16-05-2025
María de la Luz Reyes Parada
Escritora, bibliotecaria
La conocida frase “la moda no incomoda” pretende ser optimista, incluso alentadora. Sin embargo, pocas ideas han sido tan bien disfrazadas. Basta imaginar unos jeans ajustados en pleno verano, con 40 °C a la sombra, para que el mito se desmorone. La moda, sin duda, puede incomodar. Y no solo por lo físico, sino también por lo que representa: es un lenguaje que, a su manera, interpreta el tiempo histórico, social y cultural que habitamos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, las mujeres comenzaron a usar pantalones al incorporarse a los trabajos que antes realizaban los hombres. Fue una decisión práctica, pero también una acción con sentido político. En primer lugar, demostró que ellas también podían asumir espacios de poder. En segundo, reveló que la ropa —por más superficial que parezca— nunca es solo ropa. Siempre dice algo más. Y aunque a veces cueste interpretarla, comunica con fuerza.
No se trata solo del pantalón. También prendas como los bototos y las casacas pasaron, sin mayor escándalo, al clóset femenino. En cambio, cuando aparecieron el corsé, el sostén o el bikini, la reacción social fue inmediata. No faltaron las críticas, ni tampoco los gestos de censura. Porque la moda, al fin y al cabo, siempre ha sido un terreno de disputa entre costumbre y cambio.
Hoy, uno de los herederos de aquellos cambios es el pantalón sastrero, en combinación con el clásico blazer. Juntos conforman el conocido “traje de dos piezas”, un conjunto que marcó el estilo de vestir de los años noventa. Era práctico, elegante y tan versátil que bastaba con uno solo para muchas ocasiones. En nuestra ciudad, tiendas como Casa Damar, Boutique Lopsan o Casa Hojas, mostraban vitrinas con trajes de lanilla, gabardina o casimir. Había hombreras grandes, botones dorados, chalecos que combinaban con falda o pantalón, y blusas con vuelos. En Novedades Lula o en el Palacio de las Medias, encontrábamos pañuelos, pantys de colores, chalecos o medias transparentes. Arreglábamos calcetines, recogíamos puntos, ¡incluso teñíamos la ropa para darle una segunda vida! Prácticas que hoy, sin duda, deberíamos volver a considerar, sobre todo en una época marcada por el consumo rápido y la ropa descartable.
Un solo traje, en negro o azul, servía para distintas situaciones según los accesorios: un pañuelo, una bufanda o un gorro de lana bastaban para cambiar completamente el estilo.
Por eso, es importante reconocer el trabajo de modistas, sastres y costureras. Oficios que no solo crean ropa, sino que también la transforman, la ajustan, la reviven. Merecen un homenaje especial las técnicas casi olvidadas como la costura invisible o la reparación de pantys. Oficios sencillos en apariencia, pero con un valor enorme, incluso desde el punto de vista ecológico.
Porque al final, no hablamos solo de ropa. Hablamos de economía, de cuidado, de igualdad, de posibilidades. La ropa, sí, es ropa. Pero también es una señal de cómo vivimos y hacia dónde vamos. Hoy, los pantalones sastreros, las chaquetas combinadas, los colores y peinados de inspiración retro, nos devuelven imágenes de otro tiempo. Tejer a palillos ya no es una moda pasajera: estamos volviendo sobre nuestros pasos y retomando prácticas que cuidan el bolsillo y también el alma. ¿Será que mirar hacia atrás, aunque sea por un momento, nos permite soltar el presente con un poco más de calma?
http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/remendar-el-pasado-vestir-el-futuro | 16-05-2025 09:05:21