YO TAMPOCO TE CONDENO…

03-04-2022




Jesús fue al monte de los olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces de sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?” decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: “Aquel de ustedes, que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”. E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí e incorporándose le preguntó: “Mujer ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le respondió: ”Nadie, Señor”. “Yo tampoco te condeno –le dijo Jesús- Vete, y, desde ahora en adelante, no peques más”. (Jn 8, 1-11)



En el Antiguo Testamento, en la sección griega del libro del profeta Daniel, se nos transmite una historia que da cuenta de la Justicia de Dios: aunque los injustos se coludan y la injuria se cierna sobre el inocente, el Señor se las arregla para suscitar de en medio del pueblo al justo que hace resplandecer su Justa Sentencia delante de todos, para absolver al que nada ha hecho.

Se trata de la Historia de la Casta Susana (Dn 13, 1-60); haciendo un sucinto resumen de este relato, la historia se cuenta más o menos así: Susana, una mujer cuya belleza física está a la par con sus cualidades morales y su observancia de la religión de sus padres, virtuosa esposa de un notable del pueblo judío exiliado en Babilonia, no cede a las acechanzas y a las abiertas y deshonestas proposiciones de dos ancianos jueces, que por su belleza -la de ella- y por la carga de sus pecados -los de ellos- han caído presas de una pasión irrefrenable.

Despechados ante la decidida negativa de Susana, ante la firmeza moral de su carácter y ante la hondura de su convicción religiosa, deciden acusarla falsa y públicamente del crimen de adulterio, con lo que ella se hace rea de muerte. Todo parece estar perdido para Susana, pero Dios, que en su justicia no habrá de permitir la deshonra y la muerte violenta de los que siguen sus caminos, despierta el espíritu profético en un joven del pueblo, Daniel, quien logra demostrar delante de la asamblea la inocencia de Susana, poniendo en evidencia ingeniosamente la mentira de los acusadores, con lo que –concluye el relato del libro de Daniel-, junto con la muerte de los acusadores, del mismo modo con que ellos habían maquinado la de Susana, aquel día se salvó una vida inocente…


Probablemente a los primeros lectores y auditores del Evangelio de hoy les resonaba en sus corazones la historia de Susana, les aparecían evidentes las semejanzas, como asimismo se habrán sorprendido de su profunda diferencia y de su desafiante novedad.

Se trata también de una mujer acusada del mismo delito: adulterio, delito en efecto condenado drásticamente con la pena de la lapidación pública según Lv 20, 10 y Dt 22,22; pena que alcanzaba a uno y otro cómplice; pero -al contrario de la Historia de Susana, en donde el relato establece de partida la inocencia de ésta y la malevolencia de sus injustos acusadores, tanto más injustos, cuanto que por el hecho de ser jueces, tenían, por oficio, en sus manos la administración de la justicia- en el Evangelio, se admite y recalca la efectiva culpabilidad de la mujer: ha sido sorprendida en flagrante comisión del delito; la Ley la condena irrevocablemente: el adulterio mina el honor de la familia, tanto el de la familia del marido, como el honor de la familia paterna de la acusada, cuyos miembros varones -padre y hermanos- debían ser lo primeros en ejecutar la sentencia.

La trampa tendida aquí por los fariseos y los escribas mira en dirección a Jesús, puesto en el papel de un juez que, si absolvía a la mujer se vería envuelto en la acusación de hacerse superior a Moisés y a la Ley de los padres, como asimismo en la ingrata tarea de terciar entre las frecuentes y espinosas disputas entre las escuelas más rigoristas y las más laxistas de interpretación de la Ley; y si la condenaba, podía ser acusado ante la autoridad romana de ocupación, que no permitía ya estas ejecuciones públicas, ni a los judíos administrar la justicia por su cuenta y riesgo.

Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo… No sabemos que escribió Jesús en el suelo, la única vez que en los Evangelios aparece Cristo haciendo este gesto y no se ha conservado el rastro de esa escritura… ¿Simplemente se inclinó y se entretuvo en la escritura para demostrar a los fariseos y escribas que, en esta confrontación de honor, Él no iba a caer en el juego del miedo ante la autoridad que ostentaban? Cualquiera que haya sido la intención de Jesús, ciertamente desconcierta a los acusadores no acostumbrados a la indiferencia de sus interlocutores, sino a su reverente temor, y este desconcierto se traduce en impaciente insistencia.

La respuesta de Jesús termina por desarmar la escena, no será la ley lo puesto en cuestión, será la estatura moral de los presentes para ejecutarla: Aquel de ustedes, que no tenga pecado, que arroje la primera piedra…; habrán resonado sin duda entre los presentes los ecos de la Historia de Susana, por eso serán los más ancianos los que comiencen la retirada, ancianos como los injustos jueces del relato; habrá asomado también el temor de cada uno a ser considerado blasfemo, máxime cuando en la memoria de todos los presentes estaba grabado el versículo 7 del salmo 51: Culpable soy desde que nací, pecador me concibió mi madre…

Jesús ha confundido y desarmado la estrategia farisea, la mujer ha quedado sola frente al único que está libre de pecado, el propio Jesús; sin embargo, en Él no hay condena, sino acogida e invitación a la conversión.

La historia que se nos está contando no es la de la Justicia, sino la de la Gracia: hoy no se ha salvado una vida inocente, como en la Historia de Susana, hoy, simplemente se le ha dado la posibilidad a este milagro del amor de Dios, que es la vida humana, de comenzar de nuevo, fecundada por el amor irrefrenable de Cristo.

Jesús no interroga a la mujer acerca de su pecado, su misericordia lo conoce por entero, y conoce la fragilidad de esta mujer que ha sido utilizada como pretexto para prenderlo en falta, Jesús no le pide una acción previa, una penitencia ostentosa para darle su acogida e incorporarla a su perdón, el pretexto que la convertía en víctima, se convierte por acción de Jesús en el pretexto para que ella pueda gustar hasta saciarse de la misericordia de Dios que hoy le ha devuelto dignidad y esperanza.

La Mujer Adúltera no ha salido en busca de Jesús, Jesús irrumpe en la trama de la historia de esta mujer ávida de ternura, de trato humano, de caricias que despierten su piel y su corazón, y le permitan entretejer la ilusión de ser amada, de esta mujer anónima cuya búsqueda sólo la ha conducido a este momento en que es llevada a rastras al abrazo de la muerte; Jesús irrumpe en su vida y es ahora que ella podrá tomarla en sus propias manos, es ahora que ella, como nos confiesa San Pablo en la Carta a los Filipenses, (Flp 3,12) ella también, olvidando lo que el perdón de Cristo ha derrotado y puede ser definitivamente y con gozo dejado atrás, ha quedado en condiciones de comenzar la carrera para alcanzar a aquel que la alcanzó primero; a aquel, el único cuyo amor no le ha arrebatado nada, no le ha reclamado nada, no le ha cobrado nada, sino que la ha liberado y colmado de vida a manos llenas.

Raúl Moris G., Pbro.

http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/yo-tampoco-te-condeno | 03-07-2025 09:07:24