13-06-2025
Jaime González Sanhueza
Periodista
Divulgador Pensamiento Crítico
Algo cambió en el aire. No sé si fue radical o esporádico. Estaba en la misteriosa habitación de penumbras de la calle París. Una morada amable para el errante maulino. Mi hijo Felipe ríe asombrado con los cuasi argumentos cantinflescos de Ricardo Gareca. Allí tuve de esos flashbacks que atrapan por algunos segundos. Me sumergí por breves instantes en esos veranos de la infancia junto a los amigos, sin destino, por Villa Alegre. A lo lejos ríe un niño. Mi abuela me llama a comer helado con galletas. Despierto. Felipe muestra una vieja genialidad de Alexis Sánchez. Otros años. ¿Otra vida? Recuerdo que antes, ahora sólo a veces, cada vez que veía un atardecer desde un bus o un auto, solía decirme: “Qué perfecto es esto”, sin al instante pensar: ¿Debería pasar algo? Ansiedad. ¿Realmente esto se puede acabar en cualquier momento y uno está preocupado de lo que dijo o no dijo no sé quién?. El temblor existencial no tiene horarios.
Temor y Temblor
La historia de la humanidad está llena de catástrofes, temblores, terremotos, crisis, locura, muerte, y también de vida, poesía, ciencia, Dios, fe, amor, arte, belleza. Es como Apolo y Dionisio, un binario de polos opuestos: tal es la vida-muerte. Las catástrofes, sean del tenor que sean, suelen dar un giro importante hacia la humildad. Las colectivas nos arrastran a todos; las personales, nos rasgan desde adentro.
La catástrofe existencial fue cuando el nazismo destruyó al líder hombre con poder, racional, capital y tecnologico. La llegada a la Luna abrió mentes, sin duda. El descubrimiento del fuego, ocurrido hace aproximadamente 1,5 millones de años, cambió radicalmente la estructura de las sociedades primitivas. Para aquellos antepasados, con otra matriz mental, el fuego fue quizás en un principio Dios, la guerra, el poder.
Verano de Muerte y Resurrecón.
El COVID, para mí al menos, fue fuerte, angustiante, intenso. En un minuto pensé que era el fin. Me llevó al extremo de mis incertidumbres. Puso la mano en la llaga menos aceptada: la muerte. ¡Nos podíamos morir ahora!, pensé. Vi miradas de desolación, la pérdida de sentido. También vi —quizás— lo que llaman fe. Un día de febrero de 2021, mi madre me dice: “Mire la llama, hijo, de la vela”. Parecía mágica, con distintas tonalidades. Nunca he vuelto a ver ese amarillo. “Hoy tendremos buenas noticias”, replicó. Y así fue. Un amigo cercano se salvó de morir solo en una habitación de hospital. ¿Qué fue eso? ¿Casualidad? ¿Dios?
¿A ustedes qué se les movió existencialmente con la pandemia, de la cual hoy casi no se habla? ¿Por qué ya nadie la nombra? Un estudio de 2023 publicado por The Lancet reveló que la pandemia tuvo un impacto significativo en la salud mental global, aumentando en más de un 25% los casos de ansiedad y depresión. A pesar de ello, se ha instaurado un silencio colectivo, como si hablar de ello fuese tocar una herida mal cicatrizada. Desde mi visión, la pandemia funcionó como medidor de obediencia ante el pánico. Las estructuras biopolíticas y de poder lo saben. Nos encerraron en nuestras casas. Hubo que seguir protocolos que, según la ciencia y el poder de turno, eran los correctos. Todos cooperamos, creo. Recuerdo en mi trabajo, en las etapas finales de la pandemia, hacer conciertos al aire libre, todos con mascarilla. Cumpleaños. Matrimonios. Mucha gente dejó de verse, de visitarse, por diversos motivos. Otros murieron sin funeral. De otros, no se supo más.
Hubo extensos y discutibles protocolos de movilidad. Por otro lado algunos dicen que la pasaron bien con los bonos AFP. El alcohol gel era omnipresente. Con los años nos hemos ido relajando en esa obsesión bacteriana. Todo bien. No soy antivacunas. Me vacuné. Sin embargo, hay un movimiento creciente que sostiene que las vacunas dañaron a mucha gente. Quizás en unos años sepamos qué fue lo que realmente pasó.
Lo más interesante es que el post-COVID: es un mundo huraño y desencantado. Como responsable de esta columna, no puedo asegurar si el virus fue creado ni si las vacunas causaron daño masivo. Espero que la ciencia se pronuncie con transparencia. Les cuento lo último: un estudio en macacos, aún no revisado por pares, muestra que el SARS-CoV-2 puede replicarse en tejido testicular y del pene, lo que podría explicar disfunción eréctil en algunos pacientes post-COVID. ¡Impotentes!
