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viernes 20 de septiembre del 2024
Opinión 04-08-2024
EL PAN PARA LA VIDA DEL MUNDO…
Raúl Moris G., Pbro.
Ha acontecido la multiplicación del pan y los peces, y el Evangelio del Discípulo Amado continúa el cap. sexto con el Discurso del Pan de Vida; en el que se revela el vínculo indisoluble que hay entre el signo que Jesús ha realizado y la Eucaristía, entre la Eucaristía y la Encarnación, entre la Eucaristía y la vida de la Iglesia; discurso que no es solo la revelación de cómo va a culminar y prolongarse en el tiempo el Misterio de la Encarnación, sino también un emplazamiento: la vida de quien se dice discípulo de Jesús ha de quedar definitivamente traspasada por la decisión de seguir a Jesús, aceptando y asumiendo su vocación de ser pan entregado en nuestras manos para que nosotros tengamos vida.
Este emplazamiento es el que da el tono inicial de reproche que Jesús hace a sus interlocutores en la Sinagoga de Cafarnaúm: la muchedumbre que ha sido testigo y beneficiaria de la multiplicación del pan y los peces acude con prisa hasta donde ahora saben que se encuentra Jesús; se acerca a Él, sin embargo, intentando encubrir su interés primero, abordándolo como al pasar: Maestro, ¿Cuándo llegaste aquí?
Jesús ni siquiera se molesta en responder esta aparentemente inocente cuestión, al contrario, los pone frente a su realidad y les encara su actitud: me buscan porque quieren seguir comiendo gratis; se ha realizado un signo por demás elocuente delante de ustedes y no han sido capaces de acogerlo como tal, no han podido –o no han querido- darse cuenta que -tal como sucedió con sus padres en el desierto, en relación con el Maná- tampoco ustedes han sido capaces de elevarse desde el gesto concreto, realizado en su condición de signo, a la Voluntad del Padre significada por él; ésta es la razón de que ante la insistencia de la muchedumbre de seguir pidiendo señales, Jesús inmediatamente avanza hacia la cuestión del signo en cuanto Sello.
En Él Dios Padre ha puesto su sello… Si en algo han estado de acuerdo los miembros de las primeras comunidades que nacieron bajo la luz del misterio pascual, es que en la acción de partir y compartir el pan, que Jesús realiza delante y con sus discípulos, es un gesto central en su ministerio, señala un punto de llegada: acontecido este gesto –más que de cualquier otro- la identidad mesiánica se revela; Jesús es el anunciado por los profetas, Jesús es el esperado para los tiempos finales; pero también señala un punto de partida, manifiesta su voluntad de unir el cielo y la tierra en un único gesto de comunión, gesto que no tiene otra finalidad que conducir la humanidad hacia el Padre, dar sentido y alimentar su peregrinar; el signo que sella la nueva Alianza, la Alianza que revela la finalidad de la creación entera; la Alianza de amor definitiva entre Dios y los hombres, que la Iglesia celebrará hasta el fin de los tiempos en el sacramento de la Eucaristía.
Por esta razón, el diálogo que dará inicio al discurso eucarístico –el Discurso del Pan de Vida- se inicia con la mención del sello (en griego se usa la expresión sphragizo, es decir, portar o ser marcado por un sphragis, un instrumento que contiene la identificación exclusiva de alguien con autoridad suprema): el Hijo del Hombre ha recibido el sello de parte del Padre; ha sido marcado por Él.
Para esto, el Verbo se ha hecho carne: para responder agradecido desde el hondo seno de la humanidad herida, a la llamada amorosa del Padre que nos ha convocado a la vida, -y a una vida que no ha de conocer el ocaso- por el puro desborde de su amor.
Para esto, el Verbo se ha hecho carne: para establecer la Alianza definitiva, sellada con la entera entrega de su propia vida, Alianza que reconcilia a la humanidad con el plan del Padre y lo lleva a su cumplimiento de manera sobreabundante.
Para esto, el Verbo se ha hecho carne: para quedarse para siempre en la Eucaristía, en el pan que se parte se reparte y se comparte, alimentando y conduciendo el caminar del pueblo disperso, para que llegue a peregrinar por el único camino que lo conduce a su verdadera patria y permanezca en ese andar.
Para esto, el Verbo se ha hecho carne: para ser Portador del Sello de la Voluntad del Padre: El signo de la multiplicación del pan y de los peces revela por tanto, la verdadera identidad de Jesús.
La obra de Dios consiste en que ustedes crean en aquél que Él envió…: Sin embargo, el diálogo con el que se da inicio a este discurso, no sólo contiene esta revelación gozosa, contiene también una invitación perentoria, un emplazamiento; en el marco de la libertad -querida y respetada por Dios porque se ha tomado en serio la identidad de su creatura, el hombre- no basta el solo querer de salvación de parte del Padre; sino que exige una respuesta consciente, activa y decidida de parte nuestra.
Abrirse al misterio del Señor que se revela como el Pan de Vida, es estar dispuestos a creer que en la extrema debilidad del que ha asumido nuestra carne, que en la extrema obediencia del Hijo –que nada puede hacer sino aquello que dócilmente ha recibido como voluntad del Padre- se encuentra nuestra salvación; precisamente allí: en el Cristo despojado, frágil carne en el pesebre; en el Cristo crucificado, en el Cristo repartido de mano en mano que se deja comer por nosotros, para que participemos de su vida, en cada Eucaristía.
