11-07-2023
Quizás sea el título de esta columna, una de las inquietudes e interrogantes elementales de la filosofía educativa, pregunta que debiese estar muy presente en las mentes de los profesores y orientar cada una de sus reflexiones y prácticas pedagógicas. ¿Es posible educar a un individuo sin tener certeza sobre el fin o el propósito verdadero del acto educativo?, finalmente ¿para qué se educa al hombre y a la mujer?
Primero, es irrenunciable la comprensión de que el acto educativo siempre propende al cambio, a la transformación, a la movilización desde un estado inferior de conocimiento a uno superior. Transitar desde la noción a la certeza, desde lo vacuo a lo profundo o como manifestaría Platón, desde la doxa a la episteme. Educar involucra poner el “marcha” nuestras capacidades sensitivas y procesos cognitivos con la finalidad de avanzar hacia el entendimiento del mundo que somos y del universo que nos rodea. Educar (guiar) o ser educado (ser guiado), implica el reconocimiento del hombre como un ser capaz neurobiológicamente para adquirir y asimilar información de su entorno, reflexionar entorno a ella y crear posterior a ella. De esta manera, si el encéfalo humano especializado para el aprendizaje requiere naturalmente ser educado, el fin de la educación debe ser responder satisfactoriamente a esta necesidad educativa orgánica. El acto educativo entonces, es uno totalmente vinculado a la naturaleza del hombre mismo, correspondiente a las características de su conformación neuroanatómica y a las cualidades que se desprenden de ella: la curiosidad (apetito intelectual) y el sentido trascendente (el apetito espiritual).
La educación es el puente entre la interrogante y la respuesta. La interrogante es el hombre, el puente es el proceso educativo y la existencia o no existencia de una respuesta al otro extremo del puente, dependerá exclusivamente del hombre. Si el hombre no se interroga sobre sí mismo o sobre su entorno, jamás avanzará y cruzará el puente, puesto que sin interrogante no hay como producto una respuesta y sin respuesta no hay necesidad de puente alguno que deba ser transitado. Conclusivamente, sin el hombre no hay pregunta, puente ni respuesta. De esta forma, el propósito máximo e inequívoco de la educación ha de ser inclaudicablemente el hombre en sí mismo.
El hombre pregunta, el hombre construye el puente y el hombre accede a una respuesta o a una nueva pregunta. Feliz es aquel que encuentra al otro extremo del puente una nueva pregunta, porque la respuesta definitiva detiene el paso, pero la interrogante posibilita el seguir avanzando. Ahora bien, hay quienes hoy valoran mucho más al puente o a la respuesta que al individuo, que a la persona. Docentes cuyo fin educativo es simplemente diseñar e implementar métodos o mecanismos (puentes) educativos que faciliten el acceso a una respuesta anhelada (altas calificaciones, altos porcentajes de egreso, obtener resultados aceptables en mediciones nacionales estandarizadas entre otras). Puentes que muchas ocasiones, son levantados en periodos de emergencia. Sociedades e instituciones educativas enfocadas en el cómo educar más bien en el para qué educar o a quiénes educamos. Y aunque, sí es necesario edificar puentes de excelente calidad, la infraestructura siempre debe estar al servicio del hombre que hace uso de ella. Consecuentemente, los métodos y los procesos educativos sí son necesarios (puentes bien construidos y señalizados) ya que sostienen el avance del aprendiz y facilitan el acceso a ciertas certezas, pero nunca su valor ha de ser superior al del estudiante particular y colectivamente.
El fin de la educación es el hombre, pero no el hombre en su estado vegetativo inicial, sino más bien, el hombre en un estado superior, el nuevo hombre, el hombre que ha progresado en cada una de sus dimensiones constitutivas: biológica, psicológica, social y espiritualmente. El hombre que no reproduce, el hombre que crea.
¿Ha perdido entonces el rumbo la escuela actual referente al verdadero fin de la educación?, ¿se han extraviado las comunidades profesionales de aprendizaje y las comunidades educativas en su totalidad?, ¿se han desorientado aquellos que diseñan e implementan políticas públicas educativas a nivel nacional?, ¿qué tan ciegos estamos los docentes ante esta realidad? La brújula se ha roto, ya no funciona más y el que la lleva en sus manos aún no se ha percatado.
La consecuencia de enaltecer la funcionalidad del acto educativo y la instrumentalización del estudiantado, despreciando así los fundamentos filosóficos de la educación, es la realidad actual que vivimos educadores y estudiantes del siglo XXI: establecimientos educativos con aulas repletas de alumnos obligados, sin motivo y desorientados y aulas con profesores sin compromiso, sin sentido y también muy desorientados. No se es feliz enseñando ni aprendiendo, no se es libre educando ni siendo educado.
Esta escuela y muchos de sus docentes han caducado, hay necesidad de hermosearla, despedirla y extirparla. Una nueva pronto habrá de florecer y junto a ella nuevos frutos y flores embellecerán el panorama. Nuevos cielos y una nueva tierra.
http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/cual-es-el-verdadero-fin-de-la-educacion | 07-05-2025 08:05:48