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martes 11 de noviembre del 2025
Opinión 02-11-2025
El panteón viejo de Linares

(Manuel Quevedo Méndez)
El primer cementerio se ubicó a extramuros de la villa, hacia el norponiente que después fue calle Yungay, conocido por años como el panteón viejo. El recinto se habilitó posterior a 1805, y a la instalación de la parroquia, que dependía de Yerbas Buenas. Este camposanto, no satisfacía a las autoridades y el Cabildo.
En 1846, además de tener una Iglesia a medio construir, se deploraba no existir un cementerio público, sino un reducido panteón. La situación obligó a muchos vecinos a sepultar sus deudos en el camposanto de Yerbas Buenas o de Talca, más amplio y en mejores condiciones que el de la naciente Villa de Linares. En todo caso, en el llamado Panteón Viejo están sepultados los restos de los fundadores, primeros regidores y vecinos del Linares del siglo XVIII.
Sin embargo, un año después la inquietud era más acentuada entre los regidores. De esta forma, se convocó a un cabildo abierto -20 de febrero de 1847-, donde se analizó, con asistencia de 21 vecinos, la creación de un camposanto en el sector oriente de la villa, para lo cual era necesario comprar un sitio adecuado. En esta reunión se hizo una erogación de dinero para el objetivo, con lo cual se creyó posible iniciar los trabajos prontamente. Es más, era urgente. Se comisionó al P. José Vicente Jerez y Marcelo Ibáñez para levantar un plano del posible recinto, cumpliendo su cometido en 20 días, siendo aprobado por el Cabildo y vecinos. Un año después el Cabildo, presidido por el Gobernador Santiago Toro y Vergara, insistió en su afán de adquirir un terreno para el camposanto, siempre al oriente de la ciudad, pero la carencia de fondos lo impidió.
En el último tercio del siglo XIX, el cementerio primitivo se hizo estrecho y se producían escenas macabras. El Dr. José Joaquín Aguirre, visitó la ciudad (abril 1894), junto al Dr. Alcibíades Vicencio, integrantes del Consejo Superior de Higiene, dejando un pésimo informe del lugar: “A causa de sus reducidas proporciones, ocurre que las inhumaciones se practican materialmente unas sobre otras, de modo que en un espacio de cuatro metros cuadrados se entierran los restos de dieciséis personas. Anexo al cementerio común, fuera de sus muros, existe otro, que carece de cierro y hallándose las tumbas apenas cubiertas por ramas de espino. Dada la situación, no es de extrañar, que se produzca el hecho repugnante, que animales carnívoros vayan a remover las sepulturas cebándose en los restos allí inhumados”.
Dada esta situación, el municipio habilitó otro camposanto, en el lugar que hoy se encuentra. Pertenecía a José R. Vallejos y a 17 cuadras de la Plaza. Por su parte, encargó a Juan A. Alvarado -uno de los primeros maestros en su ramo en Linares- la responsabilidad de construir la casa de corredores que, daba al antiguo camino a Panimávida, curva eliminada en la década de 1930 y trazando la variante actual. Para ello entregó temporalmente, y sin traspaso de posesión, el predio a la parroquia, por cuanto esa entidad cursaba las partidas de defunción antes que se creara el Registro Civil. Así, sin trámite notarial de por medio, la parroquia quedó administrando hasta hoy ese camposanto. La decisión produjo una ardua discusión en la prensa. Se debatía, si el terreno había sido adquirido con fondos del municipio, por qué debía quedar bajo la tuición del párroco. A ello se agregaba, la disposición del Obispado de Concepción, que declaraba parroquiales todos los cementerios de su jurisdicción, Independiente de la forma de funcionamiento y de su construcción.
Desde fines del S. XIX, hasta entrado el S. XX, se debate la idea de un Cementerio General, independiente de la autoridad eclesiástica. En 1929, el Intendente David Hermosilla y el alcalde Juan Pablo Rojas, exigieron del Obispo León Prado la entrega del recinto a la tuición de la Junta de Beneficencia; que habría sido aceptado el prelado, pero el traslado de la autoridad provincial y renuncia del alcalde, dejaron todo en suspenso. En 1935 se reactiva la discusión, reiterando que el terreno es municipal y administrado por el Obispado. Se expresa que el camposanto debe volver al municipio y ser dirigido por la Beneficencia. De la entrega se acusa a un regidor, realizar el traspaso sin consulta. El Panteón Viejo, no tardó en convertirse en un huerto de árboles frutales (naranjos, perales), nogales y una viña de uva país, con frutos de gran tamaño por la abundancia de sustancias calcáreas y fosfóricas del suelo. En las tierras del antiguo Panteón Viejo se construyó a fines de febrero de 1967, la actual población Magisterio, para entregar con facilidades a los maestros. Las casas no fueron terminadas en sus detalles y tardaron en ser habitadas.
La villa ha ido creciendo y hoy es una zona poblada. El 18 de enero de 1956 Dominga Cuéllar compra a Jorge Costa cuatro hectáreas de tierra, ubicadas en el camino a Panimávida, para donarlas al Obispado, y habilitar un Cementerio Católico. El proyecto, no logra realizarse. (Bibliografía: Las calles de Linares, 1945. Historia de Linares, Jaime González Colville, 2018.
