viernes 09 de mayo del 2025
El Diario del Maule Sur
FUNDADO EL 29 DE AGOSTO DE 1937
Hoy
Opinión 12-06-2024
Las aguas van y vienen
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(María de la Luz Reyes Parada)

Apúrate, José, que ya está viniendo/La creciente otra vez y no sé por qué/ Esta vuelta, las aguas me dan más miedo/ Todo el bicherío la está anunciando como nunca fue… (Apúrate José, Teresa Parodi) Esta canción de la autora argentina Parodi, es de una potente honestidad sobre cómo los ríos avanzan por sus llanuras y las gentes, a sabiendas de lo que ocurre, toman previsiones y, aún así, viven dolores de pérdidas.
Ha comenzado a llover en nuestra Isla del Maule, que se llama así por lo húmeda y fructífera como breva primaveral, pero que llora aguas en invierno que nutren ríos, esteros y napas subterráneas que nos inundan con poco aviso.
Nuestra Provincia está seccionada por infinidad de ríos y esteros; históricamente ha sido una zona de crecidas o avenidas de aguas. Los ríos Perquilauquen, Achibueno, Ancoa, Putagán y Loncomilla además de todos sus tributarios, galopan desbocados cerro abajo sin que podamos mucho más que tomar resguardos y hacernos a un lado. Recién el año pasado tuvimos un desgarrador invierno, pero no era primera vez que los ríos nos desnudan así, haciendo girones los poblados y llamando con sus aguas la vida de varios. El libro "Catástrofes en Chile" de Rosa Urrutia y Carlos Lanza y episodios de nuestra provincia, descritos en la Revista Linares, son un buen remezón a la memoria y un llamado de atención a habitar concienzudamente el territorio observando el entorno para evitar situaciones de riesgo.
El año 1972 las aguas del río Ancoa se acaudalaron en el camino a San Antonio, frente a la Quinta Los Naranjos (donde por mucho tiempo funcionó la Casa Noé) y se vino al pueblo por el sector Escuela 35 tomando calles Rengo y Colo Colo hasta Yungay. Mi mamá recuerda haber cruzado hacia el Hospital viejo, con el agua a media pierna; en esa oportunidad, hubo un fallecido a causa de la inundación. Más no fue la única vez. Veamos, en 1907, con la ayuda de sus varios tributarios, el rio Maule inundó Constitución, dejando el desmadre en todo el territorio. Y el Loncomilla no se porta tan bien, con tanta agua que recibe, amansa las viñas a punta de golpe de agua y oro, desde antes que fuera navegable y llegaran las barcazas a trasladar el trigo y maíz hacia el puerto. De seguro los vecinos parralinos, sanjavierinos o los colbunenses nos podrían aportar una serie de estragos en sus zonas, lo que no viene sino a estremecer de actualidad nuestros recuerdos.
En 1934 entre el 17 de mayo y el 4 de junio un megatemporal –probablemente ciclón extratropical- afectó el país entre Copiapó y Magallanes, dejando a nivel nacional 14 personas fallecidas, 30 heridos, puentes desvencijados y una pérdida económica cuantiosa. El camino, a la altura del puente Maule, se cortó y en Linares se volaron techos, entre otros, los del Cuartel de Carabineros. En los barrios de calles Rengo, Esperanza, Colo Colo, desde Brasil al poniente, el agua llegó a 60 cms e inundó las casas de “una infinidad de familias modestas que debieron ser trasladadas al edificio del Mercado (como albergue)”. El 14 de julio se volvió a inundar y comenzaron a derrumbarse las casas, obviamente construidas en adobe y piso de tierra. El 25, después de 40 días de lluvias ininterrumpidas, cesó el agua y entró una onda polar, descrita como “frio siberiano”. El recién estrenado puente Ancoa y el longitudinal del río Achibueno quedaron intransitables. Debieron construir un desagüe para desviar al agua que corría por calle Matadero (Januario Espinosa) y que amenazaba inundar con 40 cms de agua, la maternidad del Hospital. Incluso se inundó la sala de calefacción de la Escuela de Artillería. La ciudad colapsó. (Datos de Revista Linares 1934)
Tanto ese año como 1961, 1962, 1965 se repitieron frentes de mal tiempo en amplias zonas del país y, en lo que nos concierne, afectación a la provincia de Linares. En cada uno de estos años hay registro de tornados que destruyeron casas y edificios públicos. Incluso hay registro de un tornado que levantó el techo del Liceo Politécnico, destruyó la puerta de ingreso – de grueso fierro forjado- y reventó los ventanales, hiriendo con los vidrios a varios estudiantes.
