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El Diario del Maule Sur
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Opinión 29-12-2024
Fin de año y el tiempo que nos atrapa
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¿Existe el tiempo? Desde que comenzó a leer estas líneas pasó un instante. ¿A dónde se fue? ¿Realmente se fue? ¿Hay un fin del tiempo?

Jaime González Sanhueza
Periodista.

Estamos agotados. Apurados.Pareciera que, a medida que se acerca el 31 de diciembre, las horas se devoran a sí mismas, como olas de un mar inquieto. Se va estrechando un túnel sensorial que nos excede. En las calles todos corren. Hay que celebrar el fin de un ciclo. Sentimos un año más en nuestra mente, pero no podemos verbalizar el avance del tiempo. Nos llenamos de frases como “qué bueno que se va este año” o culpamos al mes de turno de nuestras desgracias. ¿A dónde se va el año que termina? Al pasado, ok. ¿Existe el tiempo? Desde que comenzó a leer estas líneas pasó un instante. ¿A dónde se fue? ¿Realmente se fue?
En una nebulosa de reflexiones agotadoras, los que nos encanta incomodar con preguntar en el momento menos indicado no podemos evitarlo. Se destapa una champaña, todos se abrazan. Será de mal gusto preguntar en ese momento: ¿Qué es el tiempo? ¿Realmente el 01 de enero es una especie de “reset” y que todo lo bueno y malo quedará atrapado en el año que se fue? Para el que dio una vuelta a la cuadra con maletas, la tía que come lentejas, de seguro, la pregunta incómoda. Ya la saben, la filosofía no resuelve problemas; al contrario, los crea.
Sigamos. En la noche de Año Nuevo os mostramos entusiastas con el supuesto fin de un ciclo. Otros dudamos más y creemos que ese ritual es otra metáfora más en la historia del ser humano. Otra construcción de sentido, de linealidad de las cosas. ¿Sabrá el universo del año nuevo?
Hagamos una breve deconstrucción del tiempo . Imaginemos por un momento que el tiempo es un río invisible, fluyendo sin cesar a nuestro alrededor. Aunque no podemos verlo, como bien reflexiona el pensador Jaques Derrida, “sentimos su corriente en cada arruga que se dibuja en nuestra piel , en cada hoja que cae de un árbol en otoño, cada vez que estamos de cumpleaños”. Es decir, el paso del tiempo se mide en movimientos internos y externos.
Pero, ¿existe realmente este río o es sólo un espejismo creado por nuestras mentes inquietas? Jacques Derrida explora la complejidad del tiempo en varias de sus obras, especialmente en "Marges de la philosophie" (1972), donde cuestiona las estructuras que usamos para entenderlo. Por otro lado, el filósofo San Agustín se preguntaba: "¿Qué es el tiempo? "Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pregunta, no lo sé". Esta brillante reflexión y contradicción se encuentra en "Confesiones" (397-400 d.C.) de San Agustín. Para el pensador, el tiempo parece escurridizo, como el agua entre los dedos. San Agustín plantea que el presente, el ahora, es el encuentro entre pasado y futuro. Se dan cuenta de por qué la filosofía se pelea con el lenguaje. Pareciera que ciertas sensaciones como “el pasar del tiempo” no pueden explicarse.

En una rutina calculatoria, productiva, queramos o no, donde, como cantó Soda Stereo, “El tiempo es dinero”, es innegable que vivimos pendientes de los calendarios y relojes, esas herramientas romanas que dicen medir lo inmedible. Pero, ¿acaso los números en un calendario capturan la esencia del tiempo, o son meramente un consuelo para nuestra necesidad de orden? Jorge Luis Borges, en su obra "Ficciones" (1944), nos lleva a un laberinto temporal, donde afirma: "El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho". Es decir: somos tiempo, somos el tiempo en sí y para sí. El tiempo nos traspasa, nos excede, nos lleva puestos. No podemos detenerlo, no podemos ir para atrás. Es un tren sin freno.
Para Borges, el tiempo se convierte en un elemento literario y filosófico, un enigma que se despliega en múltiples dimensiones, revelando la fragilidad de nuestra percepción lineal. En nuestra vida cotidiana, el tiempo se manifiesta de formas curiosas. Nos levantamos con el canto del gallo, asistimos a reuniones pautadas al minuto, celebramos cumpleaños y despedimos años viejos con la esperanza de nuevos comienzos. Sin embargo, ¿no son estos rituales más bien anclas que nos atan a una concepción lineal del tiempo, mientras el universo baila al ritmo de ciclos infinitos?
El poeta chileno Vicente Huidobro, en su poema "Templo" (1917), nos insta a ver más allá de lo tangible: "La eternidad es un templo de mármol que rueda desde hace siglos por la pendiente del tiempo." Al menos en esta mini deconstrucción aceptamos que el tiempo fluye, casi de una manera teleológica. Huidobro hace esta hermosa metáfora del tiempo: es la eternidad misma rodando por los siglos. Si nos ponemos teólogos, y entendemos a la eternidad como algo infinito, invariable, eterno, quizás Huidobro nos hablaba de Dios.
Sigamos trabajando la idea del tiempo. Algunos filósofos, como Henri Bergson, han explorado la noción del tiempo como duración, una experiencia subjetiva que difiere de la medición objetiva. Desde esta perspectiva, el tiempo es una corriente continua que no puede ser completamente capturada por calendarios o relojes, pero estos instrumentos son intentos humanos de aproximar su flujo.
Es decir, tenemos la necesidad de atrapar al tiempo con un reloj, pero al ser una experiencia subjetiva, cada persona ve su reloj avanzar a su propia medida. Se ha fijado en esas frases como “Qué rápido pasó la tarde” o “Qué mañana más lenta”. Tendemos a culpar a que el tiempo se ha comportado a su antojo y no a que nosotros subjetivamente hemos experimentado el reloj según los sucesos que estamos viviendo.
Si aterrizamos el tiempo a una perspectiva práctica: los calendarios y relojes nos ayudan a organizar nuestras vidas. Nos permiten coordinar actividades, planificar el futuro y recordar eventos del pasado. Filósofos como Immanuel Kant han sugerido que el tiempo es una estructura a priori de la mente humana, una forma necesaria de percibir el mundo y darle sentido.
Y como no,y lo que es rasgo humano, demasiado humano es que la medición del tiempo proporciona una sensación de control y previsibilidad en un mundo que puede parecer caótico e incierto. Al dividir el tiempo en segmentos manejables, las personas pueden establecer rutinas y expectativas. Esta estructuración del tiempo ayuda a reducir la ansiedad sobre lo desconocido.
Ordenar el día en horas nos habilita una cierta calma. Casi como un silogismo riguroso, podemos usar al reloj como medio de control en el trabajo, en las horas que le dedicamos a cierta actividad. Nadie duda de que en algún momento del día serán las 18:00 horas. ¿Se imagina un sistema relativo del tiempo? Nacieran preguntas como: "¿Crees que hoy vayan a darse las 18:00 horas?" Damos por sentado que aquello ocurrirá.
Pasó muy rápido el tiempo mientras escribo estas palabras. Me debo retirar. Creí que habían pasado 30 minutos y creo que ha pasado más de una hora. Veo el reloj y sí, efectivamente han transcurrido 30 minutos. ¿O no?



Freddy Mora | Imprimir | 328