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sábado 05 de julio del 2025
Opinión 19-11-2023
FIELES EN LO POCO…
Raúl Moris G. Pbro.
Debe haber sonado extremadamente sorprendente para los primeros receptores de la Parábola de los Talentos, el elogio del señor al primer y segundo servidor: porque respondiste fielmente en lo poco… sorprendente, ya que su argumento se articula en torno al encargo y custodia de una cifra de dinero enorme, prácticamente inconmensurable para los hombres sencillos, que a duras penas vivían administrando su propia pobreza, que tenían que ingeniárselas para sobrevivir con los pocos denarios que de vez en cuando podían deslizarse entre sus manos y difícilmente lograba permanecer en sus magros bolsillos; hombres y mujeres sencillos que, sin duda, eran los que conformaban la parte más significativa de las primeras comunidades.
Un Talento era una medida de peso en metálico, la medida monetaria más grande que conoció el Imperio Romano, fuera plata u oro, el metal que se estaba pesando, un solo Talento equivalía a una suma a la que solo los más poderosos, los miembros de la elite política, la nobleza, o los más prósperos comerciantes, podían aspirar; es por eso que la manipulación en manos de siervos de sumas de tal naturaleza: cinco, dos, o incluso un solo talento, consistía ya en un recurso de efecto sobre la atención de los destinatarios originarios; más todavía si respecto del objeto que constituye el fondo de la parábola, a saber, el Reino de los Cielos, esta ingente cantidad: los cinco y los dos talentos, son equiparados con “lo poco”. Cuánta será la magnitud del Reino anunciado, cuanta será su hondura, su altura, su anchura, si respecto de él empalidece la cifra de los talentos, al punto de poder despacharla con el epíteto de “poca cosa”.
La parábola está construida sobre el modo de administrar los bienes que era propio del Mediterráneo en el s.I y en ese contexto también representa una provocación, un desafío. Para nosotros, habitantes del s. XXI es lógico pensar que los bienes pueden –y deben- acrecentarse en la medida de lo posible, guardando la sola cortapisa de la honestidad en el modo de hacerlos crecer indefinidamente, así, la inversión para duplicar los talentos, que es lo que deciden el primer y segundo servidor, nos parece natural; los hombres del s. I, en cambio, desconfiaban del que enriquecía su patrimonio (como la riqueza se consideraba un bien limitado, si la hacía crecer, eso sin duda, acontecía a costa del empobrecimiento de otros); la actitud más razonable, a primera vista impecable, para estos auditores-lectores de Mateo, es la del último siervo, que se limita temeroso a guardar, a conservar intacta la cifra, pero que sin embargo no es capaz de darse cuenta de que, en el modo de guardar que él ha escogido, la cifra en valores relativos, aunque la conserve igual, ni un gramo más ni un gramo menos, ha perdido algo de su valor inicial, por eso la recomendación airada del amo tiene sentido: al menos la hubiera dejado con los cambistas, que podían generar los intereses que mantuvieran intacto su valor de cambio.
Lo que se le reprocha al tercer servidor es su miedo a correr riesgos, su falta de compromiso con el amo que sí ha tenido confianza en sus capacidades; el conocimiento que el tercero dice tener de su señor y lo confiesa abiertamente delante de él, -conocimiento que, sin duda, comparten el primer y el segundo siervo- genera en él una actitud diversa que en éstos: los primeros van a correr riesgos para hacer algo con lo que ha sido confiado a su cuidado, su actitud es proactiva y audaz; aun sabiendo que están tratando con lo que es de su señor, son capaces de comprometerse con él y con lo que les ha sido entregado y logran que dé frutos en la medida de lo que han recibido, en la medida de sus capacidades (el señor no les está exigiendo el mismo fruto a cada uno, sino aquel que resulta proporcional a lo recibido y a la propia habilidad de cada uno, por eso el elogio y la recompensa es la misma para el primero y el segundo).
El tercer servidor, solo actúa mirando su propia seguridad, movido por el temor a responder al desafío, a las exigencias que pueden llegar a hacérsele, resguardándose; pero es este mismo miedo el que lo mal aconseja, el que lo traiciona, cuidarse las espaldas, tomar recaudos, no lo guarda, en relación a lo recibido, lo pierde; pierde lo que le ha sido confiado, y se pierde a si mismo: no ha conservado lo que el señor ha puesto en sus manos, ahora tiene menos que devolver que lo que recibió en un comienzo, aunque el Talento salga intacto desde el fondo del pozo en el que lo depositó.
