martes 15 de julio del 2025
El Diario del Maule Sur
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Hoy
Opinión 13-02-2022
Dgo. 6º T. Ord. c. C. 2022 Bienaventuranzas y Ayes
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Por aquel tiempo Jesús, al bajar con sus Apóstoles del monte, se detuvo en una llanura. Había allí una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y de Sidón.
Fijando Jesús la mirada en sus discípulos, dijo: “¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!
¡Felices ustedes los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban su nombre, considerándolo infame, a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo, de la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero, ¡Ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre!
¡Ay de ustedes los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes, cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas! (Lc 6, 17. 20-26)





Las Bienaventuranzas, proclamadas por Jesús y dirigidas a sus discípulos, a la manera de una suerte de discurso programático, o itinerario en el peregrinar hacia el Reino, será transmitidas de modo diverso por los dos Evangelios que las recogen: Mateo y Lucas.

Estamos, sin duda, más familiarizados con el texto de Mateo, que se erige como el pórtico del Sermón de la Montaña: las nueve Bienaventuranzas constituirán en el primer Evangelio el modelo del Discípulo esperado por el Señor, quien, al modo de un nuevo Moisés, sube a un monte y convoca la asamblea de este nuevo Pueblo de Israel, para hacer con ellos la revisión de la Ley; más que con estas bienaventuranzas lucanas, que van a ser pronunciadas no en un monte, sino en una llanura, en donde convergen no solo judíos, sino también paganos, (los peregrinos de Tiro y Sidón, anunciando así este nuevo pueblo: la Iglesia, convocado de entre todos los pueblos de la tierra. Estas Bienaventuranzas, además, serán más escuetas, (son solo cuatro) pero vienen seguidas en el texto, a manera de contrapunto o de reverso, por los cuatro Ayes, que no están presentes en Mateo.

La presencia de cuatro Ayes, no será el único contrapunto que tensiona el texto: estará presente el tema de la elección de los dos caminos, que pertenece a la tradición mediterránea y que es presentada aquí bajo la figura del seguimiento en el arduo discipulado de Jesús, en contraste con los criterios y las opciones del “mundo”; la oposición pobres-ricos, que hunde sus raíces en la tradición profética del Pueblo de Israel, la tensión entre la situación y la actitud presente, el ahora y el futuro escatológico, que alimenta la esperanza de la comunidad lucana en medio de los acontecimientos de las primeras oleadas de la persecución y el comienzo del tiempo de los mártires.

La presentación de las Bienaventuranzas en el Tercer Evangelio, parece estar en la línea de la doctrina de los dos caminos, que es característica de la enseñanza sapiencial en las culturas del mediterráneo antiguo: los dos caminos que se abren en la encrucijada que conduce al héroe, hacia la ardua gloria, o, por el contrario, hacia la amena conformidad con el contentamiento de los mediocres, en donde toda heroicidad se deslava y termina desapareciendo; la elección de las dos puertas: la estrecha que conduce a la salvación y la amplia que se abre delante del despeñadero de la perdición (cf Lc 13, 22); la bienaventuranza del salmo 1, del Justo que se erige como tal, porque ha preferido la Ley del Señor, a transitar por la senda de los pecadores; o el texto de Jer 17, en donde la doctrina de los dos caminos se expresa en la cuestión acerca de en quién poner la confianza.

Las Bienaventuranzas están puestas en paralelo con sus respectivos Ayes, porque cada una está marcada por el signo de la decisión de elegir el seguimiento y el anuncio de la Buena Noticia de Jesús: si bien es cierto, las palabras están siendo proferidas por Jesús delante de esta multitud inmensa, venida desde dentro y fuera de las fronteras de Israel, hombres y mujeres, curtidos en la pobreza, en la esperanza una y otra vez postergada, en la dignidad una y otra vez pisoteada, en el dolor de la exclusión, de la falta de oportunidades, del hambre y del trabajo agotador que ha minado sus cuerpos y cincelado sus rostros con el rictus de la miseria, sus destinatarios serán los discípulos, en cuya dirección se enfoca la mirada del Señor.

No hay que entender, entonces, estas palabras, como una suerte de discurso de consolación hacia aquellos que sin tener otra opción les ha tocado en suerte la miseria, el hambre, el llanto y el desconsuelo; no son frases de resignación, dichas para acallar el legítimo deseo de la multitud por aspirar a una dignidad que le ha sido mezquinamente arrebatada, adormeciéndolos en la ensoñación de una recompensa futura; sino palabras de provocación para quienes se atrevan a emprender el camino del discípulo, que -en el Nombre y en el anuncio del Señor, que ha querido abrazar como suya la suerte de los pobres, dejándose consumir por su amor- pasa por desafiar abiertamente las opciones de una cultura que mira con indiferencia a los postergados que va abandonando en la carrera, y por sobre cuyos huesos sigue asentando el cimiento de la injusticia.

