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sábado 10 de mayo del 2025
Opinión 02-06-2024
CUERPO Y SANGRE PARA LA NUEVA ALIANZA…

Raúl Moris G. Pbro.
Dos domingos después de la solemnidad de Pentecostés la Iglesia celebra la Solemnidad del Corpus Christi, ¿Qué celebramos cuando la liturgia nos invita a contemplar el Misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo? Celebramos en primer lugar a Jesucristo que ha querido sellar con la inmolación de su propia vida el sacrificio definitivo que rubrica para siempre la Alianza entre Dios y la humanidad, entre el cielo y la tierra, asumiendo al mismo tiempo los tres elementos esenciales del sacrificio al ser él mismo, Sacerdote, Víctima y Altar.
Celebramos también la presencia viva de Cristo en medio de su Iglesia hasta el fin de los tiempos, como nos lo prometió, presencia que nos permite seguir conmemorando y actualizando este sacrificio único cada vez que cualquier comunidad de la Iglesia dispersa por el mundo entero se reúne en el día del Señor, para hacer que en un solo momento se manifieste el Cristo total que hace la alabanza al Padre: Cristo Palabra, proclamada con convicción y escuchada con fervor, Cristo Cabeza de la comunidad, presente en quien preside la asamblea, Cristo Sacramento, en la humildad de las Especies Eucarísticas, Cuerpo Místico de Cristo, actualizado en la asamblea de los creyentes; Cristo total que está presente para mediar por el mundo ante el Padre; Cristo total que está incompleto si olvidamos cualquiera de esas presencias, por el celo de privilegiar a una sola.
El Sacrificio pertenece a esos gestos intrínsecamente humanos, no ha existido en la historia del hombre cultura alguna que no haya desarrollado –con todas las variantes posibles- este gesto de comunicación con lo sagrado, este gesto que consiste en tomar algo de nuestro entorno ordinario: frutos de la tierra, animales, productos elaborados por la comunidad, separarlo y distinguirlo de ese entorno ordinario (ese gesto es el que está en la raíz de la palabra “sagrado”, Sacrum, que significa en primer lugar “separado”), y ofrecerlo a Dios o a los dioses. El Pueblo de Israel distinguía desde antiguo al menos tres razones por las cuales sacrificar: para dar gracias a Dios por su presencia y asistencia, para expiar y purificarse, pidiéndole a Dios que fuera benévolo y propicio con aquellos a los que había elegido en propiedad, y para sellar un pacto, una alianza.
La Eucaristía va a sintetizar en uno solo, estos tres tipos de sacrificios, poniendo al centro el tema de la alianza; Cristo que entrega su cuerpo y su sangre por los suyos, asume la figura del cordero, que se inmolaba como primicia de los rebaños para dar gracias por la fecundidad de la tierra, asume también la figura de aquel que se inmolaba como rescate de las culpas del pueblo: el Cordero de la Propiciación; y final y fundamentalmente la del Cordero Pascual, con el que se sella y se celebra el pacto de liberación, la alianza de Dios con Israel.
Cristo ofreciendo su Cuerpo y su Sangre, es el signo de la nueva alianza establecida con la humanidad entera; la novedad de este signo radicará en el hecho de que la víctima del sacrificio no será ofrecida sólo por los hombres a Dios, sino que es Dios mismo quien la ofrece, es Dios mismo quien, a partir del misterio de la Encarnación, quiere sellar este pacto definitivo, puerta de comunicación que no se volverá a cerrar entre los hombres y Dios; porque es también el hombre mismo el que se ofrece: Cristo, Verdadero Dios y Verdadero Hombre, entregado en la cruz, -pan partido y sangre derramada- para dar vida al mundo.
Para poder realizar un sacrificio han de estar presentes tres elementos: un Sacerdote, una Víctima y un Altar en donde inmolar; en la cena que Jesús celebra con sus amigos, hay un Sacerdote que realiza delante de la asamblea el sacrificio: el propio Cristo que se ofrece por la humanidad; hay una Víctima: el propio Cristo, que anuncia su muerte –Cuerpo partido y repartido, sangre derramada hasta la última gota- en el gesto de partir el pan y compartir la copa; habrá un Altar: el propio Cristo extendido sobre el leño de la cruz.
