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Opinión 31-07-2022
Domingo 18 del T. Ord. c.C.2022 LOS ESFUERZOS INSENSATOS…
Raúl Moris G., Pbro.
La mirada que el judaísmo tradicional tenía sobre la prosperidad económica guardaba algunos elementos no del todo resueltos dentro del marco de la piedad del pueblo de Israel. Por una parte, la prosperidad en los negocios, la fertilidad de las tierras o del ganado eran consideradas como un signo preclaro del favor de Dios; la antigua doctrina de la retribución, que –expresada de manera simple- señalaba que al que es justo ante los ojos del Señor, no le podía ir mal en la vida (cf. Sal 1), gozaba todavía en tiempos de Jesús de buena salud (de hecho aún quedan fuertes remanentes de dicha visión de mundo en la religiosidad popular, tanto católica como protestante); sin embargo, por otra parte, y dado que los bienes eran considerados –junto con el honor- un recurso limitado, el enriquecimiento excesivo era mirado con recelo y suspicacia, pues la riqueza en demasía, que alguno pudiera ostentar, lo convertía en sospechoso de usurpación de los bienes correspondientes a otros. Éste es el marco cultural en donde conviene situar el episodio narrado por Lucas en el Evangelio de hoy, como asimismo la parábola de las ilusiones del Rico Insensato.
Dejémoslo claro, en primera instancia, no es la riqueza en si misma, en términos contables, lo que se le está reprochando al hombre rico de la parábola, sino su autorreferencia, su autosuficiencia y el no saber situar su prosperidad en unas coordenadas de sentido, que lo hagan trascender el afán desordenado de acumulación de bienes: la avaricia.
Si, como decíamos, la holgura era reconocida como una señal de que se cuenta con el beneplácito de Dios, esta consideración no parece tener lugar en la mirada del hombre de la parábola: aunque el encabezado de ésta afirma una situación que traspasa la capacidad de manejo y previsión del protagonista, porque es su tierra la que ha rendido una cosecha extraordinaria, es su tierra la que ha respondido con generosidad superabundante a sus esfuerzos -como podría no haberlo hecho- y no ha sido precisamente el esfuerzo del hombre rico, el que le ha obtenido esa fortuna extraordinaria; no obstante, él no se detiene a dar gracias a Dios por la abundancia: la riqueza lo ha cegado para mirar más allá de los límites de su entorno, para elevar la mirada hacia lo alto; para él su riqueza es un asunto propio, y consigo mismo ha de resolver los desafíos que esta nueva situación le impone, a saber, la ampliación de los graneros.
El discurso interior del rico –que ocupa gran parte de la parábola- es abiertamente autorreferente, se dirige a sí mismo, interpela a su propia alma, en el horizonte de este hombre, existe el otro, no hay una sola palabra de gratitud hacia Dios, como tampoco hay una sola palabra sobre la posibilidad de compartir las ganancias con los que no han tenido su misma suerte (recordemos que la limosna es uno de los tres pilares en donde se asienta la espiritualidad del pueblo de Israel); en el discurso del hombre rico, lo único que cuenta es él mismo, su inesperado y feliz cambio de fortuna, su autoproclamada capacidad de resolver consigo mismo los nuevos escenarios exigidos por su nueva situación, el único invitado al diálogo interior del hombre de la parábola, es él mismo y su alma; Dios, como personaje del relato interviene intempestivamente, es el “invitado de piedra” que vendrá a desbaratar las ilusiones, que viene a aguar el festejo de los alegres proyectos del rico, con la crudeza de la realidad.
El problema de la parábola no es la riqueza, sino el sentido; es una invitación a detenerse a considerar en dónde asentamos el cimiento de nuestra vida y esfuerzos; si el rico de la parábola hubiese sobrevivido, tarde o temprano habría llegado al tiempo del amargo reconocimiento, de la agria desilusión que tiñe las palabras del sabio, que grita su desesperanza desde los primeros versículos del libro del Eclesiastés: todo aquello en que creemos fundar nuestra vida: nuestros trabajos, nuestros proyectos, las luchas que emprendemos, las relaciones que entretejemos, las alegrías que hemos atesorado, las penas que han anegado tantos de nuestros días, cuando no las situamos en un marco de referencia que trasciende al propio y limitado plazo de nuestro transitar por el ser, son sólo vanidad, en su sentido existencial más radical y profundo: nada y vacío.
La parábola del Rico Insensato es otro modo que Lucas emplea para mostrarnos el camino del Discípulo, esta vez como aquél que logra descubrir en Jesús el sentido, logra encontrar en sus palabras y en sus gestos la ruta que ordena su vida y conduce sus pasos, logra darse cuenta que su seguimiento, el aparentemente más insensato de los esfuerzos ante los ojos de los que están ocupados en sus sensatos negocios, es el único camino que conduce a la adquisición del sentido pleno, de aquello para lo cual hemos sido convocados a la vida; de aquello que nos enriquece de verdad delante del Señor, de aquello que ilumina la vida entera del que habiendo conocido a Cristo y habiendo abrazado su Evangelio se ha convertido en el hombre nuevo, que –como nos recuerda San Pablo en la Carta a los Colosenses- ha logrado saber qué significa afirmar que “Cristo es todo y está en todos”, y se esfuerza por vivir en consecuencia.
Freddy Mora | Imprimir | 769