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martes 10 de diciembre del 2024
Opinión 28-11-2024
NOCHES DE BOHEMIA SANTIAGUINA
Jaime Gonzàlez Colville
Academia Chilena de la Historia
Sin cálculos de edad (aunque sea inevitable), paralelas a mis largas jornadas de trabajo en la Biblioteca Nacional, durante las noches, junto a dos queridos amigos, funcionarios de ese centro cultural, Justo Alarcón y Juan Camilo Lorca, o con mi primos Germán Olcay o Cristian Colville, (este último ya en la morada del Señor), hice una intensa vida bohemia, irrepetible en nuestros días.
A este grupo, especialmente cuando eran los anfitriones quienes tenían a su cargo la Oficina de Referencias de la Biblioteca Nacional, solía incorporarse Oreste Plath, figura ya venerable de las letras, y uno que otro funcionario de la Dibam.
Los destinos eran desiguales: a veces unas picadas que estaban por Independencia o Recoleta, donde se comía una deliciosa carne con verduras salteadas por bajísimos precios. Los más asiduos al licor de Baco, degustaban un tinto del valle de Casablanca y quienes sabíamos que al día siguiente nos aguardaban ocho horas frente a diarios o manuscritos, tratábamos de evitar la famosa “caña”.
El Santiago de los años sesenta y setenta era de calles seguras y tenía un placer inefable el recorrer las calzadas casi vacías, con uno u otro automóvil circulando.
La cosa se transformaba en fiesta cuando con mis primos íbamos al Teatro Picaresque, a la entrada de Recoleta, que ofrecía dos espectáculos: uno a las ocho y el último a las once de la noche. Aquí era difícil a veces encontrar entradas.
Ahí conocimos, en sus incipientes debut a Daniel Vilches, Eduardo Thompson, Chicho Azúa, Helvecia Viera, Los Morisquetos, Canuto Valencia, Jairo y otros cómicos que, algunos, se perdieron en la oscuridad del tiempo y los recuerdos.
El recinto del Picaresque, según nos decía Oreste, se construyó en 1933 y se denominó Teatro Princesa y se pensó dedicarlo a cultos espectáculos. Pero el destino (o las necesidades de sus dueños) dijeron otra cosa.
Detrás de este teatro existía un restaurante, “El Nocturno”, que era de un talquino que se instaló en el lugar a tentar suerte.
Después de la última función, público y artistas repletaban el lugar y el repertorio de chistes y tallas era superior al del teatro.
De ahí salió una noche el cómico Canuto Valencia, un actor de gran prestancia incluso para decir un garabato, y mientras se dirigía a su casa a la una de la madrugada, murió de un infarto en el microbús que tomó minutos antes.
El Picaresque cerró sus puertas, junto a la bohemia, tras los acontecimientos del 11 de septiembre, pero pudo reabrir hacia 1980 y allí vi las primeras imitaciones del General Pinochet y su particular voz. Se dice que el ex Mandatario hizo grabar una de estas funciones y, en lugar de tomar las medidas que todos suponían, se desternillaba de risa y lo hacía repetir regularmente e incluso pidió más filmaciones.
Eduardo Thompson (quien en realidad se llamaba Eduardo García Muñoz) y Guillermo Bruce, (quien me refirió que su familia paterna era de Constituciòn) en una presentación que hicieron en Villa Alegre en la década del 90, me relataron que Pinochet alguna vez sugirió a los organizadores del festival de Viña llevar este humor “tan chileno” a ese escenario. Pero alguien de la producción le observó, “Perdone mi General, ¿Pero qué sucederá cuando se les salga un garabato?”
En una de esas funciones surgió súbitamente como genial cómico Jorge Franco, conocido por su papel de “el náufrago” y cuyo nombre era Jorge Silva Campos. Sucede que la labor de Franco era la de acomodador del público, pero una noche, en uno de los festivos diálogos del escenario, entre Daniel Vilches, Azúa y otros comediantes, uno de ellos olvidó parte del libreto y Jorge Franco, desde abajo, gritó una respuesta espontánea y jocosa que hizo estallar una carcajada del público.