Eucaristía, Signo y Presencia real: Celebramos y reconocemos en la Eucaristía, único sacrificio digno de la Alianza Nueva y Eterna, y el único banquete –insustituible, irremplazable- con que se la celebra debidamente, porque ha sido realizado de una vez y para siempre por el único Mediador, la actualidad de la presencia del Señor en medio de la humanidad; la misma presencia anunciada y prefigurada en el tiempo del Éxodo en el Arca de la Alianza y en la Tienda del Encuentro, la misma que en el tiempo de los profetas, se anuncia en la espera del Emmanu-Él, el Dios-con-Nosotros; la presencia del que despojado de su gloria se hace hombre para siempre, y entregado por nosotros, se queda para siempre junto a su pueblo, para acompañarlo y alimentarlo en los desiertos del camino de la Iglesia rumbo al Reino, rumbo al Padre.
Presencia de Cristo, real, concreta y humilde: el que ha nacido en un pesebre y ha entregado su vida en una cruz, permanece en medio nuestro bajo el signo del pan y el vino, alimento y alegría de los pobres, entregado en las especies Eucarísticas, en el Pan y el Vino, productos nacidos del esfuerzo cotidiano de la humanidad, especies que por obra del Espíritu Santo, llegan a ser Cuerpo y Sangre verdaderos de la Víctima Santa con la que se celebra la alianza realizada por la pura iniciativa del amor de Dios a la humanidad.
Presencia también de Cristo, en su Palabra viva, custodiada, venerada e interpretada por la Iglesia, gracias al Espíritu de la Verdad que nos hace asomarnos al Misterio, acogerlo y llegar a comprenderlo desde la fe.
Presencia en el Cuerpo Místico de Cristo, conformado por el Espíritu Santo en la Iglesia, que se despliega en el Sacerdocio Ministerial, para presidir la celebración de la asamblea de los bautizados, que ejercen su Sacerdocio Real, aclamando al Padre, poniendo en sus manos el mundo, intercediendo por el mundo en nombre de toda la humanidad, dándole gracias por su misericordia inagotable, elevando a una sola voz, hasta el cielo, el gran Amén, el gran grito de confianza con el que manifestamos creer que el Señor es fiel, que lo ha hecho todo bien, y que queremos empeñarnos en responder con fidelidad a la llamada incesante de su amor.
Eucaristía: Presencia y Signo que unifica los tiempos: la celebración eucarística es Memoria: mirada que conmemora el pasado, vuelta hacia nuestra historia, para reconocer la Historia de Salvación que Dios ha querido entretejer con nosotros; es Acción de Gracias: porque esa historia se está entramando, aquí y ahora en nuestras comunidades, dondequiera que haya hombres y mujeres que creen en Cristo, creen en el sentido y la eficacia de su Palabra, la asumen como desafío, lo reconocen en la fracción del pan, y comulgan con su Cuerpo, su Sangre y su Palabra; es Anuncio y Anticipo gozoso: en el Cuerpo y la Sangre compartidos, modesto banquete de los peregrinos, nos adelantamos a ser comensales de la mesa futura, la definitiva, la del Cielo, banquete, cuya primicia la estamos gustando hoy.
Eucaristía: Misterio de la Original Iniciativa Salvadora de Dios: Las palabras de extrañeza que dieron origen al nombre del Maná (Man hú?, ¿Qué es esto? se preguntaban unos a otros los israelitas en el desierto, luego que el clamor de su hambre conmovió al cielo) se tendrían que repetir con asombro en la celebración de cada Eucaristía, que exige de nosotros, una sola ofrenda, la ofrenda de la Fe, para abrirnos a la inmensidad del amor del Padre, derramado a través de su Espíritu Santo, que baja desde el cielo, y declarar que este Sacramento es el único que ha abierto esas puertas, por las que entraremos en la vida sin ocaso; presencia permanente del amor de Cristo que, transformando de verdad el pan y el vino compartido en la mesa de la Eucaristía en su propia carne y sangre, nos va transformando también a nosotros, conformándonos a Él, salvándonos.
