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miércoles 02 de julio del 2025
Opinión 20-06-2021
HASTA EL VIENTO Y EL MAR LE OBEDECEN

Al atardecer de ese día, Jesús dijo a sus discípulos: “Crucemos a la otra orilla”. Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron en la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se levantó un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?”
Despertándose, Él increpó al viento y dijo al mar. “¡Silencio! ¡Cállate!”. El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo. “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?” Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”. (Mc 4, 35-41)
Para tener en cuenta…
¿Podemos imaginarnos algo más frágil en medio de una tempestad que una precaria barca de pescadores artesanales? Y también, ¿podemos imaginarnos algo más vulnerable que un hombre profundamente dormido? Sumémosle a esto, dos datos más: uno el que nos proporciona el propio Evangelista Marcos: la escena relatada tiene lugar al atardecer, en las cercanías de la noche; el segundo dato lo tenemos que tomar de la tradición cultural y de la mentalidad del Pueblo de Israel, que considera el mar, las aguas profundas, como una de las sedes de los demonios, responsables las fuerzas desatadas e incontrolables de la naturaleza. Con estos datos tenemos armado el cuadro que Marcos nos quiere presentar, así como su doble propósito: que este Evangelio sea al mismo tiempo una proclamación mesiánica y una exhortación a la Iglesia naciente en tiempos de turbulencia.
Comentemos brevemente los dos datos culturales que hemos mencionado: el atardecer y la tempestad en el lago. Los hombres de la antigüedad, (y no sólo los israelitas), al llegar el atardecer se apresuraban en buscar refugio: la casa, la tienda, la compañía familiar de los cercanos; la cultura de esta época era una cultura diurna. Las sombras de la noche eran territorio desconocido, en donde el hombre se halla a merced de sus temores, en donde se experimenta en carne propia la propia debilidad, la dificultad al momento de defenderse.
Por otra parte, el Pueblo de Israel, no era un pueblo marítimo, el mar del relato es apenas el Lago de Genezaret; el mar abierto era un lugar en donde sólo por extrema necesidad un judío se aventuraba; agréguese además el hecho de que, en las culturas circundantes, el mar era considerado no sólo sede de dioses, la mayoría de ellos veleidosos e irascibles, sino también él mismo una divinidad incontenible y voraz, paridora de monstruos.
Él increpó al viento y dijo al mar. “¡Silencio! ¡Cállate!”. En el Evangelio de Marcos, una manera de ir manifestando la identidad de Jesús es demostrar que éste tiene poder sobre los demonios, ante la autoridad de su palabra, los demonios se callan, se calman y enmudecen, reconociendo quién es el Señor.
Porque es el Señor el que se manifiesta en la fragilidad de la condición humana: Jesús duerme en la barca, aparentemente ignorante del terror que sobreviene a los discípulos; pero su debilidad es la fragilidad confiada de la fe: Jesús seguro en las manos del Padre, duerme en medio de la barca mientas todos se aterran.
Esa es la razón de la violenta llamada de atención que viene inmediatamente después de que las fuerzas desatadas de la naturaleza han reconocido quién es el que está en medio de la vulnerable barca, y obedientes se han calmado: los demonios han comprendido, lo han reconocido, los discípulos, que gozan de la intimidad con Él, todavía se preguntan con temor unos a otros: Quién es Éste… Les harán falta muchos días de camino para que por fin en Mc 8, 29, Pedro llegue a declarar. Tú eres el Cristo.
La frágil barca de estos pescadores se transformó rápidamente en metáfora, es la Iglesia esta barca que parece estar muchas veces a punto de hundirse, que hace agua por tantas partes, es la Iglesia esta barca de pescadores azotada por los vientos contrarios, navegando en medio de las tormentas, navegando a menudo de noche y contracorriente, es la Iglesia esta barca incapaz de mantener el rumbo si nos empeñamos solos, es la Iglesia que necesita siempre recordar y avivar su esperanza en que en este navegar no estamos abandonados a nuestra suerte: porque en la barca va al Señor que aunque frágil y dormido, vela confiado para que la barca llegue a destino; es la Iglesia, este Pueblo de Dios en salida, de camino hacia la casa del Padre, que durante las primeras décadas de este tercer milenio, le ha tocado en suerte este arduo navegar, zarandeada por las olas de crisis eclesial, que dejó al descubierto el horror de los abusos cometidos en su seno, que le ha tocado afrontar la tarea de perseverar en la esperanza contra toda esperanza, entre los turbulentos vientos de las crisis sociales, económicas y políticas que parecen querer arrasar con todo lo que hasta hace poco nos parecía sólido y firmemente consolidado, en medio de las crisis de confianza en todo tipo de autoridad, ante la crisis ecológica, que se ha instalado insoslayable en el horizonte de la humanidad y clama desde el hondo dolor de la tierra sufriente; esta Iglesia que intenta animar a nuestra frágil humanidad, profundamente herida por la experiencia de la Pandemia; esta Iglesia, que no puede encontrar su fuerza más que en el Cristo frágil que duerme en el Sagrario y desde allí, silencioso, conduce esta navegación que, animada por el soplo sutil de su Espíritu, sortea el vendaval de los tiempos, para que alcancemos por fin el puerto seguro en donde nos aguarda el Padre.
Raúl Moris G.Pbro.
Freddy Mora | Imprimir | 690