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jueves 19 de septiembre del 2024
Opinión 24-09-2023
CINCUENTA AÑOS SIN NERUDA El día que conocí a Neruda
JAIME GONZALEZ COLVILLE
Academia Chilena de la Historia
El 23 de septiembre de cumplió medio siglo de la partida física de Pablo Neruda. El poeta nació con el signo de la muerte, pese a su espíritu vital y hedonista de la vida. Apenas llegado a este mundo, el 12 de julio de 1904, pocos días después, el 7 de agosto, muere su tía Griselda, hermana de su madre arrebatada por la tuberculosis. De esta forma, el primer acto solemne de su tránsito terrenal es un velorio de campo, con rosarios, velas y braseros para entibiar esa noche helada de un invierno que se resistía a irse. Ni sus biógrafos más minuciosos – Luis Hernán Loyola, chileno, y Mario Amorós, español, ambos interlocutores míos – sabían este dato oscuro, de la prehistoria de la vida del poeta, como me escribió Teitelboim en la dedicatoria de su libro sobre el vate parralino.
Vi a Neruda tres veces en mi vida: la primera de ellas fue el 26 de noviembre de 1967. Soy alumno de Pedro Olmos en el Liceo de Linares. Casi al terminar la clase de aquel viernes, el pintor se acerca a mi banco, “¿Quieres conocer a Neruda?, está en mi casa. Anda a la tarde”.
No sin vacilaciones, concurrí al comedor del Liceo donde Juanito, el querido auxiliar, servía unos garbanzos espesos como engrudo pero que engañaban la tripa y, pasadas las tres de la tarde, endilguè mis pasos hacia calle Arturo Prat. Gente entraba, salía, se disparan fotografías, etc. Neruda reinaba en un sillón, desde donde discurría con su voz monocorde. Iba camino a Parral por cuanto al día siguiente sería ungido Hijo Ilustre. Olmos me toma de un brazo y me lleva donde el poeta: “Es mi alumno del Liceo, escribe y le gusta Mariano Latorre”, refiere el pintor, con la pipa colgando de una comisura. El poeta mira al infinito: “Ah Mariano, gran campesino”, me tiende una mano sin fuerza, gesto que interrumpe cuando Emma Jauch pasa cerca. “Mema, dice con el sonsonete nerudiano, que las cebollas estén desflemaditas”, Matilde sonríe ante los caprichos de poeta.
Después, en sordina, Olmos lo lleva a su taller. Me pide que lo siga con un gesto. Por la casa de los Olmos deambulan Oreste Plath, Teitelboim, Juvencio Valle y otros astros de las letras del momento. Hay sonar de vasos y conversaciones que se entrecruzan. En el reducto pictórico de Pedro, Neruda intenta garrapatear un lienzo sin mucho arte. En el patio, junto a Emma logramos el milagro de una fotografía, requerimiento que todos pedían a voz en cuello. Perdí de vista esa imagen por casi 40 años, hasta encontrarla entre los papeles que los Olmos donaron a la U. de Talca.
La segunda vez fue en 1971. Neruda había obtenido el Premio Nobel y un grupo de escritores le ofreció una cena en un restaurante de la Quinta Normal o cerca de allí. Me invitó Oreste Plath. “Será histórico”, me dijo. El poeta llegó rodeado de su camarilla: Juvencio Valle, Teitelboim, Homero Arce, Sánchez Latorre y poco después se dejó caer Luis Rivano. Habló Oreste un bien endilgado discurso que Neruda interrumpía sin mayor consideración para intercalar anécdotas o simples “pelambres” de sus amigos de antaño. Antes que terminara la comida, se paró sin despedirse y salió seguido de su séquito. Oreste calmó las cosas “Sigamos disfrutando a la sombra del poeta que se fue”.
La tercera vez, no lo vi, pero sí fui testigo de su cortejo por las calles de ultra Mapocho rumbo al Cementerio General el 25 de septiembre de 1973. De nuevo fue Oreste quien me encontró en las escaleras de la Biblioteca Nacional y me exhortó a concurrir. Le expuse mis dudas: toque de queda, la tensión reinante, pero finalmente caminamos, no sin temor, hacia las calles por donde pasaría el cortejo. He contado y vuelto a repetir que seis motoristas de carabineros escoltaron el funeral deteniendo el tránsito en las esquinas. Todas las imágenes de fotógrafos chilenos se las ingeniaron para evitar incluir en sus tomas a estos efectivos, pero un reportero europeo, tomó la realidad de los hechos y sólo en el 2002, en un viaje a España, las pude ver y reproducir en Madrid. He escrito a dos o tres Directores de Carabineros para que intenten ubicar a esos hombres, policías, que cumplieron esa humanitaria función. Todos han eludido el tema con amables palabras. Hay una deuda con ellos.
Medio siglo sin Neruda, pero cada vez más presente en nosotros: para quererlo u odiarlo.
Freddy Mora | Imprimir | 556