sábado 12 de julio del 2025
El Diario del Maule Sur
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Opinión 16-10-2022
DOMINGO 16 DE OCTUBRE 2022, 29º DEL T. ORDINARIO LA FE QUE SE NUTRE EN LA ORACIÓN…
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Raúl Moris G. Pbro.

No hay un momento determinado para la oración en la vida del cristiano, si la oración no es constante, perseverante, insistente, esta vida se desdibuja, podemos tratar de hacerla sobrevivir en la repetición de los ritos conocidos hasta el hartazgo, convirtiendo las palabras de la fe en fórmulas para salir del paso, de esas que siempre quedan bien y contentan tanto al que solemnemente las pronuncia, como a los que complacidos las escuchan y mansamente las aprueban, pero, tarde o temprano, las buenas disposiciones iniciales se entorpecen.

Si la oración no es constante, perseverante, insistente, podemos transformar en una parodia la vida de seguimiento a la que hemos sido llamados, y que se ha de vivir tanto en la aridez del desierto, como en la cotidianeidad de la cocina, en el tráfago de las incesantes ocupaciones que llenan nuestra semana, en la ciudad, en la oficina, en el taller, en la población, comentando las noticias, transmitiendo nuestras alegrías, nuestros sueños y proyectos a nuestros hijos, asumiendo la parte que nos toca para hacer que esta historia en la que estamos sea nuestra; sin la oración constante, podemos olvidarnos de todo esto y convertir nuestra vida de creyentes en un remedo de piedad que se vive a puertas cerradas –las puertas de la Iglesia- en los estrictos márgenes del domingo o de la reunión comunitaria, sin que la fe –que está siempre pronta a aparecer como mención para adornar todos nuestros discursos- tenga nada que decirnos al momento de tomar decisiones, al momento de establecer relaciones, al momento de jugarse la vida para hacer que la vida de todos los días esté animada por las palabras de Jesús que encontramos en su Evangelio.

Las lecturas de este domingo, todas ellas nos recuerdan que la oración es el aliento de la vida de fe, y que como tal no puede ser interrumpida, a riesgo de sofocarla, a riesgo de hacerla desfallecer hasta perecer por falta de oxígeno; aliento y alimento siempre renovador.

La primera lectura, el relato de la Batalla de Refidim conservado en el libro del Éxodo, es precisamente una catequesis acerca de la perseverancia en la oración, y una oración asumida como tarea compartida en Iglesia. Moisés ha de acompañar la batalla de su pueblo, su papel en este momento es la oración confiada y constante para poner en las manos del Señor al pueblo de su elección; un israelita cuando ora lo hace con los brazos alzados al cielo; pero el peso de los años, el transcurso de las horas, fatiga a Moisés mientras se alarga el combate y el día; para que no deje entonces caer sus brazos –no descuide la oración, con cuya ayuda los israelitas pueden dar la batalla y salir vencedores- es sostenido por sus hermanos; así, al caer el sol, después del largo día sostenido en batalla y oración, puede ver el triunfo de su pueblo firme en la fe.

Tal es la actitud que por su parte propone el Apóstol Pablo a Timoteo en la segunda lectura. Timoteo es un joven presbítero a cargo de una también naciente comunidad; habrá de preguntarse alguna vez cuánto y cuándo ejercer la tarea de pastor que la Iglesia le ha encomendado; cuánto dura la jornada del servidor de la Palabra, cuántas son las horas en las que debe extenderse el oficio de la conducción, de la exhortación, del desvelo por la vida de la comunidad, porque las vidas a él encomendadas -y por las cuales al final de los días el Señor le pedirá cuentas- conozcan, amen y decidan seguir con valentía al Dios que las ha congregado… y la respuesta del Apóstol es clara y terminante: el ministerio ha de ejercerse a tiempo y a destiempo, con ocasión o sin ella; tal como no se puede vivir sin respirar: no podemos llamarnos cristianos, si los pulmones de nuestro espíritu no están alimentados constantemente por el soplo de la oración, alimentada con el cultivo perseverante de la familiaridad con el Señor, en la cercanía enamorada y afanosa de su Palabra; y nuestra oración no es propiamente cristiana, si no está animada por el constante influjo que mana del Evangelio atesorado, estudiado con afán, transmitido con insistencia, para que otros se nutran de su riqueza inagotable, y se eleve agradecida desde el seno de la Iglesia.

