06-05-2025
Patricio González Colville
Los teóricos del cine expresan que en cada película hay dos miradas: las imágenes explícitas al espectador y aquellas que dialogan en el subtexto; el mensaje oculto que el director ha querido expresar, de forma crítica. Todo cine arte está construido bajo estas premisas. Este mensaje solo se puede captar y entender al ver este arte de forma intelectual; es decir “leer entre líneas lo que las imágenes y el sonido van revelando”.
Cuando se filma se encapsula en tiempo y con él los personajes que participan. En la película “Historias de Aldea” muchos de los personajes que cuentan oralmente sus recuerdos del pasado formativo del pueblo, ya han fallecidos. Sin embargo esos recuerdos se preservaron gracias a la oportunidad en que fue filmada (2005). Cada secuencia progresivamente va entrelazando la manera en que el pueblo cuenta una historia, la cual puede ser la de el mismo o escuchada de sus antepasados. No son historias que hayan quedado registradas en algún documento oficial; sino que son vivencias que le otorgan un valor único. Ahora que ya no están, el film guardó esas historias que perduraran para siempre. De no haberse filmado, se habrían perdido para siempre. Quien visione este documental (disponible en YouTube “Historias de Aldea” Patricio González Colville) podrá apreciar que un pueblo se construye sobre la base de fuerzas antropológicas y geográficas que le van otorgando progresivamente una identidad y pertenencia: es lo que se denomina “cultura”, la cual va más allá que una simple festividad gastronómica asociada al producto comestible o bebestible de moda estacional. La escala cultural tiene muchos escalones, este es el primero y más básico. Quizás en el futuro se logre subir a etapas más superiores y trascendentales. Los valores que se filman en esta película, son aquellos universales que son comunes a cualquier comunidad que ha sido fundada en base a una geografía agrícola: trigo y vino. Desde allí se fueron plegando y armonizando una serie de características asociadas a la civilización cristiana, heredada de los españoles. Pero también surge un realismo fantástico que Gabriel García Marques expone en “Cien Años de Soledad” (editorial Sudamericana, 1967) y que Juan Rulfo describe en “Pedro Páramo” (Fondo de Cultura Económica, 1955). La convivencia entre vivos y muertos. En el documental de Villa Alegre se observa como algunos relatos se referían a que los muertos volvían al pueblo, a las habitaciones, para conversar, cuidar y velar por los suyos. Este realismo mágico surgió de forma espontánea en las imágenes filmadas. Este convivir entre almas vivas y muertas, que Ingmar Bergman refleja en el film “Fanny y Alexander” (1982), se ve reflejada espontáneamente en los relatos rescatados en el documental. Lo anterior también fue centro de interés del cineasta chileno Raúl Ruiz en “la Recta provincia: Mitos y leyendas del campo chileno” (2007). Pareciera ser que esta forma de realismo mágico no fue inventada en la literatura o el cine, estaba presente en la geografía latinoamericana. Solo bastaba filmar (saber mirar fílmicamente) en algún lugar rural y aparecían espontáneamente esas visiones. Incluso de almas que al morir ascendían al cielo desde las viejas casonas, a la vista plena de familiares. Al contrario, la presencia del diablo, siempre vinculado a bodegas y vino, eran posibilidades de adquirir riquezas bajo pactos de sangre. Pactos que a veces se rompían si al morir, quien le debía el alma, se hacía velar en un bosque oscuro en la noche, acompañado de un rezador, mientras el diablo rodeaba el círculo sagrado sin poder ingresar para cumplir su trato. Esta imagen reflejada en la película recuerda la obra “Fausto” (1832) de Goethe: “Un hombre inteligente y ambicioso que, insatisfecho con su vida, hace un pacto con el diablo para obtener conocimiento y placeres ilimitados, a cambio de su alma”. En el caso de Villa Alegre era una explicación humana al porque un hombre se hacía rico en forma repentina. Un hombre, que igual que Fausto, se paseaba con el diablo por los corredores de su hacienda.
Las imágenes filmadas del vino y la vendimia otoñal enmarcan un panorama que se asocia con el cuadro de Francisco de Goya “La Vendimia” ( 1787, Museo El Prado, España). El paisaje de las amarillas viñas villalegrinas parece sacado de los campos de La Rioja, España; se suceden escenas de recolección de la uva. La cámara se detiene en los personajes que corren con el canasto de uva sobre sus cabezas: sus rostros recuerdan algunos personajes de pinturas de Velásquez: “Las Meninas” (1656) o “El Triunfo de Baco” (1629), ambas en el Museo El Prado.
Un hecho significativo y que une en el tiempo con el teatro griego, son las representaciones que durante cada aniversario de la comuna (6 de mayo) exponen los alumnos de las escuelas de la comuna en la plaza de armas (el ágora griego). Lo significativo es que cada año representan un hecho histórico vinculado al pueblo: al hacerlo frente al público que les rodea, teatralmente lo van educando para recordarles su propia historia: cada aniversario es un tema distinto y con ello elevar el conocimiento y pertenencia de las personas a un espacio geográfico común, tal como lo hacía con sentido pedagógico, hace más de dos mil años atrás, el teatro griego.
Al incluir películas en 8 y 16 milímetros, de los años 1940 a 1960, se introduce la visión del pasado. En estas imágenes se observa un pueblo más simple, pero encuadrado en las mismas tradiciones que ahora realizamos, casi de manera circular, en lo temporal.
Del global de escenas de “Historias de Aldea” se deducen algunos escenarios que son propios de aquellos pueblos que olvidan rápido su pasado. Algo existencial se aprecia en los personajes, casi la totalidad de ellos ya muertos. El sentido (o sinsentido) de esas muertes otorga una visión como si ese Villa Alegre se hubiese ido definitivamente y con ellos el esfuerzo que hicieron, hace más de 80 años, por lograr algo que ya olvidamos. Ninguno de los que relatan la vida de su aldea está aquí ahora. Quizás, al igual que el realismo mágico de Gabriel García Márquez y Juan Rulfo, o del existencialismo de los cineastas Bergman y Ruiz, vuelvan estas almas a, través de la luz del cine, a mostrarnos cuál fue su esfuerzo pasado. De esa forma no otorgar sentido a la frase del poeta romano Ovidio: “el olvido es la mortaja de los muertos” (y de los pueblos). O, como lo expresará el director de cine alemán Werner Herzog, “la conquista de lo inútil”.
http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/la-historia-de-villa-alegre-en-el-cine-20-anos-del-documental-historias-de-aldea-segunda-parte | 06-05-2025 07:05:59