Los incrédulos

30-07-2022



(Ricardo Álvarez Vega, contador auditor)

Cuando yo era niño teníamos una biblioteca en casa, sí una biblioteca y no me refiero a un estante biblioteca, sino que a una sala que ya era parte de la casa y que por todos sus muros tenía repisas de madera, por cierto bien elegantes.
Bueno, la casa era vieja ya en aquel tiempo y era arrendada pues no teníamos casa propia.
Mi abuela materna, Lola, que era una asidua lectora la había llenado parcialmente con sus libros y también habían colaborado con los suyos mi Mamá y un tío profesor que también vivía con nosotros. Era como ya les dije una biblioteca.
Mi abuela Lola que en su juventud había trabajado en Correos y Telégrafos y era literalmente como la jefa de la casa, se había preocupado de darle un orden a los libros. Así permanecían agrupados los libros de historia, en otro sector los de ciencias, en otro las novelas y así estaban muy organizados.
A mí me fascinaba entrar ahí y muchas veces dije que tenía que hacer tareas imaginarias sólo para que se me permitiera permanecer sin restricción en esa sala.
Pero la biblioteca tenía un secreto, ¿fantasmas?... nada de eso.
El secreto era que en uno de los estantes, en la parte más alta de este, inalcanzable para mí, había una serie de libros de distintos portes que ya de verlos te causaban curiosidad.
¿Cuál era esa diferencia? Era que estaban con sus lomos hacia la pared, es decir, no daba para leer sus títulos.
Ah no, eso no era justo con un niño de diez años, algo debía hacer.
A diferencia de las bibliotecas reales, la nuestra no contaba con esa típica escala de madera, así que hice una base con dos sillas y apoyando en ellas uniformemente las patas de una tercera, es decir, dos patas en una y dos patas en la otra, como en un acto de equilibrio de circo escalé y subí en dirección a los libros prohibidos.
Qué emoción fue tomarlos y develar su misterio.
El primero que tomé fue un tal de “Kamasutra”, incluso con diseños, que claro, debo ser sincero, no me hizo mucho sentido entonces y rápidamente volvió a su lugar.
Así fui pasando por cada uno hasta que llegué a uno que me llamó mucho la atención, pues en su portada salía una actriz muy famosa en aquellos años: Mia Farrow, ¿la recuerdan?
El libro en cuestión se llamaba “El bebé de Rosemary”.
Pucha, era raro que ese libro me estuviera prohibido así que bajó conmigo, desarmé mi “andamio” y se fue muy oculto para mi dormitorio.
Ay Dios, cómo sufría la pobre Mia en ese libro. Bueno, en realidad era Rosemary quien sufría pues su cariñoso, su devoto marido la había llevado a vivir a una casa donde sucedían las cosas más extrañas. Ella inocentemente se las contaba y él le decía que se calmara que las casas viejas son así y luego una serie de explicaciones que la hicieron sentir que estaba enloqueciendo. Ella entonces estaba sola, viviendo una realidad de terror y sin que la persona más cercana, aquella que más quería le creyera y para que decir, la apoyara.
Su marido era un incrédulo. Bueno, luego se supo que esa incredulidad era… Ah para qué contarles el libro si aquí puede haber algunos que aún se interesen por leerlo. Háganlo, es bueno.
Bien, hoy muchos de nosotros somos “Rosemarys” que sabemos la verdad y se las contamos al resto, diciéndoles que la realidad política de Chile es parte de una horrorosa confabulación, que nos llevará irremediablemente al descalabro total. Pero no nos creen o se hacen que no nos creen, actuando con una rara y muy conveniente incredulidad.
No obremos con inocencia amigos, que aquí hay literalmente fuerzas del mal que quieren destruir lo que hasta hoy conocemos como República de Chile. No seamos como la pobre Rosemary buscando apoyo en terceros, estamos solos, pero aun así somos muchos más.


http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/los-incredulos | 09-07-2025 06:07:42