Hoy
jueves 10 de julio del 2025
Opinión 10-06-2022
CUENTOS QUE PARECEN CUENTOS Cuando otro amigo se va

El sábado 4 de junio de 2022, conocí el silencio de la muerte cuando junto a Gregory Peñailillo fuimos en una oscura y triste noche a casa de nuestro amigo q.e.p.d., NÉSTOR ENRIQUE HERNANDEZ SILVA, el cual yacía inerte afirmando en su pecho a Jesús crucificado. Su camisa sport semi abierta, como de costumbre usaba colores que delataban el gusto elegante y fino de su esposa e hijas. Sus bigotes negros bien cuidados parecían ocultar una tierna sonrisa de paz, en tanto sus ojos cerrados miraban el reencuentro con su preciosa hija Paola Andrea, quien había partido prematuramente por un accidente cruel que le perforó a Néstor su corazón, dejando una herida que tan solo ahora sanará con ese abrazo que a diario anhelaba Néstor Enrique.
Ese día cuatro de junio de madrugada escribí:
“Hoy no podía despertar. Sentí que mi señora sí…pero, algo me cerraba
los ojos que no podía abrir.
Un silencio sin voz me pedía despertar. No debiera haberlo hecho. Fue como presionar un botón y el estallido de una bomba golpeó mi corazón viejo y herido al leer el mortal mensaje: Hola don Carlos. Soy hija de su amigo Néstor…él acaba de fallecer…06:25 hrs”
Mi reacción de instante: Noo…¡Ohh, Dios!...
No me atrevía ir a casa para constatar que esa pesadilla era real.
Hace aproximadamente cinco meses a la fecha, nuestro apreciado amigo había despertado a su amada señora Rebeca, con ojos húmedos intentando con movimientos de sus manos que, necesitaba hablar y no podía… Sus cuerdas vocales no respondían. Su voz estaba congelada, pero su mirada transmitía ese cariño eterno y ahora mudo. Rebeca percibió en el alma aquella impotencia de su amado, pero dominó el llorar de sus lágrimas y las envió al silencio. Era un llanto interno, al igual de aquel que cada día recordaba a Paola Andrea, su primera hija la cual en el inicio de su existencia entregó orgullo y alegría con más amor a Rebeca y Néstor.
Aquella noche del cuatro de junio los dos con Gregory junto a la urna (lecho de nuestro amigo) lo observábamos incrédulos repitiendo a cada instante…parece mentira. Ya no asistirá a competir en el cacho y servirnos un sabroso borgoña.
En la pantalla de nuestra memoria se proyectaban los viajes a Chupallar para compartir con nuestro inolvidable amigo Rigoberto Carrasco Canales y su señora esposa Telba. Ambos ya fallecidos.
Néstor, amante de la precordillera y de la música folclórica, nos interrumpe el recuerdo de las diversas aventuras en la montaña y playa con los temas que parecían emanar desde el interior de la urna…”Viejo, mi querido viejo”; Y tú que sabes de cordillera” y tantas otras. El nos miraba tras los párpados cerrados atrapando una complacida sonrisa. Entonces imaginamos que Néstor Enrique nunca morirá, siempre estará con nosotros.
Las encantadoras hijas dejaban caer como música sacra unas lágrimas angelicales de dolor junto a su dolida y amorosa mamacita. Lágrimas sinceras, educadas y sin fingimiento para convencer a los demás que están sufriendo. Afloraban emulando el caer de los pétalos de las margaritas en otoño, cuando se desprenden suavemente pareciendo danzar en silencio.
A Claudio no le vimos sus lágrimas, pero si su dolor cuando nos relató con detalles la penosa partida de su padre. Destacó que se fue sin mostrar dolor en su rostro, al contrario…le pareció que Dios le tomaba su mano para indicarle el sendero al cielo.
Las semillas que enorgullecieron a este ejemplar padre, llevan por nombre: María José, Ángela, Carol y Claudio. Y su amada Rebeca Garrido, la cual lo llora y extraña cada día.