Dos domingos después de la solemnidad de Pentecostés la Iglesia celebra la Solemnidad del Corpus Christi, ¿Qué celebramos cuando la liturgia nos invita a contemplar el Misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo? Celebramos en primer lugar a Jesucristo que ha querido sellar con la inmolación de su propia vida el sacrificio definitivo que rubrica para siempre la Alianza entre Dios y la humanidad, entre el cielo y la tierra, asumiendo al mismo tiempo los tres elementos esenciales del sacrificio al ser él mismo, Sacerdote, Víctima y Altar.
Celebramos también la presencia viva de Cristo en medio de su Iglesia hasta el fin de los tiempos, como nos lo prometió, presencia que nos permite seguir conmemorando y actualizando este sacrificio único cada vez que cualquier comunidad de la Iglesia dispersa por el mundo entero se reúne en el día del Señor, para hacer que en un solo momento se manifieste el Cristo total que hace la alabanza al Padre: Cristo Palabra, proclamada con convicción y escuchada con fervor, Cristo Cabeza de la comunidad, presente en quien preside la asamblea, Cristo Sacramento, en la humildad de las Especies Eucarísticas, Cuerpo Místico de Cristo, actualizado en la asamblea de los creyentes; Cristo total que está presente para mediar por el mundo ante el Padre; Cristo total que está incompleto si olvidamos cualquiera de esas presencias, por el celo de privilegiar a una sola.
El Sacrificio pertenece a esos gestos intrínsecamente humanos, no ha existido en la historia del hombre cultura alguna que no haya desarrollado –con todas las variantes posibles- este gesto de comunicación con lo sagrado, este gesto que consiste en tomar algo de nuestro entorno ordinario: frutos de la tierra, animales, productos elaborados por la comunidad, separarlo y distinguirlo de ese entorno ordinario (ese gesto es el que está en la raíz de la palabra “sagrado”, Sacrum, que significa en primer lugar “separado”), y ofrecerlo a Dios o a los dioses. El Pueblo de Israel distinguía desde antiguo al menos tres razones por las cuales sacrificar: para dar gracias a Dios por su presencia y asistencia, para expiar y purificarse, pidiéndole a Dios que fuera benévolo y propicio con aquellos a los que había elegido en propiedad, y para sellar un pacto, una alianza.
La Eucaristía va a sintetizar en uno solo, estos tres tipos de sacrificios, poniendo al centro el tema de la alianza; Cristo que entrega su cuerpo y su sangre por los suyos, asume la figura del cordero, que se inmolaba como primicia de los rebaños para dar gracias por la fecundidad de la tierra, asume también la figura de aquel que se inmolaba como rescate de las culpas del pueblo: el Cordero de la Propiciación; y final y fundamentalmente la del Cordero Pascual, con el que se sella y se celebra el pacto de liberación, la alianza de Dios con Israel.
Cristo ofreciendo su Cuerpo y su Sangre, es el signo de la nueva alianza establecida con la humanidad entera; la novedad de este signo radicará en el hecho de que la víctima del sacrificio no será ofrecida sólo por los hombres a Dios, sino que es Dios mismo quien la ofrece, es Dios mismo quien, a partir del misterio de la Encarnación, quiere sellar este pacto definitivo, puerta de comunicación que no se volverá a cerrar entre los hombres y Dios; porque es también el hombre mismo el que se ofrece: Cristo, Verdadero Dios y Verdadero Hombre, entregado en la cruz, -pan partido y sangre derramada- para dar vida al mundo.
Para poder realizar un sacrificio han de estar presentes tres elementos: un Sacerdote, una Víctima y un Altar en donde inmolar; en la cena que Jesús celebra con sus amigos, hay un Sacerdote que realiza delante de la asamblea el sacrificio: el propio Cristo que se ofrece por la humanidad; hay una Víctima: el propio Cristo, que anuncia su muerte –Cuerpo partido y repartido, sangre derramada hasta la última gota- en el gesto de partir el pan y compartir la copa; habrá un Altar: el propio Cristo extendido sobre el leño de la cruz.
