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martes 10 de junio del 2025
Opinión 21-04-2024
EL OFICIO DEL BUEN PASTOR (ciclo B)
Raúl Moris G, Pbro
La figura del Pastor fue elegida desde muy antiguo en la cultura semita, a la que pertenece el pueblo de Israel, como una de las figuras para ilustrar el oficio de la conducción; al rey y al sacerdote/rey, se le suele dar ese título: “Pastor de Pueblos” o “Pastor de Hombres” en antiguos textos surgidos en la cultura mediterránea, desde Egipto, como título ceremonial de algunos faraones, pasando por la Mesopotamia, que así llama al Rey en el Código de Hammurabi, hasta el mundo griego, que en la Ilíada, menciona con este nombre a Agamenón; en el Antiguo Testamento, la figura del pastor, dejó el testimonio del entrañable salmo 23, pero también aparece en la descarnada crítica de algunos profetas a los miembros de la clase sacerdotal y a los reyes, que se centrará precisamente en el hecho de que algunos de ellos, olvidaron, abandonaron o abusaron de su oficio.
Del mismo modo ocurre en los versículos iniciales de este pasaje, cuando se hace la comparación entre el Pastor y el Asalariado; lo que está en juego aquí no es en rigor el comportamiento de un asalariado, que no hace más que lo que estrictamente le exige su trabajo y que no tiene un compromiso más allá del funcional con las ovejas –no le pertenecen, no le son propias, ni es dueño de las ovejas, dice el texto, y por eso, entre su vida y la vida de las ovejas, opta por la propia y huye en el momento en que aparece el lobo- de hecho, si la definición del oficio pasa por el salario, se puede y se debe ser bueno en eso, cumpliendo cabal y eficazmente todo y solo aquello que implica el contrato, y basta.
Lo que se está denunciando es la actitud de quien teniendo el oficio de Pastor, se comporte como si sólo fuera asalariado, centrado en si mismo y en sus necesidades, (no importa aquí cuál o cuánto es el importe del salario, lo que caracteriza al asalariado es que en el centro de sus preocupaciones sólo está él mismo); se trata de una crítica al sacerdocio judío de los tiempos de Jesús, pero es mucho más que eso, es una invitación al seguimiento del Señor en su oficio de único Pastor verdadero, en su oficio no de pastor ordinario, sino de Buen Pastor. Este oficio se desplegará en los verbos con los que Jesús se refiere a la acción del Buen pastor: dar la vida, conocer, considerar como algo propio al rebaño, conducir, amar.
El Buen Pastor da su vida por las ovejas: Cinco veces en este fragmento del Discurso de Buen Pastor aparece la expresión “dar la vida” lo que inevitablemente nos lleva a recordar el gesto supremo de la Crucifixión, el acto extremo de donación que corona la vida de Jesús, sin embargo, aquí hay algo más.
El Cuarto Evangelista escribe en griego; conoce y usa los verbos dídomi, “dar”, como ocurre en Jn 3,16 y paradídomi “entregar” como en 13, 21; sin embargo aquí, el verbo que aparece es títhemi, cuyos primeros sentidos son “exponer”, “dedicar” “empeñar”, entre otros muchos; el sentido, por tanto, del verbo “dar” no apunta aquí sólo al momento supremo de la vida del Pastor, a saber: su muerte como ofrenda por la vida del rebaño, sino a una vida entera, empeñada en cada momento a favor de las ovejas.
El Buen Pastor se juega la vida en su oficio; en cada instante de esa vida, el Buen Pastor es heroico, no sólo por el heroísmo de la entrega última y definitiva, sino por el cotidiano esfuerzo en que va entregando su vida para que sea consumida por el bien del rebaño; en ese mismo sentido aparecerá este verbo en la respuesta que desde el entusiasmo grita Pedro a Jesús en Jn 13, 37 y en la réplica de Jesús a este entusiasmado propósito cuando le predice la negación: la donación, la dedicación de la vida, no implica sólo descubrir el pecho en el momento del sacrificio extremo, -lo que podría acontecer incluso en un momento de irresoluta temeridad- sino implica poner empeño día a día de modo emprender todo lo necesario para que las ovejas alcancen la vida en plenitud; haciéndolo desde la opacidad de los gestos rutinarios, allí cuando el calor agobia, cuando el cuerpo del pastor hace su reclamo, cuando ese reclamo se alza desde su propia fragilidad, incluso cuando el rebaño se resiste a ser conducido.
Conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí: El conocer del Pastor implica intimidad con las ovejas; el Cuarto Evangelista escribe en griego, pero piensa en arameo; el uso semita del verbo conocer va mucho más allá de nuestro uso; el ginōskō griego ha de entenderse como el hebreo yadá: no se trata sólo de una relación intelectual, de un saber acerca de las ovejas, de lo que necesitan, o peor, de lo que se me ocurre a mí que ellas precisan; sino de una relación más íntima en la que está comprometida la existencia entera del Pastor, no sólo lo que sabe, sino también lo que siente y lo que está dispuesto a hacer; el Buen Pastor no sólo posee un saber que le permite conducir a las ovejas, sino que este saber brota desde una íntima experiencia de amor que configura su vida entera y en la que se sostiene precisamente el primero de los verbos de su oficio: empeñar la propia vida por el rebaño.
Es esta una experiencia que nace y conduce desde y hacia una misma fuente: Como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre: el conocer del Pastor a las ovejas tiene como origen y como destino su propia y fundante experiencia del conocimiento amoroso, allí donde aprendió a conocer y a amar, allí es hacia donde habrá de conducir a las ovejas: al conocimiento enamorado del Padre.
A partir de esta experiencia es que el Buen Pastor construye su relación con las ovejas, por eso el adjetivo y pronombre posesivo que el discurso aplica a las ovejas apunta hacia la pertenencia y no al sentido de propiedad: las ovejas ciertamente son suyas, no porque sea el dueño de ellas, sino desde el interés amoroso que cada una de las ovejas suscita en el pastor: las conoce y las llama por el nombre; y ellas reconocen su voz, una voz desde la cual no han de temer amenaza alguna; porque se han dado cuenta que esa voz no proviene de alguien que las considera su posesión, algo que puede ser utilizado para su usufructo y provecho, para su propio crecimiento o su propio proyecto.
El rebaño de este Pastor no es “ganado”, a saber, ganancia, que luego habrá de ser devorada; la vida y el oficio de este pastor está en función de sus ovejas y no al revés, dado que ambos han aprendido en la mutua convivencia que, del mismo modo en que ellas pertenecen al pastor, éste, a su vez, le pertenece.
Tengo otras ovejas que no son de este redil: La diferencia entre el Pastor y el Asalariado, con la que se inicia este fragmento del discurso del Buen Pastor, radica en la relación con el rebaño; para el asalariado las ovejas son ajenas, no son de su propiedad, no las posee como suyas; para el Buen Pastor son propias, porque mutuamente se pertenecen; hay pertenencia y confianza entre el pastor y las ovejas, o mejor dicho, sus ovejas; pertenencia que actúa como cimiento del deber ineludible de la conducción: para eso se es Pastor: para conducir a las ovejas hacia el alimento y la vida abundante; sin embargo, como este conocimiento y sentido de pertenencia nacen de la vivencia del agape, del amor que se expande y se difunde: esta pertenencia no cierra el corazón del Pastor a la existencia y a las necesidades de otras ovejas; por definición, el agape se difunde en la medida en que es inclusivo: la capacidad de ensanche del corazón del Buen Pastor es ilimitada, y por tanto, alcanza para las ovejas que, aunque todavía no lo conozcan, cuando escuchen su voz habrán de querer pertenecerle, ser contadas entre las suyas.
Ellas oirán mi voz, y así habrá un solo rebaño y un solo Pastor: Hay confianza también de parte del Pastor hacia las ovejas, confianza que nace del mutuo conocimiento en el amor: no existe duda en el Pastor acerca de la respuesta de sus ovejas: ellas oirán mi voz; confianza, además que le permite invitar a compartir con el rebaño la responsabilidad de la consecución de la meta, la vida plena en la casa del Padre, principio y fin del empeño del Buen Pastor.
La Iglesia ha elegido este Domingo, el cuarto de Pascua, Domingo del Buen Pastor, para hacer oración por las vocaciones, en particular por la vocación al Sacerdocio Ministerial, el contenido de nuestra oración ha de estar centrado en pedir al Padre que suscite, en medio de su pueblo, pastores para su Iglesia, que aprendan del Buen Pastor a entregar con empeño su vida en el ejercicio de su oficio, a conocer y amar a la porción del rebaño que le ha sido encomendada como propia, a jugarse la vida para conducirla a la experiencia de amor en la que se funda todo esfuerzo de la Iglesia: el amor del Padre que nos regaló a su Hijo como el Buen Pastor para así alcanzar la vida en plenitud.
Freddy Mora | Imprimir | 502
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