El primer cementerio se ubicó a extramuros de la villa, hacia el norponiente que después fue calle Yungay, conocido por años como el panteón viejo. El recinto se habilitó posterior a 1805, y a la instalación de la parroquia, que dependía de Yerbas Buenas. Este camposanto, no satisfacía a las autoridades y el Cabildo.
En 1846, además de tener una Iglesia a medio construir, se deploraba no existir un cementerio público, sino un reducido panteón. La situación obligó a muchos vecinos a sepultar sus deudos en el camposanto de Yerbas Buenas o de Talca, más amplio y en mejores condiciones que el de la naciente Villa de Linares. En todo caso, en el llamado Panteón Viejo están sepultados los restos de los fundadores, primeros regidores y vecinos del Linares del siglo XVIII.
Sin embargo, un año después la inquietud era más acentuada entre los regidores. De esta forma, se convocó a un cabildo abierto -20 de febrero de 1847-, donde se analizó, con asistencia de 21 vecinos, la creación de un camposanto en el sector oriente de la villa, para lo cual era necesario comprar un sitio adecuado. En esta reunión se hizo una erogación de dinero para el objetivo, con lo cual se creyó posible iniciar los trabajos prontamente. Es más, era urgente. Se comisionó al P. José Vicente Jerez y Marcelo Ibáñez para levantar un plano del posible recinto, cumpliendo su cometido en 20 días, siendo aprobado por el Cabildo y vecinos. Un año después el Cabildo, presidido por el Gobernador Santiago Toro y Vergara, insistió en su afán de adquirir un terreno para el camposanto, siempre al oriente de la ciudad, pero la carencia de fondos lo impidió.
En el último tercio del siglo XIX, el cementerio primitivo se hizo estrecho y se producían escenas macabras. El Dr. José Joaquín Aguirre, visitó la ciudad (abril 1894), junto al Dr. Alcibíades Vicencio, integrantes del Consejo Superior de Higiene, dejando un pésimo informe del lugar: “A causa de sus reducidas proporciones, ocurre que las inhumaciones se practican materialmente unas sobre otras, de modo que en un espacio de cuatro metros cuadrados se entierran los restos de dieciséis personas. Anexo al cementerio común, fuera de sus muros, existe otro, que carece de cierro y hallándose las tumbas apenas cubiertas por ramas de espino. Dada la situación, no es de extrañar, que se produzca el hecho repugnante, que animales carnívoros vayan a remover las sepulturas cebándose en los restos allí inhumados”.
Dada esta situación, el municipio habilitó otro camposanto, en el lugar que hoy se encuentra. Pertenecía a José R. Vallejos y a 17 cuadras de la Plaza. Por su parte, encargó a Juan A. Alvarado -uno de los primeros maestros en su ramo en Linares- la responsabilidad de construir la casa de corredores que, daba al antiguo camino a Panimávida, curva eliminada en la década de 1930 y trazando la variante actual. Para ello entregó temporalmente, y sin traspaso de posesión, el predio a la parroquia, por cuanto esa entidad cursaba las partidas de defunción antes que se creara el Registro Civil. Así, sin trámite notarial de por medio, la parroquia quedó administrando hasta hoy ese camposanto. La decisión produjo una ardua discusión en la prensa. Se debatía, si el terreno había sido adquirido con fondos del municipio, por qué debía quedar bajo la tuición del párroco. A ello se agregaba, la disposición del Obispado de Concepción, que declaraba parroquiales todos los cementerios de su jurisdicción, Independiente de la forma de funcionamiento y de su construcción.
Desde fines del S. XIX, hasta entrado el S. XX, se debate la idea de un Cementerio General, independiente de la autoridad eclesiástica. En 1929, el Intendente David Hermosilla y el alcalde Juan Pablo Rojas, exigieron del Obispo León Prado la entrega del recinto a la tuición de la Junta de Beneficencia; que habría sido aceptado el prelado, pero el traslado de la autoridad provincial y renuncia del alcalde, dejaron todo en suspenso. En 1935 se reactiva la discusión, reiterando que el terreno es municipal y administrado por el Obispado. Se expresa que el camposanto debe volver al municipio y ser dirigido por la Beneficencia. De la entrega se acusa a un regidor, realizar el traspaso sin consulta. El Panteón Viejo, no tardó en convertirse en un huerto de árboles frutales (naranjos, perales), nogales y una viña de uva país, con frutos de gran tamaño por la abundancia de sustancias calcáreas y fosfóricas del suelo. En las tierras del antiguo Panteón Viejo se construyó a fines de febrero de 1967, la actual población Magisterio, para entregar con facilidades a los maestros. Las casas no fueron terminadas en sus detalles y tardaron en ser habitadas.
La villa ha ido creciendo y hoy es una zona poblada. El 18 de enero de 1956 Dominga Cuéllar compra a Jorge Costa cuatro hectáreas de tierra, ubicadas en el camino a Panimávida, para donarlas al Obispado, y habilitar un Cementerio Católico. El proyecto, no logra realizarse. (Bibliografía: Las calles de Linares, 1945. Historia de Linares, Jaime González Colville, 2018.
Freddy Mora | Imprimir | 281
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