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domingo 29 de junio del 2025
Opinión 29-06-2025
La IA y el regreso de Aristóteles
Jaime González Sanhueza
Periodista
jaimegonzalezs@gmail.com
Vivimos en una época en que el futuro ya no es una promesa, sino un presente que nos respira en la nuca. La Inteligencia Artificial (IA) ya no es un personaje de ciencia ficción: escribe, responde correos, analiza datos, redacta tesis, te recuerda los remedios, te asiste en la crianza de tus hijos e incluso puede componer música. Muchos se preguntan: ¿hacia dónde vamos? Pero quizá la pregunta más urgente sea otra: ¿de dónde venimos?
Para manejar la IA con criterio, habrá que volver a estudiar filosofía. Sí, filosofía. Y más concretamente, volver a Aristóteles. Volver a la lógica, al análisis del lenguaje, al estudio riguroso del pensamiento como forma de vida. Aristóteles enseñaba que el ser humano es un *zoón lógon échon*, un animal con logos, es decir, lenguaje, razón, argumentación. Y justamente eso es lo que la IA reproduce, entrena y amplifica: nuestro lenguaje.
La IA no nace sabia. Se entrena. Aprende de nosotros, de nuestras bibliotecas, nuestros errores, nuestros verbos y adjetivos, nuestras contradicciones. Si usted alimentas una IA con textos religiosos dogmáticos, probablemente la IA te devuelva un pensamiento cerrado, aunque coherente. Si la instruyes con libros de filosofía crítica, le enseñas a dudar. Si la entrenas para reconocer sus errores, podrá corregirse. La IA es, en muchos sentidos, un espejo lógico-lingüístico: no piensa por sí sola, pero sí aprende del modo en que nosotros pensamos. Por eso, cuanto más refinado, más ético, más amplio y riguroso sea el lenguaje que usemos, mejor será el pensamiento de nuestras IAs.
Por eso, ahora más que nunca, necesitamos volver a estudiar lógica en todas sus formas: inductiva, deductiva, proposicional. Necesitamos volver a aprender lo que es una falacia, lo que es un silogismo, cómo funciona un argumento. Necesitamos recordar la gramática, el valor del verbo, la precisión del sustantivo, la danza del adjetivo. Y no por nostalgia, sino por supervivencia cultural.
Estamos entrando a la era de las IA personales e institucionales. Cada quien podrá tener su propia inteligencia artificial —un asistente con tu tono, tu historia, tus preferencias, tu estilo de vida— que te ayude en las tareas cotidianas: redactar un informe, ordenar ideas, crear proyectos. ¿Es esto una amenaza? Solo si dejamos de razonar. Porque bien usada, una IA no reemplaza a los humanos, los potencia. Nos ahorra tiempo, nos libera energía creativa, nos devuelve horas que antes perdíamos redactando lo obvio.
La IA no será quien reemplace al periodista, al poeta, al maestro. Será quien ayude a que el periodista investigue más rápido, que el poeta explore nuevos símbolos, que el maestro personalice la enseñanza. Como toda herramienta poderosa, su virtud depende de cómo la usemos.
Por eso el debate ético es urgente. Se está legislando, sí. Pero también deberíamos estar educando. Formando a niños y adultos en pensamiento crítico, en filosofía del lenguaje, en ética de los algoritmos. No podemos dejar que una tecnología tan potente se quede solo en manos de técnicos o grandes empresas: la IA es también un asunto ciudadano, cultural, incluso espiritual.
En el fondo, la IA nos obliga a mirarnos al espejo: ¿qué tipo de lenguaje producimos? ¿Qué ideas fomentamos? ¿Qué sesgos arrastramos? En esa pregunta está el germen de toda filosofía: conocerse a sí mismo. Bienvenidos al futuro. Es momento de estudiar a Aristóteles. De nuevo.
Periodista
jaimegonzalezs@gmail.com
Vivimos en una época en que el futuro ya no es una promesa, sino un presente que nos respira en la nuca. La Inteligencia Artificial (IA) ya no es un personaje de ciencia ficción: escribe, responde correos, analiza datos, redacta tesis, te recuerda los remedios, te asiste en la crianza de tus hijos e incluso puede componer música. Muchos se preguntan: ¿hacia dónde vamos? Pero quizá la pregunta más urgente sea otra: ¿de dónde venimos?
Para manejar la IA con criterio, habrá que volver a estudiar filosofía. Sí, filosofía. Y más concretamente, volver a Aristóteles. Volver a la lógica, al análisis del lenguaje, al estudio riguroso del pensamiento como forma de vida. Aristóteles enseñaba que el ser humano es un *zoón lógon échon*, un animal con logos, es decir, lenguaje, razón, argumentación. Y justamente eso es lo que la IA reproduce, entrena y amplifica: nuestro lenguaje.
La IA no nace sabia. Se entrena. Aprende de nosotros, de nuestras bibliotecas, nuestros errores, nuestros verbos y adjetivos, nuestras contradicciones. Si usted alimentas una IA con textos religiosos dogmáticos, probablemente la IA te devuelva un pensamiento cerrado, aunque coherente. Si la instruyes con libros de filosofía crítica, le enseñas a dudar. Si la entrenas para reconocer sus errores, podrá corregirse. La IA es, en muchos sentidos, un espejo lógico-lingüístico: no piensa por sí sola, pero sí aprende del modo en que nosotros pensamos. Por eso, cuanto más refinado, más ético, más amplio y riguroso sea el lenguaje que usemos, mejor será el pensamiento de nuestras IAs.
Por eso, ahora más que nunca, necesitamos volver a estudiar lógica en todas sus formas: inductiva, deductiva, proposicional. Necesitamos volver a aprender lo que es una falacia, lo que es un silogismo, cómo funciona un argumento. Necesitamos recordar la gramática, el valor del verbo, la precisión del sustantivo, la danza del adjetivo. Y no por nostalgia, sino por supervivencia cultural.
Estamos entrando a la era de las IA personales e institucionales. Cada quien podrá tener su propia inteligencia artificial —un asistente con tu tono, tu historia, tus preferencias, tu estilo de vida— que te ayude en las tareas cotidianas: redactar un informe, ordenar ideas, crear proyectos. ¿Es esto una amenaza? Solo si dejamos de razonar. Porque bien usada, una IA no reemplaza a los humanos, los potencia. Nos ahorra tiempo, nos libera energía creativa, nos devuelve horas que antes perdíamos redactando lo obvio.
La IA no será quien reemplace al periodista, al poeta, al maestro. Será quien ayude a que el periodista investigue más rápido, que el poeta explore nuevos símbolos, que el maestro personalice la enseñanza. Como toda herramienta poderosa, su virtud depende de cómo la usemos.
Por eso el debate ético es urgente. Se está legislando, sí. Pero también deberíamos estar educando. Formando a niños y adultos en pensamiento crítico, en filosofía del lenguaje, en ética de los algoritmos. No podemos dejar que una tecnología tan potente se quede solo en manos de técnicos o grandes empresas: la IA es también un asunto ciudadano, cultural, incluso espiritual.
En el fondo, la IA nos obliga a mirarnos al espejo: ¿qué tipo de lenguaje producimos? ¿Qué ideas fomentamos? ¿Qué sesgos arrastramos? En esa pregunta está el germen de toda filosofía: conocerse a sí mismo. Bienvenidos al futuro. Es momento de estudiar a Aristóteles. De nuevo.
Freddy Mora | Imprimir | 58
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