UN ENCUENTRO EN LA PALABRA Taller Literario de la “AGRUPACIÓN CULTURAL GERMÁN MOURGUES BERNARD”

03-06-2025


HISTORIA DE QUIRQUINCHOS
Antonia Verónica de María

Dicen que allá en Punta Arenas, donde los ríos en verano parecen regueros y los vientos corren más rápido que una liebre, en la temporada de los deshielos, en lo profundo de los bosques de lenga, se ven los quirquinchos peludos construyendo, en medio de las aguas transparentes y brillantes del río de las Minas, unos túneles que son verdaderas obras de ingeniería, allí habitan y guardan sus alimentos, tienen caparazón y son solitarios y nocturnos, pero a veces salen de día. Allí en medio de esos parajes, tenía la abuela Quirquincha, una cabañita acogedora, con alfombras de lana de oveja, sobre un viejo piso de madera que alguna vez construyeron los castores a los que nadie quiere porque llegaron a destruir el entorno. Sus estantes llenos de libros, sus tazas de té calentito y sus sopitas de amor eran muy famosas y era capaz de dar los abrazos más largos de la tierra a pesar de su mortecina, áspera y opaca caparazón.
Un día, cuando las nubes se amontonaron como ovejas tristes y entumidas, allá en lo alto, antes de llegar al cielo, sucedió que la abuela peluda, al levantarse, se quedó mirando la pared del living, frente a su dormitorio y se encontró con las mismas fotografías enmarcadas de siempre. Entonces, un dolor muy feo en el pecho y en la garganta le hizo creer que su caparazón pesaba más de lo que podía aguantar. En una de esas fotografías se veía a la Quirquinchita patinadora con su maillot de lentejuelas brillantes. Estaba sentada junto a su hermanito, el Quirquinchito revoltoso y a su papá, Quirquincho magallánico, que se agachó para no verse más grande que su hija patinadora en la foto. Los tres sonreían con las caritas sonrosadas y alborotadas, felices. La abuela Quirquincho no salía en la foto, porque ella la había tomado.
La otra foto mostraba al Quirquinchito revoltoso, mucho más pequeño, con su uniforme de estudiante, el día de su graduación de Kinder. Tenía las patitas bien juntas y el rostro muy serio con los pelitos que le caían en la frente. ¡Qué gigante se veía a pesar de su edad!
Después de un suspiro intenso y profundo, la abuela Quirquincha tuvo un pensamiento que luego lo desechó. Se le humedecieron los ojos. No por el cielo nublado, sino porque extrañaba mucho. Extrañaba a sus dos pequeños Quirquinchitos tanto, que el corazón se le encogía como si le faltara una manta o como si le sobrara su caparazón. Y sabía que el Quirquincho papá también los extrañaba.
Pero el pensamiento volvió y le insistió. Lo sacudió de su mente como si fuera un copo de nieve que se hubiera posado en su hocico. “No, no ahora”, se dijo, y se sirvió una taza de té para distraerse. Pero el pensamiento insistió. Volvió como vuelve el olor del pan tostado a una casa vacía, como vuelve el eco, como vuelve la tristeza, como vuelven las cosas olvidadas, sin permiso. “No seas tonta”, se dijo en voz baja. “¿Para qué remover cosas?”
Sin embargo, el pensamiento no se fue. Se instaló en su cabeza como una piedrecita en el zapato, pequeño, molesto, insistente, inquieto. Entonces, ya sin fuerzas para resistirse, la abuela Quirquincha se acercó a la pared del living. Miró las fotografías, sintió un pinchazo hondo, lento y resignado en su corazón. No porque no los amara, sino porque los amaba demasiado. Y le dolía. Le dolía verlos sin poder tocarlos. Le dolía que su risa estuviera atrapada en un marco y no corriendo por la cocina en bicicleta o con patines, como antes.
Con mucho cuidado, con una ternura infinita, sacó las fotos enmarcadas de la pared y las envolvió en un pañuelo suave. Las guardó en el cajón de madera de lenga, no para olvidarlas, sino para que el recuerdo no le arrebatara su caparazón todos los días, queriendo romperla en tantos pedazos como estrellas; las guardó, sí, pero no porque no las quisiera ver más, sino porque le dolía verlas sin poder abrazar a sus Quirquinchitos.
“Ellos no lo saben” dijo en alta voz, pero hablando para sí, “cada noche rezo por ellos y le pido a Dios un deseo desde mi corazón”. Entonces miró por la ventana y siguió hablando en voz alta, para que el viento pudiera llevar sus palabras lejos, “que nunca les falte alegría; que tengan días soleados, aunque llueva; que siempre tengan a alguien que los abrace fuerte; que peleen sus batallas con dignidad y fortaleza y que recuerden que esta abuela los quiere más de lo que cualquier historia podría contar”.
Parecía que el cielo la estaba escuchando porque finas plumas de aguanieve, como resabio del invierno que se fue, comenzaron a caer, al mismo tiempo que una gota de agua se deslizó desde sus ojos.

http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/-un-encuentro-en-la-palabra-taller-literario-de-la-agrupacin-cultural-germn-mourgues-bernard-2 | 10-07-2025 12:07:19