viernes 26 de abril del 2024 | Santoral Marcelino
El Diario del Maule Sur
FUNDADO EL 29 DE AGOSTO DE 1937
Hoy
Opinión 02-10-2022
El Desafío de la Fe Dgo. 02 de octubre 2022; 27º del T. durante el año

Raúl Moris G. Pbro



A fuerza de usar las palabras, en el contacto cotidiano, en la repetición muchas veces impensada, las vamos gastando, las vamos abaratando, las vamos vaciando de contenido hasta el punto de olvidar su hondura, hasta convertirlas en fórmulas que calzan con holgura y se acomodan a los gustos personales en el discurso. Esto sucede especialmente con aquellas grandes palabras que pueblan nuestra hablar, aquellas que pretenden dar cuenta de nuestras opciones fundamentales: verdad, amor, justicia, esperanza, etc. El Evangelio de hoy nos invita a volver a mirar con cuidado la palabra “Fe”.

Usamos con cierta ligereza la palabra “Fe”, la acercamos con demasiada frecuencia a la esfera de nuestras emociones o de nuestros sentimientos, en la etapa actual de nuestra cultura, se la intenta relegar al estrecho espacio del mundo privado; la propia fe es algo de lo que no se suele hablar de verdad, aunque tengamos la palabra “Fe” lista para deslizarla en medio de grandilocuentes declaraciones programáticas; la solemos parapetar, sin embargo, en un intimismo que no admite confrontación ni cuestionamiento, y que termina confinándola, enajenándola.

La experiencia de la fe que los hombres y mujeres del tiempo en que se escribe este Evangelio viven, ciertamente dista mucho de la de aquella individual e intimista relación con un dios que apela a nuestros sentimientos y nos emociona, con un dios que se ajusta con tanta gusto al descubrimiento del “propio yo” y que se puede vivir en solitario, sin tener que medir cuánto ha calado -y nos ha desafiado- en las relaciones cotidianas que establecemos, esa “Fe” que pretendemos cultivar cuando por fin podemos dejar de lado las molestas interpelaciones de tantos que nos reclaman atención y encontramos ese tan preciado “tiempo para uno mismo”, para estar “a solas con Dios”…

La fe, en cambio, que los Discípulos de Cristo experimentan y piden que Jesús les aumente, es aquella convicción capaz de sacarlos de sí para seguir al Señor, para transformar su modo de entender y construir sus relaciones, para inventar una cultura nueva; la fe de la que se habla en este Evangelio, es esa convicción que ha de inquietarnos y exigirnos vivir en serio aquello que decimos haber encontrado, cuando nos hemos sentido convocados por el Señor.

Es por eso que las palabras de Jesús sobre la ausencia de fe en los discípulos, aparecen como un reto en medio de las dos difíciles palabras, que ahondan en lo profundo de las relaciones que éstos han de establecer al interior de la comunidad: el perdón y el servicio.

Como reto; porque ante la petición de los discípulos, Jesús les enrostra el no haber entendido todavía lo que significa la verdadera fe, les enrostra la ausencia de esa convicción radical nacida del reconocimiento de quién es en realidad Aquél a quien tiene enfrente, convicción que les permitiría llevar a cabo acciones prácticamente tan imposibles como hacer que un árbol se arranque del suelo por obediencia y se plante en el mar; y a convertir en actitudes permanentes aquellas que rodean la petición acerca del aumento de la fe, a saber: acoger, corregir y perdonar al hermano, cuantas veces sea necesario para que éste crezca, junto con nosotros en comunidad y aprender a morir al natural deseo de reconocimiento, de gratificación, para poder servir de verdad.

Jesús y sus discípulos están inmersos en una cultura en donde la ofensa personal es algo difícil de olvidar y mucho menos perdonar, la exigencia de Jesús debe haber sorprendido a quienes lo escuchan: el que vive a nuestro lado nos reclama ser acogido, ser amonestado cuando comete un error, de modo de poder enmendarlo, y si esa falta es cometida en contra de uno, ser perdonado; pero, cuál es el límite de esa acogida y de ese perdón al hermano que yerra, al que ofende, al que nos agravia con su comportamiento, cuál es la medida de la misericordia que no pone en juego nuestro honor? no vaya a ser que aparezcamos como gente que no se da a respetar, como quienes son tan pusilánimes que lo aguantan todo.

La respuesta de Jesús es: no hay límite: el que construye desde la fe la relación con su hermano, lo habrá de perdonar una y otra vez, confiado en que en algún momento ese arrepentimiento que el hermano dice haber alcanzado, alcance y llegue a tocar la esfera de la acción que el hermano realiza; confiado en que el Señor, en el que creemos, está transformando, poco a poco la vida del hermano.

En esa misma cultura del honor, se sitúa el tema del servicio y del agradecimiento: el servidor forzado, (la palabra precisa que utiliza el evangelio para hablar del servicio es en griego: dulos, el esclavo, el que no es dueño de sí, el que no merece la más mínima consideración) al esclavo, en el mundo en el que habita Jesús, nadie le da las gracias por hacer lo que tiene que hacer. ¿Qué pasa entonces con aquellos que dicen haberse puesto voluntariamente al servicio de sus hermanos?

Aquí nuevamente la exigencia es radical: si detrás del servicio prestado se esconde otra intención que la del mero servir, entonces no estamos siendo verdaderamente servidores; el servicio del verdadero Discípulo, no se ha de sostener en la esperanza de la retribución, en la pretensión del reconocimiento; si nos decimos servidores unos de otros, hemos de asumir, sostenidos por la rotunda convicción que nace de seguimiento de Cristo, el trato de los esclavos; ofrendando nuestra voluntad, aún a riesgo de ofender nuestra inteligencia, para aprender a hacer lo que Jesús hace: perder la vida para servir.

Ésta es la calidad de la fe de la que está hablando este Evangelio, una Fe que no se queda en el incuestionado e incuestionable refugio de nuestra intimidad, sino que se arriesga a ser contrastada con la coherencia de nuestras palabras y con la consistencia de nuestras acciones, a ser medida en el modo en que estamos dispuestos a construir una comunidad: si la pretendemos fundar en el blando cimiento de nuestras naturales simpatías y cálidos sentimientos, pero excluyendo a los que se encuentran en la periferia de éstos; o la enclavamos confiados en el sólido y arduo fundamento del seguimiento de Cristo; esa fe, que ha de permanecer aún cuando las sonrisas se enfríen y las lágrimas de emoción se hayan secado ya hace mucho tiempo de nuestras mejillas.

.
Freddy Mora | Imprimir | 433