Eucaristía, Signo y Presencia real: Celebramos y reconocemos en la Eucaristía, único sacrificio digno de la Alianza Nueva y Eterna, y el único banquete –insustituible, irremplazable- con que se la celebra debidamente, porque ha sido realizado de una vez y para siempre por el único Mediador, la actualidad de la presencia del Señor en medio de la humanidad; la misma presencia anunciada y prefigurada en el tiempo del Éxodo en el Arca de la Alianza y en la Tienda del Encuentro, la misma que en el tiempo de los profetas, se anuncia en la espera del Emmanu-Él, el Dios-con-Nosotros; la presencia del que despojado de su gloria se hace hombre para siempre, y entregado por nosotros, se queda para siempre junto a su pueblo, para acompañarlo y alimentarlo en los desiertos del camino de la Iglesia rumbo al Reino, rumbo al Padre.
Presencia de Cristo, real, concreta y humilde: el que ha nacido en un pesebre y ha entregado su vida en una cruz, permanece en medio nuestro bajo el signo del pan y el vino, alimento y alegría de los pobres, entregado en las especies Eucarísticas, en el Pan y el Vino, productos nacidos del esfuerzo cotidiano de la humanidad, especies que por obra del Espíritu Santo, llegan a ser Cuerpo y Sangre verdaderos de la Víctima Santa con la que se celebra la alianza realizada por la pura iniciativa del amor de Dios a la humanidad.
Presencia también de Cristo, en su Palabra viva, custodiada, venerada e interpretada por la Iglesia, gracias al Espíritu de la Verdad que nos hace asomarnos al Misterio, acogerlo y llegar a comprenderlo desde la fe.
Presencia en el Cuerpo Místico de Cristo, conformado por el Espíritu Santo en la Iglesia, que se despliega en el Sacerdocio Ministerial, para presidir la celebración de la asamblea de los bautizados, que ejercen su Sacerdocio Real, aclamando al Padre, poniendo en sus manos el mundo, intercediendo por el mundo en nombre de toda la humanidad, dándole gracias por su misericordia inagotable, elevando a una sola voz, hasta el cielo, el gran Amén, el gran grito de confianza con el que manifestamos creer que el Señor es fiel, que lo ha hecho todo bien, y que queremos empeñarnos en responder con fidelidad a la llamada incesante de su amor.
Eucaristía: Presencia y Signo que unifica los tiempos: la celebración eucarística es Memoria: mirada que conmemora el pasado, vuelta hacia nuestra historia, para reconocer la Historia de Salvación que Dios ha querido entretejer con nosotros; es Acción de Gracias: porque esa historia se está entramando, aquí y ahora en nuestras comunidades, dondequiera que haya hombres y mujeres que creen en Cristo, creen en el sentido y la eficacia de su Palabra, la asumen como desafío, lo reconocen en la fracción del pan, y comulgan con su Cuerpo, su Sangre y su Palabra; es Anuncio y Anticipo gozoso: en el Cuerpo y la Sangre compartidos, modesto banquete de los peregrinos, nos adelantamos a ser comensales de la mesa futura, la definitiva, la del Cielo, banquete, cuya primicia la estamos gustando hoy.
Eucaristía: Misterio de la Original Iniciativa Salvadora de Dios: Las palabras de extrañeza que dieron origen al nombre del Maná (Man hú?, ¿Qué es esto? se preguntaban unos a otros los israelitas en el desierto, luego que el clamor de su hambre conmovió al cielo) se tendrían que repetir con asombro en la celebración de cada Eucaristía, que exige de nosotros, una sola ofrenda, la ofrenda de la Fe, para abrirnos a la inmensidad del amor del Padre, derramado a través de su Espíritu Santo, que baja desde el cielo, y declarar que este Sacramento es el único que ha abierto esas puertas, por las que entraremos en la vida sin ocaso; presencia permanente del amor de Cristo que, transformando de verdad el pan y el vino compartido en la mesa de la Eucaristía en su propia carne y sangre, nos va transformando también a nosotros, conformándonos a Él, salvándonos.
Freddy Mora | Imprimir | 373