viernes 03 de mayo del 2024
El Diario del Maule Sur
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Hoy
Opinión 30-04-2023
El oficio del Buen Pastor

Raúl Moris G. Pbro

En Palestina, en tiempos de Jesús, los rediles eran comunales: recintos compartidos en donde las ovejas eran reunidas para pasar la noche, para agruparlas en los momentos de descanso del pastor, al calor insoportable del mediodía, o para resguardarlas del ataque de los depredadores, lobos y ladrones, o simplemente para contarlas, por lo que cada pastor debía saber cuáles eran las suyas, y por tanto arreglárselas para tener algún modo peculiar de llamarlas al tiempo de entrar y salir de él, por otra parte, estos rediles carecían de portones, por lo que cada pastor se ubicaba en las distintas entradas y con su propio cuerpo protegía el rebaño, impidiendo tanto la salida de las ovejas, como la entrada de los indeseables.
Éste es el cimiento cultural, sobre el cual se asientan las figuras de la Puerta y del Pastor, que el Cuarto Evangelista pone en labios de Jesús en el comienzo del discurso que ocupa todo el cap. 10 de su relato.
El “Discípulo a quien Jesús amaba” está escribiendo para una comunidad que ya no está tan cerca de la primera generación de seguidores de Jesús, una comunidad que ya ha conocido los rigores de la persecución, que ha vivido la crisis del sacerdocio de Israel y el fin del culto en el Templo de Jerusalén, que ha conocido el fervor suscitado por los continuos advenimientos de autoproclamados “Mesías”, característicos de los tiempos que rodearon al nacimiento del nuevo pueblo de la Iglesia y ha sido testigo de la aparición de desviaciones diversas en la enseñanza del camino propuesto por Jesús a los Apóstoles (por eso la insistencia en el tema de los ladrones y asaltantes).
La propuesta del Evangelista es entregar a su comunidad –y por cierto a la nuestra- una buena noticia que reviste varias facetas: la fidelidad absoluta de Jesucristo a la misión encargada por el Padre de cara a la humanidad: Él es la Puerta, por la cual se opera la entrada a la comunidad de los llamados a la vida; puerta que conduce a los pastos abundantes -la referencia al Bautismo y a la Eucaristía es patente- es Pastor que conoce bien su oficio y, de particular manera, al rebaño encomendado, con el que genera relaciones personales: él llama a las suyas por su nombre, es decir, conoce lo íntimo de su identidad, las conduce, y las ovejas lo siguen en un ejercicio de confianza en el timbre de su voz.
El discurso del Buen Pastor va a ahondar en el tema de la escucha fiel, del reconocimiento y de la relación amorosa que se establece al prestar oído atento a la voz de Aquél que no busca su propia afirmación, de Aquél que no quiere ni puede mentir; de Aquél, cuya voz la reconocemos como la voz de quien ha salido a buscarnos para hacernos entrar con Él, en Él y a través de Él, a los fértiles pastos de la vida que no conoce ocaso.
Pastor que construye su relación con las ovejas en el sentido de la pertenencia y no de la propiedad: las ovejas ciertamente son suyas, la relación está asentada en el conocimiento amoroso y en el interés que cada una de las ovejas suscita en el pastor: las conoce y las llama por el nombre; y ellas reconocen su voz, una voz desde la cual no han de temer amenaza alguna; porque de alguna manera se han dado cuenta que esa voz no proviene de alguien que las considera su propiedad, algo que puede ser utilizado para su usufructo y provecho, para su propio crecimiento o su propio proyecto; el rebaño de este Pastor no es ganado anónimo, no es ganancia que acumule el Pastor para luego ser devorada por él mismo; la vida y el oficio de este pastor está en función de sus ovejas y no al revés, él es su pastor, su voz es la que suscita en ellas el confiado seguimiento, voz de aquel de quien no huirían, voz que siguen cuando las convoca, porque el rebaño ha aprendido en la mutua convivencia que, del mismo modo en que ellas pertenecen al pastor, éste, a su vez, le pertenece.
Pastor y Puerta, que sabe conjugar la custodia con la libertad del rebaño, porque conoce la índole de las ovejas que le han sido encomendadas, y las deja “salir y entrar” confiado en que el rebaño es capaz de aprender a reconocer en Él, que lo llama a la vida “en abundancia”, al mismo que llamó a cada uno a la vida desde el principio, al mismo que –como el Cuarto Evangelio insiste desde sus primeros versículos- ha salido del Padre y ha bajado del cielo, para hacer entrar y hacer subir a la creación entera de vuelta al amor del Padre, para que se realice en plenitud, y para cada cual, el proyecto de creación y salvación, que es uno y el mismo desde el principio; Pastor confiado, por tanto, en que las ovejas serán capaces de resistir a la seducción de las otras voces que se alzan –por cierto atractivas- en cada recodo del camino que el rebaño ha de recorrer hacia los distantes pastos, los que sacian de verdad su hambre de verdad y amor.
Pastor, que entiende el don de la vida regalada al rebaño siempre en la perspectiva de un “todavía más”; no se trata sólo para Él de empeñar por entero su vida para que las ovejas tengan vida, la mezquina vida de todos los días, sino para que la calidad de la vida de éstas alcance una plenitud insospechada, la Vida, así, con mayúsculas, la “vida en abundancia”.
La propuesta del Cuarto Evangelio reviste también el aspecto de una denuncia, la que se hace mediante la oposición de la figura del pastor verdadero, fidedigno y legítimo, y los que son llamados, en comparación, ladrones y asaltantes; quiénes son estos últimos, a los que el discurso del Buen Pastor viene a denunciar; son en primer lugar aquellos líderes mesiánicos, que como decíamos más arriba, abundaron en el agitado acontecer de las inmediaciones del siglo I en el territorio de Palestina e Israel, líderes que sucumbieron a la elocuente seducción del propio carisma y de los propios intereses, arrastrando en su ascenso impetuoso y caída a muchos que buscaban encendidas propuestas para poder darle relevancia y sentido a sus vidas.
Es, sin embargo, también una invitación a la propia comunidad del Discípulo Amado, tanto a quienes han de seguirlo en el oficio de pastor, como a quienes formarán parte del rebaño: a estos últimos para que aprendan a discernir la presencia y la voz del Pastor, que no viene ofreciendo promociones de fácil, pero corto alcance, para tentarlo al seguimiento; pero cuya invitación –que no va a disfrazar las asperezas del camino- conduce de veras a la vida.
A los primeros, a los que han aceptado el arduo oficio del pastor, la invitación es para que aprendan a caminar al paso del rebaño, y así darse el tiempo que requiere el conocerlo para amarlo; a confiar en que el tiempo empleado en el conocimiento del rebaño, conocimiento particular, inmediato, contacto personal, es infinitamente más rico que cualquier saber general, que cualquier discurso, que podrá servir para escribir páginas y páginas, pero que no acaba de llenar de sentido los instantes preciosos, que sí los colma el escuchar el propio nombre pronunciado con calidez y profundo respeto, por los labios de un pastor al que realmente le importa cada una de aquellos que el Señor ha puesto a su cuidado; el poder comprender de verdad, a través del gesto oportuno, del abrazo cercano del amigo, lo que estamos entendiendo y transmitiendo cuando hablamos de un Dios de misericordia, de un Dios de amor, que se juega la vida por aquellos a los que Él ama tanto, como para haberlos convocado a la vida.

Freddy Mora | Imprimir | 289