sábado 05 de julio del 2025
El Diario del Maule Sur
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Opinión 09-01-2022
Fiesta del Bautismo del Señor Tú eres mi Hijo muy querido…
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Cuando Juan el Bautista recibió de parte del Señor la inspiración de llamar a un “Bautismo de Conversión para el perdón de los pecados”, probablemente no imaginaba lo que iba a acontecer esa mañana en la que Jesús, confundido entre la muchedumbre que acudía al Jordán, iba a someterse a este rito singular.

El bautismo de Juan, aunque se inscribía en el ámbito de los ritos de purificación propios del judaísmo, tuvo la originalidad en el modo radical de realización de esta purificación, al punto que se produce la identificación de la persona de Juan con el signo propuesto.

La Ley de Israel había estipulado abluciones, es decir, lavado de rostro y manos, más de una vez por día, como rito de pureza, pero este baño de cuerpo entero, (porque eso es lo que significa originalmente en griego la palabra Baptisma, y el verbo Baptizo), esta inmersión en las aguas vivas de un río, de modo que la corriente se lleve la suciedad del cuerpo, simbolizando con este gesto también la purificación de la suciedad interior del corazón y la mente, parece haber salido de la iniciativa del Bautista, a tal punto que el bautismo quedó indisolublemente ligado a su nombre; Si bien es cierto se estima que los Esenios y los Fariseos habían instituido el baño de inmersión, como rito de purificación bajo ciertas circunstancias, el hecho de hacerlo en el río Jordán y la masiva respuesta que obtuvo la incendiaria prédica de Juan, le mereció esta identificación con su signo más característico.

El mensaje de Juan, que se alza en Israel, luego de cinco siglos de silencio profético, y se erige además para nosotros los cristianos como el último profeta, y el Precursor del Señor, era claro: apropiándose de las palabras de la profecía de Isaías y de otros profetas, anunciaba que el tiempo se había cumplido, que era el momento de allanar los caminos y enderezar los senderos para la llegada del rey, tiempo de prepararse para la siega de la humanidad, para recibir el baño purificador que limpiara a la humanidad de las marcas del pecado largamente arrastrado, tiempo, en definitiva, para volver los ojos de una vez y por siempre hacia el rostro amoroso del Señor: la necesaria metanoia, el cambio de mentalidad que permita finalmente que el Señor se abra paso en nuestra historia.

El Bautismo de Juan era preparación para la inminencia de esa irrupción largamente anunciada y pacientemente esperada; cuando esa irrupción se produjo, también arrastró consigo al signo de Juan, al punto de convertirlo en el primero de los Sacramentos de la Iglesia.

Lo que Juan no pudo imaginar en esa mañana en que Jesús llegó en medio de la multitud que confluía de todas las regiones de Israel hasta las riberas del Jordán, atraídos por la novedad de la voz del profeta, temerosos algunos por el iracundo tono de sus advertencias, esperanzados otros, encendidos por la efervescencia mesiánica que venía derramándose por Israel desde los inicios del s I; aquello de lo que a Juan le correspondió ser testigo, fue una vez más el modo sorprendente con que Dios decide hacer realidad sus promesas; ese Señor que nos sale al paso y nos desafía a acoger su manera de hacer las cosas, ése que inspiró al profeta Isaías a declarar: “Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los suyos, y mis planes de sus planes” (Is 55, 9).

El Emmanu-El; el Dios con nosotros, había llegado así, a pie, caminando entre la muchedumbre, pobre entre los pobres, al punto de no diferenciarse del resto de los peregrinos que hasta allí habían llegado a que la corriente del Jordán arrastrase sus pecados, junto con el polvo de sus cuerpos agobiados por el de los caminos una y otra vez hollados; sin embargo, lo que nuestros ojos no alcanzan a distinguir, sí lo distingue el ojo de Padre del Cielo, que reconoce y anuncia a su Hijo eterno, que ha salido a recorrer la historia, que ha decidido asumir nuestra carne para redimirnos.

Y este reconocimiento se manifiesta en la Teofanía trinitaria del Jordán: La voz del Padre declarando quién es Éste que sale de las aguas renovadoras del Bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, (figura de la novia, en el Antiguo Testamento) para anunciar que la esponsalidad entre Dios y su pueblo, anunciada con entusiasmo y esperanza por los profetas, se está realizando ahora de manera definitiva en Jesús el Cristo, en el que la divinidad y la humanidad han quedado unidas de una vez y para siempre (sin cambio, sin confusión sin división ni separación, dirá cinco siglos más tarde la Iglesia reunida en Calcedonia); el Hijo, que, a partir de este momento, de emprender su misión de anuncio de la presencia actual del Reino.

Del Yo Soy al Tú eres… El Dios que, desde la zarza ardiente, en el Antiguo Testamento había revelado su Nombre y su naturaleza absoluta a Moisés (Ex 3, 14) pronunciando solemnemente el Yo soy, ahora pronuncia una palabra en la que el diálogo con la humanidad queda definitivamente establecido, así como también queda sellada la inalienable dignidad de cada uno de las mujeres y hombres que lleguen a ver la luz de la vida: Tú eres.

En este hombre, que ora al Padre después de pasar por las aguas del Jordán, solidario en su gesto con los cientos o miles que estaban haciendo lo mismo, conscientes del lastre del pecado, confiados en que solo Dios en su misericordia provee los medios para liberarnos de esa carga, si aceptamos la acción de su gracia, está aconteciendo el plan de salvación en su total integridad; en este hombre, indistinguible entre la muchedumbre antes de su inmersión en el bautismo de Juan, la humanidad entera ha sido escogida para ser Templo de Dios, el sentido final de la Encarnación se ha manifestado de una vez y para siempre.

Jesucristo, Engendrado desde la eternidad, concebido en el tiempo, en el seno de María, reconocido y enviado en su humanidad, dignifica así al hombre entero; el Signo de Juan se ha transformado para siempre. El original rito de purificación, desde el Bautismo de Jesús se convierte en Sacramento de filiación, Misterio de Salvación, configuración con Cristo, Puerta de entrada de la Iglesia. Fundamento primero de toda palabra y acción que declare la predilección de Dios y la dignidad de todo hombre y de todo el hombre; fiesta de gozo que une el cielo con la tierra y nos convierte en hijos de la elección del amor imperecedero.
Raúl Moris G. Pbro.

Raúl Moris, pbro.

Freddy Mora | Imprimir | 595