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viernes 04 de octubre del 2024
Opinión 19-05-2024
DEL TEMOR AL SEÑORÍO
Raúl Moris G. Pbro.
El relato en donde Juan sitúa el envío del Espíritu sobre los apóstoles y sobre la Iglesia entera, de parte del Padre y del Hijo -el “Pentecostés” según San Juan- se sitúa en el Primer Día de la Semana, en la primera parte del mismo relato que leemos en el 2º domingo de Pascua. Las coordenadas que nos permiten entender este relato son múltiples pero coincidentes en una única gran buena noticia para la humanidad: por Cristo y en Cristo somos creados de nuevo para ser señores en y con el Señor.
La manifestación del Señor: la escena que nos presenta Juan es la de los discípulos abatidos después de la crucifixión de Jesús; abatidos porque la aventura que han emprendido tras sus huellas, parece haber acabado en el más doloroso y humillante de los fracasos; abatidos y sometidos por el temor: la peor de las esclavitudes humanas; estos hombres que habían soñado con transformar su mundo en esta corriente de entusiasmo que los había impulsado a dejarlo todo para cambiarlo todo, se encuentran ahora sumidos en la inacción que produce el miedo, encerrados, temen una persecución, temen las represalias que podrían venir ahora que el sueño se ha desbaratado en la dura vigilia que les ha impuesto una realidad que se resiste a acoger la novedad del paso del Señor.
Pero en medio de esta angustia, el Resucitado irrumpe, lo reconocen: es el mismo, pero al mismo tiempo es radicalmente otro; es el mismo que han visto callar delante de sus acusadores, es el mismo que humillado y deshecho caminó hacia el Gólgota, es el mismo que se ha abandonado en las manos del Padre mientas expira clavado a la cruz; es el Mismo, son sus manos, son sus llagas, pero es Otro, su humanidad ha sido transfigurada, su cuerpo ha sido liberado de la fragilidad; el que ha nacido, padecido y muerto como siervo, ahora es el Señor; el tiempo y el espacio de los hombres ha sido traspasado por la eternidad. Jesucristo es Dios. El temor en los apóstoles da paso entonces a la alegría.
El Envío: la irrupción del Resucitado no es sólo para dar a conocer a la comunidad de los Apóstoles el triunfo del Señor sobre la muerte, el cumplimiento definitivo que da sentido a la larga espera de la humanidad, sedienta tras la promesa de Dios. esta manifestación es para poner de nuevo en camino a esta comunidad, es una nueva vocación: urge anunciar la Buena Noticia; pero este anuncio deberá ser realizado según el modo de Jesús.
Resulta difícil traducir en una sola palabra la fuerza que tiene la conjunción con el que comienzan las palabras del envío: no basta decir: “Como me envío el Padre, también yo los envío a Ustedes”, el adverbio griego kathõs, dicho al inicio de estas palabras, es mejor quizá traducirla por la expresión: “de la misma manera como” tal que el texto queda: “de la misma manera como me envió el Padre, así (del mismo modo) yo los envío a Ustedes”, el envío adquiere entonces un sentido nuevo, más misterioso y profundo.
Después de tales palabras, no queda más que preguntarse: cuál es este modo, esta peculiar manera del envío y la respuesta sólo puede darla la contemplación del paso de Jesús en medio de su gente: el modo es Su modo, el del que elige hacerse siervo para hacer eficaz el anuncio a los pobres de la buena noticia de que están llamados todos ellos -todos nosotros- a participar por entero del Señorío de su Señor; que ha venido a transmitir con sus gestos y palabras la misericordia del Padre, que ha ofrecido hasta el límite de la humillación su rostro de hombre, para que podamos vislumbrar el rostro de Dios, que ha escogido el trabajo y la fatiga, para manifestar la presencia del Dios del descanso y del consuelo, que ha endurecido el rostro para marchar hacia la cruz abrazándola por amor a los hombres, que ha entregado su vida de hombre para hacernos partícipes de la vida de Dios: éste ha de ser el modo entonces del Apóstol, que no está llamado sólo a anunciar a Cristo sino a transformarse en Él, Apóstol cuya eficacia no radica en otra cosa sino en transparentar delante de los hombres, en su vida, en sus acciones, en sus decisiones, la vida, acciones y decisiones de Jesús.
El Don del Espíritu: para llevar a cabo esta invitación de Jesús, él mismo pone el medio preciso: sopla su Aliento sobre su comunidad, les infunde su Espíritu. Jesús, el Señor, manifiesta íntegramente su señorío; al igual que el Dios Creador del Génesis insufla su aliento sobre Adán, y con este gesto lo enseñorea por sobre toda otra creatura, (Gn 2,7), Jesús sopla sobre sus apóstoles para transmitirles su propia vida, el envío es un volver a crear, por eso Juan lo sitúa en la tarde del primer día de la semana; se trata del primer día de ésta, la creación re-creada por Cristo, se trata de volver a infundir en los Apóstoles, siervos del temor, el señorío del Resucitado.
Los Apóstoles recobran así el señorío primero de la humanidad, don y vocación del Creador para la humanidad (Gn 1, 28ss); pero este señorío recobrado es mayor que el primero; el señorío de Cristo es el que se manifestará no en la prepotencia de la dominio y de la opresión, sino en la fecundidad del perdón, en la difusión de la misericordia del Padre, a través de los gestos de la Iglesia, especialmente en el Sacramento de la Reconciliación; pero también en cada gesto de cada cristiano que opta por escoger el último puesto, para salir al encuentro y abrazar a los más pobres, que opta por ser agente de paz, que opta por el perdón y la acogida al hermano, que opta por tomarse en serio este envío al modo de Jesús, que nos hace pasar del temor del que no es dueño de sí, a la alegría de los que acogen la invitación a empeñar la vida entera para ser señores y servidores en y con el Señor.
Para pasar del temor al señorío, la clave propuesta por Juan será la de un triple proceso de manifestación de una identidad:
La identidad del Resucitado con el Crucificado: no es Otro el que se deja ver glorioso por sus Discípulos que Aquel mismo que han visto derrotado exhalando su aliento en la cruz, las señales de identidad serán sus manos, la marca de los clavos y su costado traspasado.
Segundo, la identidad entre la acción del Padre, Dios Creador con la acción del Hijo, que resucitado, al insuflar su Espíritu vuelve a crear la comunidad de Apóstoles y los capacita para la misión.
Por último, la identidad de la misión de Cristo con la de la Iglesia, que prolongará el anuncio del Reino y la acción liberadora del perdón de los pecados, acción genuina del Señor, la misma que causaba escándalo entre los fariseos, puesta ahora en manos de quienes abrazan la invitación al seguimiento según el modo de Cristo.
Freddy Mora | Imprimir | 306