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El Diario del Maule Sur
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Opinión 05-06-2022
PROCLAMAR EN CADA LENGUA LAS MARAVILLAS DE DIOS…


Al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían. “¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y en Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. (Hch 2, 1-11)


Siete semanas después de la primera luna llena de primavera- el Pueblo de Israel celebraba Pentecostés, la Fiesta de las Semanas o Ha Shavuot, antigua fiesta de las primicias, en la que se le ofrecía a Dios los granos nuevos, promesa de que la tierra nutricia sería generosa en la cosecha. Con el correr de la Tradición, y por que la salida de Israel desde Egipto, también se conmemoraba en esa misma noche, el día 14 del mes de Nisán, al cumplirse el día 50, se comenzó a celebrar una nueva primicia, esta vez, de parte del Señor: la Alianza hecha en el monte Sinaí entre el Pueblo y Yahveh, su Dios, Alianza sellada con la entrega de la Torah, la Ley.

Ha Shavuot, constituye una de las fiestas grandes del pueblo de Israel, una, entre las que, quienes podían, debían realizar la peregrinación anual a la Ciudad Santa, cumpliendo así con el voto de visitar el Templo, fiesta que , por tanto, movilizaba a los judíos de la Diáspora, la dispersión, que desde los tiempos del Exilio, hacía ya cinco siglos, había resultado con el asentamiento de comunidades judías por toda la cuenca oriental del Mediterráneo, comunidades que conservaban la tradición de los padres y la Ley, pero se relacionaban y comerciaban en las lenguas locales, que para muchos de sus miembros, constituían ya sus lenguas maternas.

Esta es la fecha en la que el libro de los Hechos de los Apóstoles sitúa el acontecimiento que va a señalar el punto de partida del ministerio de la Iglesia, acontecimiento que es al mismo tiempo Primicia, confirmación de la Alianza definitiva e indisoluble entre el Dios y los hombres -entre Cristo y su Iglesia- y Misión que habrá de diseminar a la Iglesia para que la buena noticia alcance a toda la humanidad dispersa por el mundo entero.

Primicia, porque acontece en el inicio de la Iglesia temprana, fruto primero de la Resurrección; Alianza definitiva que revela el sentido de la Antigua Alianza como su prefiguración y preparación, para la Misión de anunciar al por toda la tierra y hasta el final de los tiempos, que el momento del Señor está maduro y ha decidido salir a nuestro encuentro

El misterio que se nos revela en Pentecostés, es el de la libertad de la iniciativa de esta presencia misteriosa de Dios que inundará para siempre la vida de la Iglesia, de la polifónica, polícroma y multiforme riqueza del Espíritu Santo derramado sobre los Apóstoles para animar a los creyentes hasta el último día.

Discípulos y Apóstoles aguardaban juntos el cumplimiento de la última promesa del Señor, tal como era la voluntad de Jesús, según Lucas nos cuenta en el relato de la Ascensión, al final de su Evangelio. Esperaban, sin saber bien qué, ni cuándo, ni cómo, iba a acontecer en este envío prometido; por pura fidelidad y obediencia al amigo; permanecían en oración y en comunión con su tradición; mantenían la esperanza, habiendo ya restaurado el número original de los Apóstoles, los Doce, roto por la deserción y muerte de Judas, incorporando a Matías; en Pentecostés estaban juntos para celebrar el recuerdo de la Alianza, sabiéndose hijos y herederos de ésta, en la que se nutría toda el peregrinar del pueblo de Israel.

Iniciativa del Señor que asiste a su nuevo pueblo, la Iglesia y la quiere Una y Diversa: los discípulos perseveraban unidos en oración; pero sobre ellos el Espíritu Santo se derrama distintamente; el Espíritu desciende sobre todos, sobre la Iglesia entera, pero según el querer de la gracia para cada uno, y en la medida de la vocación y misión a la que cada cual está llamado.


No será necesaria una sola lengua común para poder proclamar la buena noticia del Señor, no se habrá de anunciar de un solo modo que Dios quiere hacer una Alianza sin exclusiones, no será necesario un ejercicio de uniformidad para que la unidad querida por el Padre tenga lugar con el concurso de toda la humanidad. La Iglesia recibe en Pentecostés la vocación de ser Una y Múltiple: un solo corazón, una sola alma, como dirá más adelante el mismo texto de los Hechos para hablar de la primera comunidad, pero que ha recibido del Espíritu el don de poder expresar esa unidad salvando todos los matices, todas las inflexiones que enriquecen la experiencia humana, la vida de los pueblos expresada en sus voces.

Con Pentecostés se cierra la herida abierta en Babel, la ruptura del cielo con la tierra, la experiencia de la diversidad de las lenguas como fuente y ocasión de confusión, de malos entendidos, de sobreentendidos, que siembran el dolor y enlutan la historia de la humanidad.

Con Pentecostés, la historia de este Dios en camino, en nuestra búsqueda, manifiesta cuánto ama también Él esta diversidad en la que florece pródiga la experiencia de los hombres y mujeres en el mundo, al punto de no querer forzar un solo modo de transmitirnos su amor, al punto de no querer restaurar una utópica lengua adámica, sino salir Él mismo -su Espíritu- abriendo los labios de los Apóstoles, para que puedan modular su Buena Noticia en todos los timbres de la voz humana, para que todos podamos decir, junto a esos hombres asombrados ante la puerta de la primera Iglesia: todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.


Raúl Moris G.; Pbro.
Freddy Mora | Imprimir | 628