Ha acontecido la multiplicación del pan y los peces, y el Evangelio del Discípulo Amado continúa el cap. sexto con el Discurso del Pan de Vida; en el que se revela el vínculo indisoluble que hay entre el signo que Jesús ha realizado y la Eucaristía, entre la Eucaristía y la Encarnación, entre la Eucaristía y la vida de la Iglesia; discurso que no es solo la revelación de cómo va a culminar y prolongarse en el tiempo el Misterio de la Encarnación, sino también un emplazamiento: la vida de quien se dice discípulo de Jesús ha de quedar definitivamente traspasada por la decisión de seguir a Jesús, aceptando y asumiendo su vocación de ser pan entregado en nuestras manos para que nosotros tengamos vida.
Este emplazamiento es el que da el tono inicial de reproche que Jesús hace a sus interlocutores en la Sinagoga de Cafarnaúm: la muchedumbre que ha sido testigo y beneficiaria de la multiplicación del pan y los peces acude con prisa hasta donde ahora saben que se encuentra Jesús; se acerca a Él, sin embargo, intentando encubrir su interés primero, abordándolo como al pasar: Maestro, ¿Cuándo llegaste aquí?
Jesús ni siquiera se molesta en responder esta aparentemente inocente cuestión, al contrario, los pone frente a su realidad y les encara su actitud: me buscan porque quieren seguir comiendo gratis; se ha realizado un signo por demás elocuente delante de ustedes y no han sido capaces de acogerlo como tal, no han podido –o no han querido- darse cuenta que -tal como sucedió con sus padres en el desierto, en relación con el Maná- tampoco ustedes han sido capaces de elevarse desde el gesto concreto, realizado en su condición de signo, a la Voluntad del Padre significada por él; ésta es la razón de que ante la insistencia de la muchedumbre de seguir pidiendo señales, Jesús inmediatamente avanza hacia la cuestión del signo en cuanto Sello.
En Él Dios Padre ha puesto su sello… Si en algo han estado de acuerdo los miembros de las primeras comunidades que nacieron bajo la luz del misterio pascual, es que en la acción de partir y compartir el pan, que Jesús realiza delante y con sus discípulos, es un gesto central en su ministerio, señala un punto de llegada: acontecido este gesto –más que de cualquier otro- la identidad mesiánica se revela; Jesús es el anunciado por los profetas, Jesús es el esperado para los tiempos finales; pero también señala un punto de partida, manifiesta su voluntad de unir el cielo y la tierra en un único gesto de comunión, gesto que no tiene otra finalidad que conducir la humanidad hacia el Padre, dar sentido y alimentar su peregrinar; el signo que sella la nueva Alianza, la Alianza que revela la finalidad de la creación entera; la Alianza de amor definitiva entre Dios y los hombres, que la Iglesia celebrará hasta el fin de los tiempos en el sacramento de la Eucaristía.
Por esta razón, el diálogo que dará inicio al discurso eucarístico –el Discurso del Pan de Vida- se inicia con la mención del sello (en griego se usa la expresión sphragizo, es decir, portar o ser marcado por un sphragis, un instrumento que contiene la identificación exclusiva de alguien con autoridad suprema): el Hijo del Hombre ha recibido el sello de parte del Padre; ha sido marcado por Él.
Para esto, el Verbo se ha hecho carne: para responder agradecido desde el hondo seno de la humanidad herida, a la llamada amorosa del Padre que nos ha convocado a la vida, -y a una vida que no ha de conocer el ocaso- por el puro desborde de su amor.
Para esto, el Verbo se ha hecho carne: para establecer la Alianza definitiva, sellada con la entera entrega de su propia vida, Alianza que reconcilia a la humanidad con el plan del Padre y lo lleva a su cumplimiento de manera sobreabundante.
Para esto, el Verbo se ha hecho carne: para quedarse para siempre en la Eucaristía, en el pan que se parte se reparte y se comparte, alimentando y conduciendo el caminar del pueblo disperso, para que llegue a peregrinar por el único camino que lo conduce a su verdadera patria y permanezca en ese andar.
Para esto, el Verbo se ha hecho carne: para ser Portador del Sello de la Voluntad del Padre: El signo de la multiplicación del pan y de los peces revela por tanto, la verdadera identidad de Jesús.
La obra de Dios consiste en que ustedes crean en aquél que Él envió…: Sin embargo, el diálogo con el que se da inicio a este discurso, no sólo contiene esta revelación gozosa, contiene también una invitación perentoria, un emplazamiento; en el marco de la libertad -querida y respetada por Dios porque se ha tomado en serio la identidad de su creatura, el hombre- no basta el solo querer de salvación de parte del Padre; sino que exige una respuesta consciente, activa y decidida de parte nuestra.
Abrirse al misterio del Señor que se revela como el Pan de Vida, es estar dispuestos a creer que en la extrema debilidad del que ha asumido nuestra carne, que en la extrema obediencia del Hijo –que nada puede hacer sino aquello que dócilmente ha recibido como voluntad del Padre- se encuentra nuestra salvación; precisamente allí: en el Cristo despojado, frágil carne en el pesebre; en el Cristo crucificado, en el Cristo repartido de mano en mano que se deja comer por nosotros, para que participemos de su vida, en cada Eucaristía.
Freddy Mora | Imprimir | 228