Utopias que no llegaron
Se suponía que después del COVID nuestro mundo sería una nueva humanidad. Grecia quedaría pequeña ante la sabiduría de los “salvados”. ¡Es otra oportunidad!, decíamos. No discutiríamos por asuntos menores. Otra sociedad: más amable, menos capitalista, más empática, más humana. Los ambientes laborales serían otros. Otra humanidad, llena de utopías.
¿Y qué pasó? No hay un consenso claro, pero informes médicos muestran que entre 2019 y 2021 se produjo el mayor aumento global de trastornos mentales registrado hasta ahora. ¿Por qué “trastorno”? Trastorno viene del latín disordinare: desordenar. ¿Quién define qué es orden o no? El poder, claro. Aun así, la medicina ayuda a muchos, pero también esconde lo profundo. ¿Y qué es lo profundo? Bueno, todos vamos a morir, me dijeron ayer.
Platón dijo que este mundo es falso, copia de otro perfecto. El cristianismo resolvió la muerte con la resurrección de Jesús. Si fue cierto, un día, con inteligencia artificial, quizá lo veamos. Pero si se lleva al fondo la pregunta por el porqué, se llega a ese liberador "no sé". No es ignorancia: es sabiduría aceptar el no saber. Como yo, creo. Realmente no sé qué pasó post-COVID, pero algo se movió.
Lo que sí quedó más evidente fue el gran vacío existencial que se respira. En el repudio, en la intolerancia. Hay una apatía normalizada. Lo entiendo. Hay delincuencia, temor, tensión. Cada cual se salva como puede. Además, vamos todos apurados, ansiosos. Los tacos ya no son solo cosa de Santiago. En la Región del Maule, como dice un amigo, “son de culto”. Parece que creció el parque automotriz ¿Efecto retiro AFP?
.
Post pandemia: hay que producir más, rendir más, mostrar más. Siempre en un grado de competencia y tensión. Lo que uno podría llamar: una esclavitud posthumana. Si te va bien, crees que no eres parte de esta esclavitud invisible. Todo perfecto, vida resuelta. Eres más que Messi. En todo caso, siempre fue así. Solo que ahora somos más, y las redes sociales lo hacen más evidente. Redes vemos, corazones no.
No se trata de dinero, por favor. Se trata casi del grito de un ciudadano que quiere respeto y dignidad. Casi una ética de la vía pública. Es difícil todo y caro. Escribir esto, no sé si es aporte. Antonin Artaud hubiese gritado en plena calle: ¡Cállense todos!
El Otro
Creo que al final todo se trata del otro, de la otredad. ¿Quién es el otro? ¿Cuál es mi relación con el otro? También se trata de límites, claro. De empatía emocional, que tanto falta. Somos una bandada herida. Si el mundo parece distópico, los únicos culpables somos nosotros, como historia.
Y al parecer, el ser humano nunca aprende la lección. La tecnología, aunque ha permitido avances extraordinarios, no ha sido capaz de resolver los problemas ontológicos más profundos del ser humano: el ser, la muerte, el sentido, el enigma radical de existir. Todo esto sigue latiendo, como una herida abierta, pese a los algoritmos, las redes y los satélites. Quizás, después de todo, seguimos siendo los mismos que miraban el fuego como un dios temible y sagrado.
Seguimos excluyendo a la diferencia, exigiendo que todos encajen en un molde, en una fórmula diseñada para un sistema que claramente está en colapso. Aún nos cuesta aceptar lo diverso, lo disonante, lo que no se ajusta. Quizás la solución no esté en una gran revolución tecnológica, sino en un simple acto humano: volver a mirarnos a los ojos con sensibilidad y empatía, con quien sea, sea quien sea. Quizás, la vuelta a esa casa en verano, donde escuchabas a tu familia reír a lo lejos, tus primos, la música, el olor a verano… quizás la belleza está ahí: en cómo tratamos a diario con el otro. Como un triste poeta ignorado, vaya este mensaje desde el Papa hasta los presidentes, youtubers, cantantes urbanos, docentes, doctores, comerciantes, jefaturas, senadores, diputados… Y si el Presidente quisiera, podría hacer una ley. Poética, claro. Esas son las que más alegrías traen al espíritu cuando este se aleja. Felipe juegay rie, mientras la brisa de la calle Paris parece traer un aire nuevo. ¿Aún podremos salvarnos los unos a los otros?
http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/post-data-para-los-hundidos-y-los-salvados-post-covid | 14-06-2025 03:06:03