Lo que falló en el tercer servidor, es lo mismo que se elogia en la primera lectura de este domingo 33 del tiempo durante el año: la Sabiduría; que para el pueblo de Israel no es un saber teórico, contemplativo, como la Sophía de los griegos, propia de la flor y nata de una aristocracia intelectual que medraba en el ocio; la sabiduría hebrea, es un saber vivir, un saber arreglárselas en este mundo, con honestidad y diligencia, aprendiendo a sacar, con trabajo, el mayor provecho de aquello a lo que hemos tenido acceso; es por eso que la sabiduría es elogiada en la primera lectura bajo la figura de la buena dueña de casa (y no la del estudioso).
La buena dueña de casa, que es capaz de transformar, en provecho de los que ella tiene que cuidar, los bienes simples, las materias primas que constituyen el sustento de la vida doméstica; la buena dueña de casa del libro de los Proverbios, no hace grandes planes, no pierde tiempo en la ensoñación de ambiciosos proyectos, no elucubra teorías, ni eleva grandes discursos especulativos, sino que se empeña a transformar en abrigo y sustento para los suyos, en vida actual y plena, aquello que tiene a mano; la buena dueña de casa que no mira por sí misma, sino por aquellos que están a su lado, que es capaz de pensar en plural; en nosotros. Imagen de una sabiduría que es la práctica de saber vivir y arrancar con esfuerzo los frutos que la vida nos puede proporcionar cada día.
Lo que escaseó en el comportamiento del tercer servidor, fue la capacidad de comprometerse, de mirar más allá de sí mismo, de sus propios intereses, de su propia seguridad y reputación, el “nosotros” que nos impulsa a hacer crecer los talentos depositados en nuestras manos, ha quedado sofocado en él por el “yo”, que lo encarcela en la estrecha prisión de sus propios miedos, y finalmente el que ha buscado afanosamente cuidarse solo, encuentra como recompensa el quedar efectivamente solo.
Lo que faltó en el tercer servidor, fue la audacia de jugarse la vida por el Reino, y por eso no se hace digno de Él (de participar del gozo de su Señor), porque la invitación estaba extendida, la provocación estaba lanzada.
Cuando Mateo escribe esta parábola, estaba pensando en la Iglesia, en su comunidad, pero también en la nuestra, esta comunidad que solo se construye a partir de la audacia evangélica de poner en práctica lo que una y otra vez escuchamos y aprobamos: lo que el Señor nos vino a anunciar y a establecer en medio nuestro con su presencia: ese don precioso de la vida compartida, delante del cual los talentos de la parábola siendo una cifra inmensa, son poca cosa.
Debe haber sonado extremadamente sorprendente para los primeros receptores de la Parábola de los Talentos, el elogio del señor al primer y segundo servidor: porque respondiste fielmente en lo poco… sorprendente, ya que su argumento se articula en torno al encargo y custodia de una cifra de dinero enorme, prácticamente inconmensurable para los hombres sencillos, que a duras penas vivían administrando su propia pobreza, que tenían que ingeniárselas para sobrevivir con los pocos denarios que de vez en cuando podían deslizarse entre sus manos y difícilmente lograba permanecer en sus magros bolsillos; hombres y mujeres sencillos que, sin duda, eran los que conformaban la parte más significativa de las primeras comunidades.
Un Talento era una medida de peso en metálico, la medida monetaria más grande que conoció el Imperio Romano, fuera plata u oro, el metal que se estaba pesando, un solo Talento equivalía a una suma a la que solo los más poderosos, los miembros de la elite política, la nobleza, o los más prósperos comerciantes, podían aspirar; es por eso que la manipulación en manos de siervos de sumas de tal naturaleza: cinco, dos, o incluso un solo talento, consistía ya en un recurso de efecto sobre la atención de los destinatarios originarios; más todavía si respecto del objeto que constituye el fondo de la parábola, a saber, el Reino de los Cielos, esta ingente cantidad: los cinco y los dos talentos, son equiparados con “lo poco”. Cuánta será la magnitud del Reino anunciado, cuanta será su hondura, su altura, su anchura, si respecto de él empalidece la cifra de los talentos, al punto de poder despacharla con el epíteto de “poca cosa”.
La parábola está construida sobre el modo de administrar los bienes que era propio del Mediterráneo en el s.I y en ese contexto también representa una provocación, un desafío. Para nosotros, habitantes del s. XXI es lógico pensar que los bienes pueden –y deben- acrecentarse en la medida de lo posible, guardando la sola cortapisa de la honestidad en el modo de hacerlos crecer indefinidamente, así, la inversión para duplicar los talentos, que es lo que deciden el primer y segundo servidor, nos parece natural; los hombres del s. I, en cambio, desconfiaban del que enriquecía su patrimonio (como la riqueza se consideraba un bien limitado, si la hacía crecer, eso sin duda, acontecía a costa del empobrecimiento de otros); la actitud más razonable, a primera vista impecable, para estos auditores-lectores de Mateo, es la del último siervo, que se limita temeroso a guardar, a conservar intacta la cifra, pero que sin embargo no es capaz de darse cuenta de que, en el modo de guardar que él ha escogido, la cifra en valores relativos, aunque la conserve igual, ni un gramo más ni un gramo menos, ha perdido algo de su valor inicial, por eso la recomendación airada del amo tiene sentido: al menos la hubiera dejado con los cambistas, que podían generar los intereses que mantuvieran intacto su valor de cambio.
