Parece un cuento, pero la verdad no lo es. Considerémoslo producto de la horrible pesadilla mortal. Aquella que afloró en el año 2020.
Como quisiera tener grandes puños cubiertos de medicina para golpear en su rostro hasta acabarlo al maldito COVID-19.
A diario cuando el sol camina a la cita con la luna para entregarle la tarde con un beso, haciendo la noche, voy a comprar el pan a la amasandería ubicada en calle Esperanza con Eleuterio Ramírez, donde la educada y fina atención, es como el agua sofocando un incendio, puesto que apaga y elimina los malos momentos del día.
De ida y regreso por calle Esperanza me encontraba con Juan Carlos Casanova Elgueta, dialogando amistosamente con su suegro. Su saludo cordial, sonriente y educado, destacaba a un hombre culto de amplia solidaridad. Acusaba su estado físico una larga vida.
Joven con poco más de cuarenta.
Llegando a casa, su señora María Tapia, a quien conozco desde niña, hoy una ejemplar madre de dos jóvenes de 22 y 16 años, lo recibían con tiernos y bondadosos abrazos...
Más, un mal día no llegó a su hogar, sino que, contagiado, debió concurrir al hospital con el traicionero virus.
Pronto fue necesario intubarlo y el proceso se transformó en terrible tortura.
Mi obligada ida al pan me permitía consultar todos los días por su salud. Respuesta: grave, más o menos regular...
Y un día el destino me entregó un sacudón de alegría al saber que se estaba recuperando... que sus ojos en su mirada sonriente a su amada le enviaban besos, prometiendo que el 27 iniciaría preparativos para el gran asado que en cada cumpleaños del 28 celebraban desde que se casaron.
Era un roble imposible de derribar.
El martes veintisiete, camino a la compra habituada y necesaria... unos globos negros apuñalaron mi alegría anunciando muerte, y unos blancos alumbraron la paz y descanso de los ángeles que se van al cielo.
No sólo los niños son ángeles. También hay ángeles pasado los cuarenta.
Aún no me convenzo ... si es cierto lo que cuento.


Carlos Yáñez Olave
Escritor