La gran urbe (corazón de piedra)

21-09-2022



(Carolina Farr)

-¡Pero mija!- Dice don Juan; divertido y aguantando la risa. -¡Apriete las piernas contra la yegua pue’! ¡Golpee las ancas con la fusta!
Y así fue como logré salir al galope, sin tener que pasar por el trote otra vez.
Siendo hija de agricultor y viviendo toda la vida en el campo, no me sostenía de un caballo sin resbalar de su lomo y terminar en el suelo.
-¡Ve que puede!- .
-¡Si se muestra insegura, la bestia la domina a uste’! –
Un año después recordaría sus palabras.
No fui educada para enfrentar las dualidades de la vida, la que sentía como una centrifuga lista para lanzarme fuera si no me aferraba a ella y seguía el ritmo de la gran urbe y me adaptaba a su carácter intelectual, distante y frívolo, generando cambios por un bien mayor.
“Si se muestra insegura, la bestia la domina a uste’”. Y ahí estaba yo, en un mundo que no conocía, totalmente desarraigada, parada frente a una escalera que se movía sola, mientras la gente pasaba sin verme. Tomé aire y bajé por la escalera tradicional.
Tenía 18 años cuando llegué a Santiago con mi melliza.
Me matriculé en Decoración de Interiores en un prestigioso instituto de Las Condes y mi hermana en Secretariado Bilingüe en el Instituto Chileno Norteamericano.
Nos encontrábamos al final del día en el departamento arrendado en San Crescente; ubicado sobre el garaje de una casa, que se convertiría en el único lugar donde podría refugiarme del incesante ruido, de las miradas indiferentes y la frialdad de la gente.
No podía llegar al espíritu indolente y altivo de la gran ciudad, sin abandonar mí propio espíritu. No iba a surgir sin primero desaparecer en su corazón de piedra.
La aversión era mutua. Estaba fuera de lugar, colgada de un mundo competitivo lleno de apariencias, resbalando por las paredes de los altos edificios, corriendo en feroces micros, en un mortificado trote, luchando por no caer, por no ser aplastada y sofocada entre el gentío.… y abandoné.
Ante la furia de mi padre, abandoné mis estudios antes de cumplir un año para volver a la tranquilidad de mi pequeña ciudad, a la sonrisa amable de la gente al pasar, a la brisa, a la lluvia. Volví al andar lento, a la libertad de mi bienestar, comprendiendo que mi lugar estaba donde no tuviera que dejar de ser.
Como no me darían otra oportunidad para estudiar, me tocó subirme a la incertidumbre. Conseguí trabajo en un supermercado y por la noche estudiaba secretariado. Mi fin mayor era tener mi propia familia, y así es como, por muchos años, ser mamá y dueña de casa, fue mi máxima realización. Más allá de eso era arriesgar, era estar fuera de casa en un mundo al cual conquistar.
--¿Para qué querría yo dominar bestias fuera, si tenía ángeles dentro?-- y me quedé mimetizada entre las blancas paredes por un largo tiempo.
Los niños crecieron, se fueron un día…y, sin darme cuenta desperté con canas. Vi con mayor claridad que elegí una vida que me hizo feliz. Desistir de estudiar en Santiago, de su carácter impersonal y corazón cristalizado, fue mi salvación, mi libertad, y también el inicio de una vida más valiente.
Entonces,… estudié para ayudar a otros y en el camino he recibido, tanto o más de lo que doy.
Dejé ir a la bestia. No necesitaba una fusta. Solo debía tener el valor de reconocer y tomar los dones con los que nací y pulirlos a fuerza de cariño y de confianza, para compartirlos con otros.







http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/la-gran-urbe-corazon-de-piedra | 23-04-2024 07:04:25