Lo que se le reprocha al tercer servidor es su miedo a correr riesgos, su falta de compromiso con el amo que sí ha tenido confianza en sus capacidades; el conocimiento que el tercero dice tener de su señor y lo confiesa abiertamente delante de él, -conocimiento que, sin duda, comparten el primer y el segundo siervo- genera en él una actitud diversa que en éstos: los primeros van a correr riesgos para hacer algo con lo que ha sido confiado a su cuidado, su actitud es proactiva y audaz; aun sabiendo que están tratando con lo que es de su señor, son capaces de comprometerse con él y con lo que les ha sido entregado y logran que dé frutos en la medida de lo que han recibido, en la medida de sus capacidades (el señor no les está exigiendo el mismo fruto a cada uno, sino aquel que resulta proporcional a lo recibido y a la propia habilidad de cada uno, por eso el elogio y la recompensa es la misma para el primero y el segundo).
El tercer servidor, solo actúa mirando su propia seguridad, movido por el temor a responder al desafío, a las exigencias que pueden llegar a hacérsele, resguardándose; pero es este mismo miedo el que lo mal aconseja, el que lo traiciona, cuidarse las espaldas, tomar recaudos, no lo guarda, en relación a lo recibido, lo pierde; pierde lo que le ha sido confiado, y se pierde a si mismo: no ha conservado lo que el señor ha puesto en sus manos, ahora tiene menos que devolver que lo que recibió en un comienzo, aunque el Talento salga intacto desde el fondo del pozo en el que lo depositó.
Lo que falló en el tercer servidor, es lo mismo que se elogia en la primera lectura de este domingo 33 del tiempo durante el año: la Sabiduría; que para el pueblo de Israel no es un saber teórico, contemplativo, como la Sophía de los griegos, propia de la flor y nata de una aristocracia intelectual que medraba en el ocio; la sabiduría hebrea, es un saber vivir, un saber arreglárselas en este mundo, con honestidad y diligencia, aprendiendo a sacar, con trabajo, el mayor provecho de aquello a lo que hemos tenido acceso; es por eso que la sabiduría es elogiada en la primera lectura bajo la figura de la buena dueña de casa (y no la del estudioso).
La buena dueña de casa, que es capaz de transformar, en provecho de los que ella tiene que cuidar, los bienes simples, las materias primas que constituyen el sustento de la vida doméstica; la buena dueña de casa del libro de los Proverbios, no hace grandes planes, no pierde tiempo en la ensoñación de ambiciosos proyectos, no elucubra teorías, ni eleva grandes discursos especulativos, sino que se empeña a transformar en abrigo y sustento para los suyos, en vida actual y plena, aquello que tiene a mano; la buena dueña de casa que no mira por sí misma, sino por aquellos que están a su lado, que es capaz de pensar en plural; en nosotros. Imagen de una sabiduría que es la práctica de saber vivir y arrancar con esfuerzo los frutos que la vida nos puede proporcionar cada día.
Lo que escaseó en el comportamiento del tercer servidor, fue la capacidad de comprometerse, de mirar más allá de sí mismo, de sus propios intereses, de su propia seguridad y reputación, el “nosotros” que nos impulsa a hacer crecer los talentos depositados en nuestras manos, ha quedado sofocado en él por el “yo”, que lo encarcela en la estrecha prisión de sus propios miedos, y finalmente el que ha buscado afanosamente cuidarse solo, encuentra como recompensa el quedar efectivamente solo.
Lo que faltó en el tercer servidor, fue la audacia de jugarse la vida por el Reino, y por eso no se hace digno de Él (de participar del gozo de su Señor), porque la invitación estaba extendida, la provocación estaba lanzada.
Cuando Mateo escribe esta parábola, estaba pensando en la Iglesia, en su comunidad, pero también en la nuestra, esta comunidad que solo se construye a partir de la audacia evangélica de poner en práctica lo que una y otra vez escuchamos y aprobamos: lo que el Señor nos vino a anunciar y a establecer en medio nuestro con su presencia: ese don precioso de la vida compartida, delante del cual los talentos de la parábola siendo una cifra inmensa, son poca cosa.
Freddy Mora | Imprimir | 423