Los pobres, son los destinatarios primeros de Evangelio según San Lucas: lo declara en el cap. 4, en la apropiación por parte Jesús delante de sus vecinos, de las palabras de la profecía mesiánica del Ungido del Señor “Enviado para llevar la buena noticia a los pobres”, son el signo decisivo en la pregunta por la identidad del Señor hecha por Juan el Bautista desde la cárcel, a través de sus Discípulos (cf Lc 7, 22). Estos pobres estarán constituidos, en primer lugar, por aquellos que desde un punto de vista socioeconómico caen en esta categoría: huérfanos, viudas, campesinos, desplazados, etc.; serán también serán parte de esta categoría los excluidos de la sociedad israelita del s. I: las mujeres, que gozan de una atención sorprendente de parte de Jesús y del Evangelista, como asimismo los extranjeros, enfermos, leprosos; pecadores.

Los pobres de la Bienaventuranza, constituirán, no obstante, una categoría espiritual: aquellos que reconocen que la propia salvación no depende de sus propios recursos: sino de una actitud: el ponerse filial y confiadamente en las manos del Padre; en la medida en que muchos hombres y mujeres han aprendido esto a lo largo de una historia de dolor y postergación, es que sean convertido en paradigma, pero el acento no está puesto en la carencia en sí misma, sino en la actitud esperanzada con que vivieron esta circunstancia: es la enseñanza que a Israel le dejaron los Anawin, los míseros habitantes de los barrios periféricos de Jerusalén, esos que por su condición de indigencia no fueron llevados a Babilonia durante el exilio, y que, cuando regresaron -cincuenta años más tarde- los primeros repatriados, les pudieron transmitir la riqueza de la misma fe sencilla que recordaban del tiempo de sus abuelos, fe que estos pobres no habían dejado de cultivar.

Por lo mismo, su contrapartida, han de ser los ricos: a saber, aquellos que han puesto su confianza en sus propias fuerzas, en sus recursos económicos, y también personales: su inteligencia, su fuerza, sus destrezas, etc. Estos ricos serán aquellos que, satisfechos de su capacidad de gestión, se han olvidado de la radical indigencia de la condición humana, y, por tanto, han pretendido dejar a Dios fuera de sus propios planes.

A esta contraposición se agrega la tribulación del tiempo presente, frente al anuncio del futuro escatológico: el final de la historia, que los cristianos de la generación del Evangelista esperaban con impaciencia.

La clave de interpretación estará dada por la entera presentación en tiempo presente tanto de la primera Bienaventuranza, como del primer Ay; como así mismo por la obstinada repetición del adverbio nün “ahora” en el resto de las Bienaventuranzas y Ayes. La relación de pertenencia del Reino, como adhesión y coherencia con el proyecto de humanidad presentado por Jesús, quien encarna y se identifica con el Reino, va a dar consistencia a la vida de esos que han decidido abrazar la pobreza, para seguir a Jesucristo y su Evangelio, y la acogen como don y desafío; frente a los ricos cuyo consuelo tienen entre sus manos, pero es frágil como toda empresa que se funda en las propias fuerzas, siempre presas de la amenaza de la caducidad, del deterioro, de los avatares de la fortuna.

Del mismo modo, el estado presente, el “ahora” no es la última palabra, que pronuncie el Señor para la humanidad: desde el Hoy de la eternidad en donde habita Dios -que para nosotros es Ayer, Ahora y Siempre- la propuesta de plenitud para la vida humana, que se concreta en la decisión por las opciones de Cristo, y que va a entrar en conflicto con los proyectos de los que se han hecho dueños del poder en la economía del mundo, aparece como desafiante esperanza; la misma esperanza por la que fueron perseguidos y eliminados los que se han jugado la vida en este seguimiento: los verdaderos profetas, la misma que ocultaron los falsos profetas que pudieron gozar del elogio de los poderosos, a costa de negar el Querer de Dios para la humanidad que está empeñado en construir, esta humanidad nueva, por la cual su Hijo murió y resucitó.
Raúl Moris G., Pbro.
Freddy Mora | Imprimir | 683