El temporal de 1964 generó graves destrozos en las poblaciones Zárate, Guadalupe y Las Gredas, ubicadas en las cercanías del Cementerio Parroquial de Linares, que año tras año sufrieron los embates del agua, hasta que muchas casas –literalmente - se deshicieron. Y luego de ello, el año 1987 tuvimos una serie de temporales, hasta que comenzaron a escasear las lluvias y la sequía, finalmente se reconoció “Respaldados por mediciones meteorológicas realizadas a lo largo de casi 100 años, investigadores del Centro de Investigación y Transferencia en Riego y Agroclimatología (CITRA), de la Universidad de Talca, han observado la disminución progresiva de las precipitaciones en los últimos 40 años, cuyo déficit ha comenzado a dejar profundas huellas en la región, que significarían un cambio del clima hacia uno más parecido al de la región de Coquimbo”. ( www.utalca cl/Noticias/2011 )
De lo anterior no quiero que se piense que los acontecimientos actuales no son relevantes, por el contrario, con tantos antecedentes bien podríamos contar con más de 5 décadas de planificación estratégica, evitando que se construya en las costas de los ríos, que se rellenen humedales y vegas, que luego serán reclamados por las aguas.
Si bien hoy se habla de pulso de lluvias, entendiendo el momento en que la intensidad de la lluvia llega al punto máximo y sería la razón de las inundaciones, no podemos negar que cerramos los ojos a la realidad de nuestra responsabilidad. Estas no son lluvias extraordinarias, son normales para nuestro territorio, sin embargo tantos años de sequía y escasez hídrica nos idealizaron una imagen bella y bucólica del invierno delicadamente lluvioso, en el que mirar el rio desde la cocina de la casa con una taza de café en las manos y linda música de fondo, era casi un panorama de revista. Exactamente, de revista. En la realidad cuando llueve como lo acostumbraba nuestro territorio, el desmadre ya se conoce.
También esta situación nos pone enfrente de un desafío mayor: tener consideraciones técnicas –quizás no evaluadas hasta hoy- a la hora de construir viviendas y elegir materiales, no solo lo cimientos, vigas, muros losa, sino el piso, la tierra, la llanura. Observar los cauces de agua, cómo afluyen y cuál es el espacio que puede abordar cuando crece, por cuanto será insoslayable el hecho de que muchos parajes y construcciones deberán ser trasladadas. Dura realidad para quienes habitan el campo y viven de labores agrícolas, pero las ciudades resisten los embates del agua pues actuamos como interferencia geográfica.
Además, debemos oír a los antiguos, a quienes vivieron esas experiencias, para saber cómo superaron situaciones adversas. Vaya para la prensa un llamado a hacer estos recuerdos, a permitir que las personas mayores sean escuchadas entregando sus testimonios, que podrían parecer inoficiosos, más es allí donde radica la sabiduría. Como cuando en vez de grandes maquinarias, el ingeniero pide ayuda al Buscador de Napas. Demos espacio a esto, escuchemos a quienes tienen la experiencia. El autocuidado será la premisa para tiempos venideros. Aprender cual es la reacción de protección que debemos tener ante una tormenta eléctrica, la explosión de un volcán o la crecida de los ríos. Sin duda hemos acelerado el cambio climático, más si nuestra especie lleva alrededor de 200.000 años sobre la Tierra, sabremos sobreponernos. Pero si no actuamos previniendo, nada nos librará del exterminio.


Freddy Mora | Imprimir | 827