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jueves 10 de julio del 2025
Opinión 29-05-2025
Cuidar el cuerpo y volver al juego
María de La Luz Reyes Parada
Escritora y bibliotecaria
Cada día crece la preocupación en el mundo de la salud por los problemas osteomusculares que están afectando a personas de todas las edades. El uso prolongado de celulares, tablets y otros dispositivos ha comenzado a dejar huellas evidentes en nuestros cuerpos. Antes, la tendinitis era una dolencia común entre quienes realizaban trabajos repetitivos, como digitadoras o tejedores en telar; hoy, es frecuente verla en niños y adolescentes que pasan muchas horas frente a las pantallas. Y no es el único efecto: también aparecen desviaciones de columna, escoliosis o lordosis. Son consecuencias que podríamos evitar si tomáramos más en serio la manera en que usamos nuestro cuerpo día a día. Las posturas no ergonómicas —esas que mantenemos sin darnos cuenta, mal sentados, encorvados o con el cuello inclinado hacia el celular— alteran la mecánica corporal y terminan afectando nuestras capacidades físicas más básicas: la fuerza, la coordinación, la flexibilidad, la velocidad y la resistencia.
Pero hay algo simple, natural y profundo que puede ayudarnos a prevenir todo esto: el juego. El juego lúdico —ese que surge sin obligación, por puro gusto— nos permite movernos, crear, imaginar, aprender y expresarnos. Aunque su principal motivación es el placer, también ayuda a desarrollar habilidades cognitivas, emocionales, sociales y físicas. En el caso de los niños, es clave que los adultos estén presentes, no solo mirando, sino también guiando, acompañando y proponiendo momentos de distensión.
En invierno, lograr que se desconecten de las pantallas ya es un logro. Alejarlos del canto repetitivo de la “Ballerina Capuccina Mimimimi” puede ser una hazaña, así que necesitamos buenas alternativas.
Si en verano la arena o el barro son nuestros materiales favoritos para jugar al aire libre, en los días fríos podemos recurrir a una masa casera que se puede amasar, moldear y disfrutar. Aquí va una receta sencilla: 2 tazas de harina de trigo, 1 taza de sal fina, 1 cucharada de aceite vegetal, ¾ a 1 taza de agua. Se mezclan todos los ingredientes, se amasa bien y, si se quiere, se le puede agregar color. Esta masa de moldeo es una especie de plasticina artesanal que no solo encanta a niños y niñas, sino que también puede ser muy terapéutica para personas adultas y mayores.
Siguiendo en la línea del juego, no podemos dejar de lado al clásico Memorice, que nos invita a buscar pares entre cartas iguales colocadas boca abajo. Este juego sencillo y entretenido estimula la memoria, la concentración y la observación, además de darnos la oportunidad de compartir en familia o en grupo.
Y qué decir de las tardes con naipes: una buena partida de Carioca, Escoba o Dominó no solo entretiene, también nos conecta. Estos juegos fomentan el sentido de comunidad, nos hacen sentir parte de algo y, quizás lo más importante, ayudan a combatir la soledad. Además, son una oportunidad para compartir historias, saberes y costumbres, sobre todo si los acompañamos con elementos propios del territorio: palabras, normas o costumbres territoriales, refranes, gestos o canciones.
Porque claro, no vamos a negar que las pantallas tienen su encanto: mirar una serie, un video o un meme también puede alegrarnos el día. Pero el tiempo frente a ellas suele ser solitario. En cambio, una partida de Escoba, un juego de Memorice, una charla compartida con un mate con Paramela entre las manos, nos regalan algo distinto: presencia, contacto, vínculo, calor humano.
Cuidar la interacción social —eso que ocurre cuando nos hablamos, nos miramos, nos escuchamos o simplemente compartimos un rato junto— es también cuidar nuestra salud y nuestra historia. Porque en ese contacto cotidiano, sencillo y real, es donde seguimos construyendo la vida en común.
Escritora y bibliotecaria
Cada día crece la preocupación en el mundo de la salud por los problemas osteomusculares que están afectando a personas de todas las edades. El uso prolongado de celulares, tablets y otros dispositivos ha comenzado a dejar huellas evidentes en nuestros cuerpos. Antes, la tendinitis era una dolencia común entre quienes realizaban trabajos repetitivos, como digitadoras o tejedores en telar; hoy, es frecuente verla en niños y adolescentes que pasan muchas horas frente a las pantallas. Y no es el único efecto: también aparecen desviaciones de columna, escoliosis o lordosis. Son consecuencias que podríamos evitar si tomáramos más en serio la manera en que usamos nuestro cuerpo día a día. Las posturas no ergonómicas —esas que mantenemos sin darnos cuenta, mal sentados, encorvados o con el cuello inclinado hacia el celular— alteran la mecánica corporal y terminan afectando nuestras capacidades físicas más básicas: la fuerza, la coordinación, la flexibilidad, la velocidad y la resistencia.
Pero hay algo simple, natural y profundo que puede ayudarnos a prevenir todo esto: el juego. El juego lúdico —ese que surge sin obligación, por puro gusto— nos permite movernos, crear, imaginar, aprender y expresarnos. Aunque su principal motivación es el placer, también ayuda a desarrollar habilidades cognitivas, emocionales, sociales y físicas. En el caso de los niños, es clave que los adultos estén presentes, no solo mirando, sino también guiando, acompañando y proponiendo momentos de distensión.
En invierno, lograr que se desconecten de las pantallas ya es un logro. Alejarlos del canto repetitivo de la “Ballerina Capuccina Mimimimi” puede ser una hazaña, así que necesitamos buenas alternativas.
Si en verano la arena o el barro son nuestros materiales favoritos para jugar al aire libre, en los días fríos podemos recurrir a una masa casera que se puede amasar, moldear y disfrutar. Aquí va una receta sencilla: 2 tazas de harina de trigo, 1 taza de sal fina, 1 cucharada de aceite vegetal, ¾ a 1 taza de agua. Se mezclan todos los ingredientes, se amasa bien y, si se quiere, se le puede agregar color. Esta masa de moldeo es una especie de plasticina artesanal que no solo encanta a niños y niñas, sino que también puede ser muy terapéutica para personas adultas y mayores.
Siguiendo en la línea del juego, no podemos dejar de lado al clásico Memorice, que nos invita a buscar pares entre cartas iguales colocadas boca abajo. Este juego sencillo y entretenido estimula la memoria, la concentración y la observación, además de darnos la oportunidad de compartir en familia o en grupo.
Y qué decir de las tardes con naipes: una buena partida de Carioca, Escoba o Dominó no solo entretiene, también nos conecta. Estos juegos fomentan el sentido de comunidad, nos hacen sentir parte de algo y, quizás lo más importante, ayudan a combatir la soledad. Además, son una oportunidad para compartir historias, saberes y costumbres, sobre todo si los acompañamos con elementos propios del territorio: palabras, normas o costumbres territoriales, refranes, gestos o canciones.
Porque claro, no vamos a negar que las pantallas tienen su encanto: mirar una serie, un video o un meme también puede alegrarnos el día. Pero el tiempo frente a ellas suele ser solitario. En cambio, una partida de Escoba, un juego de Memorice, una charla compartida con un mate con Paramela entre las manos, nos regalan algo distinto: presencia, contacto, vínculo, calor humano.
Cuidar la interacción social —eso que ocurre cuando nos hablamos, nos miramos, nos escuchamos o simplemente compartimos un rato junto— es también cuidar nuestra salud y nuestra historia. Porque en ese contacto cotidiano, sencillo y real, es donde seguimos construyendo la vida en común.
Freddy Mora | Imprimir | 139