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Opinión 26-08-2022
ENRIQUE MAC IVER, A UN SIGLO DE SU MUERTE
JAIME GONZALEZ COLVILLE
Academia Chilena de la Historia
El 21 de agosto pasado, se cumplió un sigo del fallecimiento del ilustre pensador y político (no siempre las dos condiciones coinciden) Enrique Segundo Mac Iver Rodríguez, hijo del marino escoses Henry Mac Iver, que naufragó en Valparaíso en 1835 y enamorado de esta tierra ignota donde le trajo el destino, decidió quedarse y, continuando con sus amores, casar con una niña de Cauquenes, Leonor Rodríguez y radicarse en Constituciòn.
Vivió en una casona que daba a una esquina de la Plaza de Armas del entonces floreciente puerto maulino. Allí nacieron varios de sus hijos, siendo el primero Enrique, quien llegó al mundo el 15 de junio de 1844. En el hogar convivieron en armonía el anglicanismo del marido con el fervoroso catolicismo de la esposa. Por esa época su padre construyó la famosa “casa de los Mac Iver”, también llamada “del jardín bonito”, destruida en el 2010, y sobre la cual hay un excelente documental de Patricio Gonzàlez, varias veces exhibido.
El niño fue bautizado en el antiguo templo y creció en un ambiente de religiosidad y devoción. Aprendió sus primeras letras en el regazo familiar y luego fue enviado a Valparaíso, donde ingresó al colegio de los Padres Franceses. Retornó brevemente a Constituciòn para trabajar en el comercio, donde se contagió de viruela. El año que duró su convalecencia lo dedicó a leer, especialmente “El Contrato Social” de Rousseau, aun cuando más tarde manifestó, “no haberlo entendido mucho”.
De vuelta en Santiago, reingresó a los Padres Franceses, donde trabó amistad con los hermanos Marchant Pereira. Uno de ellos, Ruperto, sería destacado sacerdote.
En este colegio tuvo su primer conflicto religioso, por cuanto sus profesores, todos clérigos, atacaban a las restantes creencias, una de las cuales era la de su padre, lo cual le llevó a ubicarse en el sector liberal.
Ingresó a la Universidad de Chile y fue brillante alumno de leyes, titulándose de abogado en 1869.
Siendo alumno universitario incursionó en la política. Frecuentó el famoso “Club de la Reforma”, donde se dio a conocer como incipiente y a la vez versado orador, especialmente en la campaña en contra de la Corte Suprema, presidida por Manuel Montt. Trabó fuerte amistad con Josè Manuel Balmaceda. Desde su juventud militó en el Partido Radical, aun cuando fue de la línea más conservadora. En esa representación es electo diputado por Constituciòn, siendo parlamentario hasta su muerte, durante 46 años.
Fue un defensor de las leyes laicas y de la separación de la Iglesia del Estado. Esto tiene raíces en su incidente de su niñez: su abuela paterna Sarah Minett, falleció en Constituciòn en 1855. Por su religión protestante, el sacerdote local le negó una tumba en el cementerio católico. El cadáver debió pasar varios días insepulto hasta que logró ser trasladado a Valparaíso. Este hecho le impactó fuertemente.
Perteneció también al Cuerpo de Bomberos de Santiago.
Ingresó a la Logia Masónica donde ocupó las más altas dignidades, pero nunca fue un intolerante. En el parlamento su palabra suave, culta, bien modulada, atraía y encantaba, pero por sobre todo, persuadía. La prensa lo denominó “el ruiseñor del Congreso”, alzándose como una de las grandes figuras del hemiciclo.
En la evolución de 1891, pese a su amistad con Balmaceda, se ubicó en el bando opositor. Es el redactor del borrador del acta de deposición del Mandatario.
Como economista, fue un defensor de la inconvertibilidad y de las emisiones incontrolables del papel moneda. Su idea, como explicó uno de sus biógrafos, era simple: que el estado llevara una “cuenta sencilla la de las viejas”, máxima que hasta hoy tiene valor. En este afán, Mac Iver dio una larga lucha.
Hay un discurso de su pluma, de los muchos que pronunció, leído en el Ateneo de Santiago el 1 de agosto de 1900, denominado “Sobre la Crisis Moral de la República”. En parte de él dijo estas palabras, plenamente vigentes hoy:
“Me parece que no somos felices; se nota un malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones del país, sino de todo el país y de la generalidad de los que lo habitan. La holgura antigua se ha trocado en estrechez, la energía para la lucha de la vida en laxitud, la confianza en temor, las expectativas en decepciones. El presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen la intranquilidad.
¿Incurriré en error si digo que contemplo detenido nuestro progreso, perturbados los espíritus, abatidos los caracteres y extraviados los rumbos sociales y políticos?”.
Como el lector puede apreciar, si ponemos a estas expresiones la fecha de hoy, calzan dramáticamente.
En la convención de 1920, para designar candidato a la presidencia por la Alianza Liberal, aun cuando el Partido Radical apoyaba a Alessandri, Mac Iver le restó respaldo y lo enfrentó. En la elección efectuada el 25 de abril de ese año postularon, además de don Arturo, Eliodoro Yáñez, Armando Quezada, Josè María Valderrama, Artemio Gutiérrez y Enrique Mac Iver. Alessandri logró 407 votos y Mac Iver fue sorpresiva segunda mayoría con 294. Don Arturo abandonó la reunión molesto y sintiéndose derrotado. La segunda vuelta fue entre Alessandri, Yáñez, Mac Iver y Quezada. En esta ocasión, la habilidad del tribuno de Longavì para mover sus hilos, le otorgó 801 votos y sería finalmente el nuevo habitante de la Moneda.
Convertido en un patriarca, fue respetuoso de todas las ideas. Mariano Latorre recuerda verlo en un escaño de la plaza de Santiago esperando a su esposa Ema Ovalle mientras ésta asistía a misa y, a la salida, saludar afectuosamente al gran conservador y católico Abdón Cifuentes.
Cuando su salud se agravó, recibió con afecto la visita de su antiguo amigo, el Padre Ruperto Marchant Pereira, quien le dio los consuelos religiosos.
Falleció el 21 de agosto de 1922. Todos los diarios de Chile enlutaron sus páginas. La muy católica revista Zig Zag puso su retrato en primera plana, con el título de “El Duelo del País”.
No sabemos por qué razón Constituciòn no trae sus restos a su tierra natal.
Freddy Mora | Imprimir | 1351