El domingo cinco de junio, a las quince treinta horas, la Iglesia Catedral volvió a ser la de antes. Se descubrió el aprecio a Néstor. Todos los escaños repletos y amigos de pie…y cuando su hija Carol Hernández Garrido lo despidió; la Catedral extendiendo como brazo su enorme torre acogió como pañuelo la hermosa plaza para secar sus lágrimas y las nuestras.
Cuando otro amigo se va, voy quedando solo y ni siquiera mi amada lo hará olvidar.
Carlos Yáñez Olave
Escritor
Ese día cuatro de junio de madrugada escribí:
“Hoy no podía despertar. Sentí que mi señora sí…pero, algo me cerraba
los ojos que no podía abrir.
Un silencio sin voz me pedía despertar. No debiera haberlo hecho. Fue como presionar un botón y el estallido de una bomba golpeó mi corazón viejo y herido al leer el mortal mensaje: Hola don Carlos. Soy hija de su amigo Néstor…él acaba de fallecer…06:25 hrs”
Mi reacción de instante: Noo…¡Ohh, Dios!...
No me atrevía ir a casa para constatar que esa pesadilla era real.
Hace aproximadamente cinco meses a la fecha, nuestro apreciado amigo había despertado a su amada señora Rebeca, con ojos húmedos intentando con movimientos de sus manos que, necesitaba hablar y no podía… Sus cuerdas vocales no respondían. Su voz estaba congelada, pero su mirada transmitía ese cariño eterno y ahora mudo. Rebeca percibió en el alma aquella impotencia de su amado, pero dominó el llorar de sus lágrimas y las envió al silencio. Era un llanto interno, al igual de aquel que cada día recordaba a Paola Andrea, su primera hija la cual en el inicio de su existencia entregó orgullo y alegría con más amor a Rebeca y Néstor.
Aquella noche del cuatro de junio los dos con Gregory junto a la urna (lecho de nuestro amigo) lo observábamos incrédulos repitiendo a cada instante…parece mentira. Ya no asistirá a competir en el cacho y servirnos un sabroso borgoña.
En la pantalla de nuestra memoria se proyectaban los viajes a Chupallar para compartir con nuestro inolvidable amigo Rigoberto Carrasco Canales y su señora esposa Telba. Ambos ya fallecidos.
Néstor, amante de la precordillera y de la música folclórica, nos interrumpe el recuerdo de las diversas aventuras en la montaña y playa con los temas que parecían emanar desde el interior de la urna…”Viejo, mi querido viejo”; Y tú que sabes de cordillera” y tantas otras. El nos miraba tras los párpados cerrados atrapando una complacida sonrisa. Entonces imaginamos que Néstor Enrique nunca morirá, siempre estará con nosotros.
Las encantadoras hijas dejaban caer como música sacra unas lágrimas angelicales de dolor junto a su dolida y amorosa mamacita. Lágrimas sinceras, educadas y sin fingimiento para convencer a los demás que están sufriendo. Afloraban emulando el caer de los pétalos de las margaritas en otoño, cuando se desprenden suavemente pareciendo danzar en silencio.
A Claudio no le vimos sus lágrimas, pero si su dolor cuando nos relató con detalles la penosa partida de su padre. Destacó que se fue sin mostrar dolor en su rostro, al contrario…le pareció que Dios le tomaba su mano para indicarle el sendero al cielo.
Las semillas que enorgullecieron a este ejemplar padre, llevan por nombre: María José, Ángela, Carol y Claudio. Y su amada Rebeca Garrido, la cual lo llora y extraña cada día.
El domingo cinco de junio, a las quince treinta horas, la Iglesia Catedral volvió a ser la de antes. Se descubrió el aprecio a Néstor. Todos los escaños repletos y amigos de pie…y cuando su hija Carol Hernández Garrido lo despidió; la Catedral extendiendo como brazo su enorme torre acogió como pañuelo la hermosa plaza para secar sus lágrimas y las nuestras.
Cuando otro amigo se va, voy quedando solo y ni siquiera mi amada lo hará olvidar.
Carlos Yáñez Olave
Escritor
Freddy Mora | Imprimir | 686