Esa larga jornada de brazos alzados al cielo de Moisés, ese trabajo de tiempo completo de Timoteo, que nos recuerdan que el trabajo de la oración para perseverar en la fe no se hace en soledad, sino de la mano y sostenido por la comunidad: por la comunidad que está junto a nosotros en el momento del tiempo que nos toca vivir, como le ocurre a Moisés; por la comunidad que nos ha precedido, que nos ha enseñado a caminar en la fe y aquella que vendrá después, de la cual nosotros somos maestros y responsables -como es el caso de Timoteo-, encuentran eco y reflejo en el fragmento del Evangelio según san Lucas de hoy, en la mención del clamor de los elegidos, que día y noche resuena en los oídos del Señor, y que –aunque se tarde, avivando y templando la paciencia de éstos- no se perderá en el vacío, encontrará la justa respuesta del Señor, que les hará justicia, que saldrá en su defensa, como lo prometió desde antiguo.

La comunidad del Evangelista sin duda está viviendo un momento de prueba en la perseverancia de su fe, la venida prometida por el Señor se retrasa, la recompensa de los justos se sigue postergando, cómo y para qué seguir orando cuando el cielo parece estar cerrado por tanto tiempo a los ruegos, al grito por justicia de los oprimidos, al dolor que dibuja un rictus constante en el rostro de los perseguidos, que endurece el corazón de los postergados. La comunidad de Lucas necesitaba escuchar palabras que renovasen su permanencia en el seguimiento en medio de un mundo que comenzaba a hacer manifiesta su hostilidad.

La parábola escogida por el Evangelista es elocuente, sus personajes están definidos hasta el estereotipo: el juez inicuo, que se erige a si mismo como su propia ley, “que no le teme a Dios ni siente vergüenza delante de los hombres”, que juzga con rigor muy distinto la causa del rico y la causa del pobre, es un huésped habitual en la imaginería de los pueblos del Mediterráneo; por otro lado, la Viuda, imagen proverbial de la indigencia en el pueblo de Israel, tan proverbial que no hacer justicia a las viudas o erigirse abiertamente como su adversario es considerado una impiedad que conmueve cielo y tierra; imagen proverbial de aquellos, que a despecho de cualquier defensor entre los hombres, han de confiar en que Dios mismo se encargará de levantarse ante su ojos como su Go-El, como su Redentor, como su Consolador, como su Vengador.

Y es precisamente éste el registro que Lucas utiliza para exhortar a la oración perseverante: la viuda insiste e insiste delante del juez; sabe, sin duda, que es injusto, pero también sabe que su clamor no puede alzarse toda la vida en vano, sabe que no hay corazón que esté tan endurecido, como para no conmoverse ante la insistencia del ruego, aunque lo que logre la acción del juez sea el cansancio, el fastidio de tener a alguien que continuamente llena sus oídos de súplicas, de peticiones, de reclamos de justicia. La viuda consigue la justicia gracias a su constancia, no ha desfallecido en su demanda, se ha mantenido firme en la confianza, se ha sostenido en la fuerza de la palabra que logra mover las voluntades.

Así ha de ser la vida del creyente, cómo va claudicar en la oración si sabe que la justicia de Dios está de parte de los pequeños, si sabe -porque lo ha dicho el Señor- que Dios quiere lo justo para nosotros, porque la justicia se define precisamente por aquello que el Señor ha elegido para quienes ha convocado.

Ésta es la catequesis acerca de la oración que entrega Lucas a su comunidad y a nosotros: la oración perseverante, no para ensordecer con súplicas los oídos de Dios, sino para aprender a esperar en Él, para aprender a confiar, para pedirle acoger y amar su Voluntad; la oración que nos hace miembros de una comunidad creyente, y que se hace en comunidad y desde la comunidad, aunque por momentos oremos en la soledad del silencio; la oración que siempre habrá de encontrar respuesta, aunque la respuesta se tarde y tengamos que aprender en el transcurso de su ejercicio el arduo arte de la paciencia que ensancha nuestro corazón y le da la valentía de seguir confiando y esperando contra toda esperanza.

Freddy Mora | Imprimir | 984