23-09-2021
El 27 de septiembre de 1973, Santiago, se encontraba en estado de sitio. Desde la Biblioteca Nacional, donde tuve la obligación de asistir a causa un trabajo encargado por el profesor de Lingüística de la Universidad de Chile, donde cursaba estudios de Pedagogía en Castellano, se veía el humo de La Moneda. Todo olía a tensión.
Ese día martes 25 se sepultaba a Neruda fallecido el domingo 23. La movilización hacia provincias era aún escasa, de manera que reservé en un hotel aledaño. En las escalas de la Biblioteca estaban Oreste Plath, Enrique Lhin y tal vez el poeta Tellier. Apenas me divisa, Oreste me dice en voz más que audible: “Vamos al funeral de Pablo. Hay que estar presente”. Esbozo algunas excusas. Oreste es poco tolerante. “¿No me dirás que te da miedo? Vamos a seguirlo algunas cuadras nada más. No puedes ser cobarde”.
Sigo al grupo. Calle Mac- Iver, luego atravesamos el Mapocho hasta el barrio Recoleta, por donde pasaría el cortejo. La gente se agolpa, pero muchos – los más – miran por la ventana. La carroza es un automóvil negro Chevrolet del año 1955 aproximadamente. Pero aquí veo algo que me parece inaudito para el momento: dos motoristas de carabineros escoltan el funeral. Dos más cierran el cortejo. Van lentamente acomodándose al paso de la gente que camina. Uno de ellos se adelanta en Avenida La Paz y detiene el tránsito para que la comitiva fúnebre salga. Seis años antes, el 25 de noviembre de 1967, también un oficial de Carabineros, el Capitán Tulio Rodríguez, acompañó a Neruda desde la Estación hasta el municipio de Parral, donde fue declarado Hijo Ilustre.
Hay decenas de corresponsales. Es mi época de estudiante y una cámara fotográfica es un lujo prohibitivo. Pero pienso comprar los diarios al día siguiente. No hay mucha gente, sin embargo distingo a connotados como Juvencio Valle o Nemesio Antúnez a los que Oreste saluda levantando la mano. Todos apoyan a una llorosa Matilde que lleva un ramo de flores que se deshojan de a poco. No veo militares. Esto le he repetido muchas veces. Y si iban, supongo lo hacían de civil. Hay entera libertad de desplazamiento de los periodistas nacionales y extranjeros por entre la gente. Toman imágenes desde las escaleras de las casas o subidos en las paredes. Alguien grita “¡Neruda!”, y responden “¡presente¡” los integrantes de las exequias. Niños de la calle, a veces descalzos siguen todo como en una fiesta. Cerca del Cementerio, hay un militar con una metralleta vigilando el Servicio Médico Legal o una bomba de bencina. Varios fotógrafos toman vistas con él en primer plano. Esta es la única muestra gráfica de todo el sepelio donde aparece un uniformado.
Los motoristas se abren en Avenida Profesor Zañartu y nuevamente detienen el tránsito. Esta vez se reúnen los cuatro efectivos. Esperan pacientemente que bajen coronas y el público ingrese al camposanto. Uno de ellos conversa brevemente con el conductor de la carroza. Al parecer le ofrecen escoltarlo de vuelta. Éste acepta.
Me despido de Oreste. Lihn y Tellier ignoran mi saludo. Oreste habla sin tapujos del momento y estima habrá una “contragolpe” de fuerzas progresistas.
Vuelvo a pie hasta la Biblioteca y de ahí al hotel. El toque de queda era, según recuerdo a las seis de la tarde.
Al día siguiente adquiero los diarios con las notas del funeral. Hay algunas fotografías, pero no se ven los motoristas.
No los encontré ese día, ni diez ni veinte años después, hasta que llegaron a Chile las imágenes del corresponsal sueco Jan Sandquist,( que vio morir a su colega de profesión, de un balazo, en el tanquetazo de julio de 1973, en La Moneda) quien las sacó del país a los pocos días del entierro del vate. Este periodista reconoce en entrevista del 2013, ubicable en Internet, que no vio militares, pero “que tal vez estaban escondidos”.
La fotografía de los motoristas custodiando el sepelio es de su autoría. Como también fue testigo de la llegada de un Teniente de Carabineros quien, antes de salir la urna desde “La Chascona”, a los pies del San Cristóbal, le dice a Matilde, “quitándose la gorra”, que tiene personal de servicio para custodiar el cortejo. Se escuchan algunas voces alteradas que el oficial no responde y baja hasta la calle para cumplir su función.
Cuando la fotografía con los motoristas llegó a mí poder, escribí una nota en El Mercurio el 18 de agosto del 2002. En ella sugiero al entonces Director General de Carabineros Alberto Cienfuegos, ver forma de identificar a los funcionarios que hicieron aquel histórico servicio en resguardo de los restos de Neruda, en tan difíciles días. El 13 de septiembre de ese año me respondió el Coronel Héctor Manuel Jara Fernández, Jefe del Departamento de Relaciones Públicas de la Dirección General, quien dice que la máxima autoridad de Carabineros tomó conocimiento de mi carta, pero no es posible cumplir con lo pedido, por “el prolongado lapso transcurrido”.
Un motorista, según me refiere un oficial de Carabineros, lo es hasta los 27 años. A 45 años de ese hecho, ese funcionario debe hoy tener alrededor de los 72 años. Reitero que es interés histórico poder ubicarlos.
Foto: El funeral de Neruda y la escolta policial, marcada en un círculo
(Del fotógrafo sueco Jan Sandquist,)
Jaime González Colville
Academia Chilena de la Historia
http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/-neruda-y-carabineros | 03-07-2025 09:07:10