jueves 04 de septiembre del 2025
El Diario del Maule Sur
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Opinión 04-09-2025
La burbuja de la masificación de los títulos profesionales; una analogía entre la nobleza europea y la “política pública” en Chile
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Luis Leyton Johns

Hace unos días vi en la red una conversación entre los profesores Pablo Ortúzar y Daniel Mansuy, en la que hablaban sobre la devaluación de los certificados de educación universitaria y sobre los posibles efectos adversos de esta política pública representados a través de la masificación de profesionales, el exceso de oferta, un mercado laboral incapaz de absorber a los miles de nuevos profesionales y las distintas calidades bajo una misma denominación profesional, este hecho ha motivado esta columna.

En distintos momentos de la historia, los títulos han servido como credenciales de prestigio, distinción y acceso a privilegios; un buen empleo, una menor incertidumbre, certezas para el despliegue de alguna trayectoria vital deseada, movilidad social. Un papel, un sello o una fórmula ritual bastaban para otorgar legitimidad y jerarquía social. Sin embargo, lo que distingue también puede diluirse cuando deja de ser escaso, cuando todos lo tienen y cuando diferenciar por calidad se hace difuso. Tanto en la Europa del Antiguo Régimen como en el Chile actual se observan fenómenos comparables y desde ahí esta analogia: la expansión de los títulos nobiliarios entonces y la masificación de los títulos universitarios y técnico profesionales hoy. En ambos casos, lo que era signo de exclusividad terminó perdiendo parte de su valor, aunque las causas y los fines fueron radicalmente distintos.

En Europa, entre los siglos XVI y XVIII, las monarquías enfrentaban un dilema estructural: cómo financiar guerras interminables y cortes cada vez más costosas sin contar con sistemas fiscales modernos. La respuesta fue pragmática: vender honores y títulos nobiliarios. Surgió así en Francia “la noblesse de robe”, aquella nobleza de toga que adquiría su estatus a través de cargos judiciales o administrativos comprados al Estado. Por ejemplo, en España, tanto Austrias como Borbones recurrieron a la concesión de mercedes, señoríos y dignidades a cambio de dinero fresco para sostener sus arcas.

Este mecanismo cumplió con su objetivo inmediato que era el inyectar recursos a la corona, pero trajo consecuencias sociales profundas. Lo que hasta entonces había sido patrimonio exclusivo de linajes antiguos se volvió accesible para comerciantes, banqueros y profesionales que habían acumulado riqueza en la incipiente economía capitalista. El resultado fue una frontera cada vez más difusa entre nobleza y burguesía. En la práctica, la nobleza se masificó. Y cuando la distinción se multiplica, inevitablemente se erosiona.

La proliferación de títulos no solo restó valor simbólico al rango nobiliario, sino que también minó la legitimidad del orden estamental. La idea de que la sangre azul era condición indispensable para el privilegio quedó en entredicho. Bastaba con dinero suficiente para alcanzar ese mismo estatus. Paradójicamente, aquello que buscaba sostener al Antiguo Régimen terminó debilitándolo: al abrir la puerta de la nobleza a los burgueses, se sembró la semilla de una sociedad más abierta y dinámica, en la que la riqueza, el mérito y el esfuerzo comenzaron a importar más que el linaje. La venta de títulos fue, sin proponérselo, un paso hacia la modernidad.

Ahora bien, si se pudiera trasladar esta lógica al Chile del presente (aunque Chile no tiene nobles, aunque algunos crean que lo son), encontramos una analogía en la educación superior universitaria y técnico profesional. Desde el punto de vista de la teoría económica, durante buena parte del siglo XX, un título universitario era un bien escaso, reservado para quienes podían costearlo, para los más capaces, para los que lograban superar los distintos filtros y adversidades, esto aseguraba cierto nivel de calificación profesional, lo que junto con la escasez, permitía a este profesional tener expectativas de un buen futuro. Portar un diploma de estudios superiores era casi equivalente a poseer un escudo nobiliario: garantizaba prestigio social, empleabilidad y movilidad ascendente. En el caso del profesional universitario, este era una minoría distinguida en un país mayoritariamente obrero y campesino.

La situación cambió radicalmente en las últimas décadas. Con la expansión del sistema educativo, las políticas de becas y, sobre todo, la reforma que introdujo la gratuidad en 2016, el acceso a la educación superior dejó de ser un privilegio de pocos. Hoy, cientos de miles de jóvenes ingresan a universidades, institutos y centros de formación técnica cada año. Lo que antes era un pasaporte exclusivo se transformó en una puerta abierta, pero ¿hacia dónde?

Al igual que en la Europa del Antiguo Régimen, este proceso ha tenido un efecto ambivalente. Por un lado, constituye un avance indiscutible en términos de equidad: más personas acceden al conocimiento, se democratiza la cultura y se amplían las oportunidades. Pero, por otro, también surge la percepción de que el título universitario se ha “devaluado”. No porque carezca de valor intrínseco, sino porque al masificarse deja de ser garantía automática de prestigio, empleo, competencia y movilidad social. Lo que ayer distinguía, hoy es más común, y la sociedad busca nuevos criterios de diferenciación.

Aquí se hace más presente la analogía: así como el título nobiliario en Europa perdió parte de su aura exclusiva cuando pudo comprarse, el título universitario y técnico profesional en Chile enfrenta una tensión similar cuando se multiplica masivamente. En ambos casos, el símbolo se democratiza, pero al mismo tiempo se banaliza. La diferencia es crucial: mientras los reyes europeos vendían títulos por necesidad fiscal, el Estado chileno amplió el acceso a la educación en nombre de la justicia social y del derecho a estudiar, no obstante parece no preocuparse u ocuparse de los efectos posteriores. Lo que allá fue transacción mercantil, aquí ha sido política pública y esta política pública ¿será juzgada como una buena política? La historia lo dirá.

Sin embargo, el desenlace converge en un punto común: la sociedad reconfigura el sentido del título. En Europa, lo que importó finalmente fue la riqueza y la capacidad económica. En Chile, probablemente lo que importará cada vez más será la calidad de la formación, la innovación y la capacidad de aportar a la comunidad y desde mi humilde opinión el pronóstico es reservado. El título, por sí solo, ya no bastará.

La reflexión de fondo es que los títulos, sean blasones de nobleza o diplomas universitarios, no tienen valor eterno ni independiente. Su prestigio/valor depende de si es que realmente cumple el rol simbólico y efectivo que lo justifica, de la escasez y del consenso social que los rodea. Cuando se multiplican sin límite, dejan de ser signos de distinción y se convierten en credenciales comunes. En ese momento, la pregunta no es cuántos títulos hay, sino qué los hace valiosos. Lo anterior nos obliga a reflexionar sobre si es que ¿lo que la política de gratuidad en la educación superior prometió, es decir: movilidad social, mejores empleos, certidumbre, democratización del acceso, justicia social, etc. Se está cumpliendo o si es que está generando el efecto contrario y una mayor segregación de profesionales en el mercado laboral?

La historia, una vez más, ilumina el presente. Europa descubrió que la nobleza no podía sostenerse solo en pergaminos vendidos pero Chile ¿qué descubrirá? Eso está por verse.

Freddy Mora | Imprimir | 322