jueves 02 de mayo del 2024
El Diario del Maule Sur
FUNDADO EL 29 DE AGOSTO DE 1937
Hoy
Opinión 11-12-2022
El desafío de un signo

Raúl Moris G. Pbro

El encuentro entre la embajada de los mensajeros del Bautista y Jesús, que en el ciclo litúrgico que estamos comenzando, ilumina el Tercer Domingo de Adviento; es una invitación y un desafío; tanto para los Discípulos del Bautista, como para la multitud a la que se dirige el Señor en la segunda mitad del pasaje, como para nosotros que llegamos a él después de dos milenios de éxodo y peregrinar, Iglesia en salida que marcha al encuentro del adviento de Dios.

Es una invitación a aprender a reconocer los signos de la presencia vivificante del Señor en medio de la humanidad, su opción inquebrantable por los más débiles de entre los hombres, por aquellos que no han tenido oportunidad o sistemáticamente se les ha negado. Es una invitación al discernimiento, que corre de ida y vuelta entre la figura del Bautista y la del propio Jesús.

No es desde un espacio de tranquila contemplación desde donde Juan, a través de sus Discípulos, lanza con urgencia la pregunta a Jesús; es desde el apremio de la cárcel, desde la conciencia de que se está agotando su tiempo, que su tarea está concluyendo y que necesita confirmar el signo del cual él es el precursor, para saber que la misión profética que le ha correspondido de parte del Señor ya está realizada.

Es una interrogante hecha por Juan, no tanto para saber si aquél, al que le ha correspondido como misión anunciar, ya está en medio de su pueblo, y por tanto su tarea está ya cumplida, sino más bien, en vista de sus propios discípulos, velando por revisar la dirección de su seguimiento.

Es un último acto de entrega absoluta a la misión que ha recibido de lo alto: para que su eclipse sea completo, ha de desprenderse de quienes lo han seguido, dejándolos en las manos de Aquél, al que reconoce como su Señor, ha de renunciar al básico deseo de reconocimiento, al natural cobijo afectivo, que produce el saberse seguido, escuchado, amado. Precisamente por amor a esos discípulos, que, cuando él ya no esté, cuando el vaso de su vida haya sido quebrado y brutalmente derramado, habrán de continuar su aprendizaje, ahora con el verdadero Maestro, con ése, el esperado por la historia, origen y sentido último del peregrinar del pueblo, que se ha sabido convocado y conducido por el propio Dios hacia la madurez del tiempo.

La pregunta de Juan, por su parte, asume y sintetiza la siempre punzante y mil veces repetida interpelación de los pobres, la de los excluidos, la de los perseguidos, la de los postergados; la de los que claman por la justicia, la de los que, a punto de desfallecer, aún se aferran a la esperanza.

La pregunta de Juan por un signo de confirmación, viene precisamente de aquel que es él mismo, en sí mismo, un signo de un tiempo nuevo, de una economía nueva: un tiempo de conversión, un saber y declarar que es necesario abandonarse en las manos del Señor; no es otra cosa lo que ha hecho Juan -que delante de sus contemporáneos parece emerger desde lo hondo de las mareas del tiempo, que parece venir a rescatar desde el acomodaticio olvido el remoto pasado- el profeta que ha salido a recoger lo que Dios ha querido sembrar por las planicies del desierto- no es otra cosa lo que Juan quiere representar con la reciedumbre de su ministerio y la consecuencia entre su decir y su actuar.

Y desde este hombre completamente entregado al designio salvador que sólo conoce el Padre, surge la pregunta perentoria, que ha de desgarrar el velo de la historia: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos todavía seguir esperando?

La respuesta de Jesús se inscribe tambien en la economía de los signos: la presencia del Señor se deja ver precisamente en medio de aquellos que siguen esperando, en medio de los pobres, de los enfermos, de los excluidos; la presencia del Señor no se anuncia con signos espectaculares, en medio de la parafernalia palaciega, entre grandes discursos y programas, entre compromisos y graciosas concesiones, sino acontece de uno en uno, en esos ciegos que ahora ven, en esos enfermos sanados, en los leprosos reintegrados al tejido social, en los pobres que son destinatarios y testigos del Reino, del plan de Dios que se alcanza a palpar allí en donde la solidaridad y la justicia se entretejen en el urdido de la trama de la sociedad.

Pero como ocurre con todo signo, para descubrirlo, hay que estar esperándolo, para reconocerlo hay que estar prevenidos, hay que salir a buscarlo, saber mirar, saber escrutar e interpretar; podemos pasar entre la gente y no darnos cuenta de lo que el Señor está haciendo en medio de su pueblo, podemos persistir con la mirada embotada por el pesimismo, y pasar al lado de la novedad sin verla.

Por eso es que la invitación del Señor trae consigo también un desafío: desafío a que los discípulos de Juan, el Profeta, se conviertan ellos mismos en profetas: ¡Vayan a contar lo que ustedes oyen y ven! Y asumiéndose profetas, se hagan así discípulos enviados del propio Jesús; discípulos capaces de rastrear incansables la huella del paso del Señor, dondequiera que ésta se imprima; misioneros, que lleven esta noticia que ha de ser anunciada a los pobres, hasta donde quede un pobre que pueda sostener en ella su esperanza.

Pero es también un desafío en el orden de la acción; no se puede anunciar la liberación, la justicia, la misericordia de Dios, el Reino brotando y floreciendo allí donde están los postergados, si los discípulos enviados no se convierten ellos mismos, -nosotros mismos- en agentes de liberación, de misericordia, de justicia; en ciudadanos del Reino, que con su inteligencia, con su voluntad entregada, con sus manos, descubran los brotes, los alienten y los hagan florecer.

Este Evangelio es por último también una invitación y desafío en modo de advertencia; y esta última de cara a la multitud que ha sido testigo de la pregunta de los Discípulo de Juan y la respuesta de Jesús; los signos hay que salir a buscarlo, pero cuando los encontramos hay que saber reconocerlos y leerlos como tales: podemos buscar con porfía lo que nuestros sueños de grandeza y de poder se empeñan en urdir: (la caña agitada por el viento y el hombre vestido con refinamiento, que goza con molicie en las protegidas habitaciones de un palacio, son alusiones en el Evangelio a la figura de Herodes); sin embargo, por esta senda no encontraremos al Señor, pasaremos de largo, desconoceremos sistemáticamente su forma de actuar; al contrario, habrá que salir al desierto para que en él nos sorprenda la novedad de Dios, dispuestos a dejarnos renovar, a recoger el desafío, a recibirlo con alegría, a colaborar con empeño para multiplicar y diseminar la esperanza en el Dios que viene para quedarse con nosotros.


Raúl Moris G. Pbro.
Freddy Mora | Imprimir | 364