencia, esta adhesión, no deja de tener vacilaciones, no deja de experimentar el vértigo ante la insondable novedad del Misterio que se está desplegando delante de sus ojos: en el relato de Mateo, los Discípulos, se postran ante Jesús, pero todavía hay espacio entre ellos para la duda; y cómo no dudar si para estos discípulos el reconocer la identidad completa de Jesús, al reconocerlo como Dios significa ir en contra del sistema de creencias en el que han sido formados y que les ha sido inculcado junto con la leche materna.

Pasar de la fe en el Dios Uno e Inasible, al que, no obstante, podemos hacer entrar en nuestras categorías lógicas, a la fe en el Dios Trino, sin llegar a afirmar la existencia de tres dioses, sino afirmando la diversidad de Dios en el seno de su unidad y unicidad; afirmando desde la fe, que la Trinidad no rompe la Unidad del solo Dios, sino que revela su más profundo Misterio, es una tarea que la Iglesia demoró más de tres siglos en llevar a cabo, y sin llegar a explicar del todo, a la luz de la pura razón, la noticia de gozo que le ha sido transmitida y puesta en sus manos.

Es éste el inicio del tiempo de la nueva comunidad de peregrinos, peregrinos que no han quedado huérfanos: a partir de la Ascensión del Señor y después de Pentecostés, será el Espíritu Santo el que permita a la Iglesia del Dios Uno y Trino reconocer el cumplimiento de las palabras del Señor en cada uno de los pasos que emprenda para llevar el nombre de Jesús a todos los confines de la tierra, será ÉL quien la asista en este andar; será Él quien mantenga viva la esperanza en los nuevos desiertos que le corresponda atravesar al pueblo nuevo del nuevo éxodo, será Él, el que nos dará la confianza para reconocer en el Señor a nuestro hermano y llamar como lo hace Jesús, “ABBA” al Padre del Cielo; será el Espíritu el que confirme la fe de la Iglesia de que de verdad Jesús está en medio nuestro hasta el final de los tiempos y que las fuerzas de la muerte, de la dispersión, de la corrupción por más que acechen a la Iglesia, desde dentro y desde fuera, no podrán vencerla jamás.

Será Él quien mantenga vivo el deseo de la unidad, y quien nos recuerde continuamente que ése es el querer del Padre y la tarea pendiente para la Iglesia: la misión de anunciar por todo el mundo y transmitir la misericordia de Dios que ha recibido y reconocido en Jesucristo, y la vocación de hacer de todos los pueblos uno solo que alabe al Señor, interceda por el mundo ante Él, y trabaje por hacer Su Voluntad.

Habrá de ser el Espíritu Santo también, quien a lo largo de la historia tenga la tarea de recordarle continuamente a la Iglesia de que su misión es la ser de una comunidad de discípulos, que sin dejar de serlo, han de salir a convocar y animar a nuevos discípulos; una Iglesia que no ha sido llamada para ser un fin en sí misma, para enseñar desde sí misma, para hacer del mundo entero su corte, para ponerse a sí misma como modelo y como meta, sino para conducir a la humanidad tras las huellas de Cristo; una Iglesia más paciente y acogedora, más compasiva y comprensiva de los procesos humanos, de nuestros adelantos y retrocesos, una Iglesia capaz de mostrar sin prepotencia ni autocomplacencia -pero con claridad y valentía- la senda completa que ha quedado trazada por los gestos y palabras de Jesús: en la vida social y personal, en el ámbito de la justicia y de la moral, en el terreno de la política y de la economía, como también en el de los afectos.

Una Iglesia que se sabe conducida para conducir hacia la casa del Padre; una Iglesia siempre más discípula y pedagoga, que maestra, porque el único Maestro es Cristo mismo. Una Iglesia que continuamente tiene que recordar que la grandeza del misterio del Dios que la ha convocado la supera, que este Dios Uno y Trino se resiste a ser explicado satisfactoriamente, que la plenitud del significado de esta revelación solo la podremos alcanzar cuando los balbuceos de la teología cesen ante el gozo de tener enfrente nuestro, en la consumación de los tiempos, la visión cara a cara del Dios que nos ha querido llamar hijos, que nos ha querido llamar hermanos, que nos habita con su Espíritu para que, sin temor alguno, podamos amarlo como Padre. (R. M.)


Raúl Moris G. Pbro.
Freddy Mora | Imprimir | 678