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martes 01 de julio del 2025
Opinión 26-06-2022
PEQUEÑA HISTORIA DE UN CUMPLEAÑOS FELIZ
En estos días, junto a mi señora, estamos de cumpleaños. Felices y agradecidos de Dios y de la vida como los que más.
Y no es el nuestro un cumpleaños cualquiera. No se trata de contar los años pasados, como tanto gusta a las personas actuales que, anualmente, rinden homenaje al infortunio del avance agresivo de su envejecimiento.
Desde luego, como en los antiguos tiempos, nosotros preferimos celebrar el día de los santos que nuestros padres invocaron al bautizarnos, costumbre antigua hoy olvidada, que tenía la bondadosa virtud de no recordarnos, ni hacer recordar a los demás, cuán viejos nos vamos poniendo y cuan cortos son los restos de vida que nos van quedando. Los absurdos festejos de cumpleaños de edad personal son celebraciones de sobrevivencia.
¡No!... nosotros no nos quitamos los años; pero tampoco nos los ponemos impúdicamente sobre la espalda. No tenemos afición alguna por apagar velitas que se multiplican y que no somos capaces de apagar ya con un solo soplido. Esta costumbre, me parece, ha de tener origen norteamericano, puesto que hasta su himno se canta en inglés, aun cuando de lengua inglesa poco o nada se sabe más que el consabido “Happy Birthday to You…”
Nuestra fiesta de cumpleaños nos recuerda el día en que decidimos huir de Santiago, para pasar a vivir en Yerbas Buenas, Linares, en nuestra vieja casa de campo familiar. El milagroso día en que cambiamos el morar en la gran ciudad envenenada por un vivir humano, sencillo y en paz, en modo campesino, inmersos en la naturaleza y conforme a sus leyes sabias. Celebramos el día más lúcido de nuestra existencia.
Siguiendo los pasos de Fray Luis de León en su “Oda a la vida retirada”, decidimos junto a Karolin hacer un giro copernicano. Del purgatorio urbano pasamos a habitar a un lugar que tiene mucho de paraíso terrenal.
Recuerdo aquella mudanza - no de muebles ni de ropas o disfraces reclamados por las exigencias urbanas que suponen el “andar compuestos” según las ocasiones – sino una mudanza de usos, costumbres, tradiciones, modos de ser y de vivir.
El hacer nuestro camino verde, entre gente amable y sencilla, sin apuros ni atolondramientos, sin gritos ni bullangas, con alimentación natural de primera mano, olvidando las más veces los rigores atroces del calendario y las cadenas de hierro de las horas para sentir que el espíritu vuela alto y alegre, recuperar la lectura abandonada, la conversación serena, fortalecer el cuerpo con el humilde trabajo de campo, sentir las ilusiones de plantar nuevos árboles y contribuir con nuestras manos a la belleza natural… ¿no es acaso lo más cercano a vivir en un paraíso terrenal?
Tal mudanza sucedió en el invierno del año del “estallido social” que azotó a las grandes urbanas del país y que – nos dicen – pocos o nadie previó o vio venir en la jaula emporcada del gran Santiago. Ni el Presidente de la República, ni sus Ministros, ni los grandes o pequeños políticos, ni los sabios científicos y académicos, presagiaron el temporal socio-político-cultural-moral que llegaría a la indolente y enloquecida fiesta del dinero y del consumo como el Burlador de Sevilla: seduciendo y deshonrando a la novia, en el mejor momento, sin que el novio “cachara ná’.
En las urbes populosas - no sobre la ruralidad - se llora a mares todavía sobre la mucha leche derramada y por derramar. En nuestros campos se continúa viviendo y trabajando sin agitaciones y sin detener los andares cansinos que marcan las estaciones.
Durante todo un siglo, la migración campo-ciudad fue una conducta social dominante entre chilenos. Ciento de miles de personas de origen campesino abandonaron el campo bajo las promesas vacuas de la urbanidad. Al presente, casi todo cuanto existe de extrema pobreza, crisis habitacional, enormes barrios o comunas marginales, falta de medios esenciales asistenciales, transporte, seguridad, lugares dignos de trabajo que, en conjunto, provocan la crisis de Santiago y de otras grandes ciudades del país, tienen su primer origen en este fenómeno de concentración y despoblamiento del territorio nacional experimentado durante un siglo o más.
Sin embargo, ahora son muchos los que anhelan huir de los grandes centros poblados y volver a las Provincias rurales; porque el vivir humanamente se ha tornado en las “grandes ciudades” imposible para las familias pacíficas de trabajo honesto.
Quizás si en un futuro cercano la descentralización o regionalización del país, reclamada y prometida por años con palabras vanas y mentirosas, no sea fruto de una nueva Constitución, ni de leyes, ni de ofertones políticos. Podrá ser la consecuencia de la decisión de miles de familias que, desesperadas por el mal vivir urbano, vuelvan sus ojos hacia nuestras pequeñas villas rurales y reencontrar en ellas la belleza natural de la vida.
Cuando así suceda, serán miles quienes celebrarán, como nosotros ahora, una nueva efeméride: la del descubrimiento de la ¡BUENA VIDA!
Luis Valentín Ferrada V.
Freddy Mora | Imprimir | 794