13-08-2025
Juan Pablo Catalán, académico Facultad de Educación y Ciencias Sociales UNAB.
Otra vez amanecimos con liceos públicos tomados. Otra vez jóvenes con carteles, mochilas y demandas. Otra vez, la educación pública en crisis. Esta vez fue en Santiago: el Instituto Nacional, el Liceo 1 Javiera Carrera, el Manuel Barros Borgoño, entre otros, alzaron la voz frente a la indiferencia de una gestión municipal que —según los propios estudiantes— no ha querido escuchar. Pero más allá de un petitorio o un alcalde, lo que se ha tomado realmente es la memoria colectiva de un país que no ha sabido cuidar sus escuelas y liceos.
No es un hecho aislado. Chile tiene una historia larga de estudiantes que han debido salir a la calle para defender lo que debería ser un derecho básico: aprender en condiciones dignas. Desde la “revolución pingüina” hasta las actuales movilizaciones, lo que subyace es un abandono estructural de la educación pública. No se trata solo de pupitres rotos o baños sin agua: se trata de un modelo que ha segregado a los jóvenes según su cuna, perpetuando las desigualdades en lugar de corregirlas.
La OCDE ha advertido que en países como el nuestro, donde la brecha socioeconómica condiciona el rendimiento escolar, es deber del Estado invertir decididamente en la educación pública como motor de equidad (OCDE, 2023). La UNESCO lo ha dicho aún más claro: sin inclusión y justicia social, no hay calidad posible (UNESCO, 2021). Y el propio Mineduc en su Estrategia de Reactivación Educativa declara que fortalecer la educación pública es “una prioridad para el desarrollo sostenible del país”.
Y sin embargo, seguimos sin escuchar a los estudiantes como lo que son: sujetos de derecho, ciudadanos activos y actores claves del sistema educativo. Cuando redactan petitorios, solicitan audiencias, organizan asambleas o protestan con argumentos, no están desordenando los establecimientos educacionales, sino ejerciendo una ciudadanía activa que el sistema debería acoger y fortalecer. Como decía Paulo Freire: “la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. Negarse al diálogo es negar la esencia formativa de la escuela: formar personas críticas, participativas y comprometidas con lo público.
Esta columna no busca justificar las tomas. Pero sí urge a preguntarnos: ¿por qué los estudiantes sienten que cerrar un liceo es la única forma de abrir una conversación? ¿No será porque se han cerrado todas las demás puertas?
La propuesta no es nueva, pero sigue siendo urgente: Chile necesita tomarse en serio su compromiso con la educación pública. Eso significa financiarla de verdad, dotar a las escuelas de espacios dignos, cuidar a sus docentes y, sobre todo, abrir canales reales de participación. No es justo ni sensato que las decisiones importantes se tomen a puertas cerradas sin escuchar a quienes viven la escuela todos los días. Es hora de que los municipios y el Estado den un paso al frente y creen espacios permanentes donde los y las estudiantes tengan voz y voto en lo que afecta su aprendizaje: convivencia, infraestructura, presupuesto. Ya no basta con promesas o discursos bien intencionados. Lo que se necesita ahora es voluntad y acción.
Porque mientras sigamos tratando la protesta como un problema, y no como una señal de alarma, la verdadera violencia no estará en la toma de un liceo, sino en la normalización de su abandono.
¿Cuánto más aguantará la educación pública antes de que dejemos de verla como un gasto y la entendamos, por fin, como la más urgente inversión de nuestro tiempo?
http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/liceos-en-toma-hasta-cuando-se-posterga-la-educacion-publica | 14-08-2025 07:08:03