16-08-2025
Nancy Tapia Navarrete
1. Juan Mihovilovich:
Útero (2020) “se desarrolla principalmente en las localidades de Puerto Cisnes en la Undécima Región de nuestro país, pero muy especialmente en la ciudad de Punta Arenas, a orillas del Estrecho de Magallanes, más precisamente en el Barrio Yugoeslavo de las décadas de 1950 y 1960” (Muñoz, 2020). El motivo del viaje hacia el origen en esta novela provoca el diálogo crítico entre autor, narrador y espacio. Los recuerdos desde un presente, obligan al yo nominal a transitar en torno a las certezas de su existencia.
La novela comienza de una manera violenta y poco convencional, sin embargo, aparece el yo nominal en la introspección profunda e intencionada que permite dar las luces de quiénes somos.
¡Dios mío! ¿De dónde viene este dolor agresivo? A veces tengo unos deseos irresistibles de matar a mi mujer. Si es un deseo irresistible debiera manifestarse en decisiones, en hechos, en acciones. Entonces, ¿por qué no ocurre? ¿Por qué no resuelvo y ejecuto? Pero no sucede, a pesar de que un rencor sordo me lacera por dentro y quisiera golpearla, arrojarla contra una pared, hacerla pedazos; en suma, destruirla. ¿Y qué podría destruir en ella? ¿No soy acaso yo quien me destruyo, me humillo y avergüenzo? Del amor al odio un mísero paso, un trecho insignificante que se cruza en un segundo. Ese sentimiento de desprecio por el otro no es sino el desprecio propio (p.9).
El proceso dialéctico no se detiene, la memoria obliga al narrador-personaje a interactuar con el espacio y el pasado.
Y te vi padre, en una rápida secuencia fílmica, con tu pobre indumentaria de peón carnicero, ayudando a tu padre a sacrificar un cordero en el matadero municipal. Entre sonrisas te desordenaba el pelo de vez en cuando. ÉL era capataz, tu jefe directo en la vida laboral cuando ya sabías lo que era luchar por la sobrevivencia con solo quince años a cuestas. La vieja raza croata bajo la égida del imperio astro húngaro trajo a mi abuelo a este lado del mundo, naciste bajo su protección y aprendiste que el trabajo honrado es justo y bueno. No sabías aún de nuestra madre, pero el destino es caprichoso o es simplemente el destino. Un día te cruzaste con ella a la entrada de una tienda de ropas usadas (p.63).
El yo nominal, constantemente, nos lleva a la introspección profunda e intencionada, su función es reconocernos, comunicarse con el otro, con la persona:
Ando a tientas por esa calle misteriosa que engarza mi presente y pasado como si fueran parte indivisible de lo mismo. Puede ser. Quizás los tiempos se encadenen en una secuencia inmóvil y levemente percibida por una mente afligida, presa de los acosos que el pensar acumula a cada instante en un torbellino insaciable de agobios, pasiones, mímicas y gestos, contradicciones visibles o encubiertas. Camino por esa arteria que es fragmento de mi cordón umbilical, una cuerda que me ata e intento desatar con el peso de los años (p.81).
Salto temporal en el relato en búsqueda de la memoria:
Y está ahí, al fin, la llamada: tu madre ha muerto. Y el silencio. Y el tiempo. Y el espacio. Y el camino recorrido, girando como un torbellino de sentimientos, de pensamientos dispersos que huyen en tropel y quisiera alcanzarlos, arrojarles un lazo y apresarlos, atornillarlos al piso y sacudirlos uno a uno, como quien abofetea las ajadas mejillas de un anciano estupefacto y que nos mira desde el circo de la vida, de la desintegración humana. ¡Dios mío! ha muerto mi madre (p.29).
“Me aferro con fruición al pezón de mi madre. Ya tengo dos años y medio, pero no renuncio a destetarme: allí ha debido cimentarse aún más mi subconsciente complejo de Edipo” (p.177).
La función de la memoria es dolorosa violenta y hermosa, provoca al fin un arraigo o desarraigo del territorio. Nos da luces de lo que somos, nuestra identidad, porque nos hace trascender, comprendemos la existencia propia y la de los demás, y también, quizá, nos perdonemos:
Cinco y media de la mañana. Mis ojos lagañosos despiertan a la vida. El sol se asoma a la distancia, dando su plena luz al horizonte del Estrecho de Magallanes. Me levanto de la silla donde espero desde hace dos horas el amanecer. […] Una gaviota vuela indiferente por encima del río. El astro rey surge ante mí con su poder abrasador. Mi interior grita que estoy vivo y sueño y lloro. Mis ojos se esmeran en desafiar su potestad. No es posible: bajo los párpados y me quedo mudo (p.197).
En síntesis, las discusiones respecto de la autoficción no se deben centrar en qué es ficción narrativa o qué es autobiografía, el objetivo se debe volcar a los elementos narrativos y estéticos que poseen las obras descritas, pues el texto se convierte en un vehículo de comunicación efectiva de la memoria con todos los matices que esta conlleva (pueril, violenta, dolorosa, nostálgica). Trasciende, lo que le permite al ser humano, al final, encontrar sentido a su existencia. Morir para volver a nacer en Mihovilovich; en Zambra, la memoria reconcilia, le da pertenencia, y finalmente en Bolaño, la memoria muestra la esencia del ser degradado en constante cuestionamiento.
En los relatos presentados, especialmente en Mihovilovich, los elementos estructurales del yo introspectivo y los saltos temporales, que van en búsqueda de la memoria, nos entregan certezas en la comprensión de nuestra propia existencia y la de los demás. El viaje al pasado nos obliga a preguntarnos: ¿quiénes fuimos? ¿Pertenecimos a algún lugar? ¿Nuestros vínculos fueron verdaderos? Las respuestas solo se lograrán volviendo “al origen”.
La lengua materna, a través de la autoficción, construye territorio e identidad. Dicha identidad no se extravía, se transforma.
http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/construccion-territorial-e-identitaria-a-traves-de-la-lengua-materna-autoficcion-en-autores-chilenos-ii | 17-08-2025 10:08:08