Jorge Franco, quien estuvo en un festival de Villa Alegre, nos refería que al día siguiente, el gerente del espectáculo lo llamó a su oficina y, cuando se suponía destinatario del sobre azul, fue elevado a la calidad de actor, empezando “esa misma noche”.
En el centro, calle Huérfanos, estaba el Bim Bam Bum, más culto y de figuras internacionales. En su puerta vi muchas noches al legendario cómico Manolo Gonzàlez, quien fue el primero en imitar al General Pinochet, (“he llegado hasta Tal Tal”) nada menos que en el Festival de Viña del Mar de 1978. Esta vez los directores del certamen censuraron toda la presentación, incluso para Latinoamérica, aun cuando un oficial que fue estrecho colaborador del Mandatario, me aseguró que él no dio orden alguna en ese sentido.
He pasado varias veces frente al teatro del ex Picaresque, hoy dedicado a otras actividades. Al Bim Bam Bum, ahora convertido en Banco. Creo ver las luces parpadeantes de la entrada y los caballeros de corbata y las damas muy elegantes, en la ventanilla de la entrada.
Otra época, otro Santiago, otras noches perdidas para siempre en el ayer.
Academia Chilena de la Historia
Sin cálculos de edad (aunque sea inevitable), paralelas a mis largas jornadas de trabajo en la Biblioteca Nacional, durante las noches, junto a dos queridos amigos, funcionarios de ese centro cultural, Justo Alarcón y Juan Camilo Lorca, o con mi primos Germán Olcay o Cristian Colville, (este último ya en la morada del Señor), hice una intensa vida bohemia, irrepetible en nuestros días.
A este grupo, especialmente cuando eran los anfitriones quienes tenían a su cargo la Oficina de Referencias de la Biblioteca Nacional, solía incorporarse Oreste Plath, figura ya venerable de las letras, y uno que otro funcionario de la Dibam.
Los destinos eran desiguales: a veces unas picadas que estaban por Independencia o Recoleta, donde se comía una deliciosa carne con verduras salteadas por bajísimos precios. Los más asiduos al licor de Baco, degustaban un tinto del valle de Casablanca y quienes sabíamos que al día siguiente nos aguardaban ocho horas frente a diarios o manuscritos, tratábamos de evitar la famosa “caña”.
El Santiago de los años sesenta y setenta era de calles seguras y tenía un placer inefable el recorrer las calzadas casi vacías, con uno u otro automóvil circulando.
La cosa se transformaba en fiesta cuando con mis primos íbamos al Teatro Picaresque, a la entrada de Recoleta, que ofrecía dos espectáculos: uno a las ocho y el último a las once de la noche. Aquí era difícil a veces encontrar entradas.
Ahí conocimos, en sus incipientes debut a Daniel Vilches, Eduardo Thompson, Chicho Azúa, Helvecia Viera, Los Morisquetos, Canuto Valencia, Jairo y otros cómicos que, algunos, se perdieron en la oscuridad del tiempo y los recuerdos.
El recinto del Picaresque, según nos decía Oreste, se construyó en 1933 y se denominó Teatro Princesa y se pensó dedicarlo a cultos espectáculos. Pero el destino (o las necesidades de sus dueños) dijeron otra cosa.
Detrás de este teatro existía un restaurante, “El Nocturno”, que era de un talquino que se instaló en el lugar a tentar suerte.
Después de la última función, público y artistas repletaban el lugar y el repertorio de chistes y tallas era superior al del teatro.
De ahí salió una noche el cómico Canuto Valencia, un actor de gran prestancia incluso para decir un garabato, y mientras se dirigía a su casa a la una de la madrugada, murió de un infarto en el microbús que tomó minutos antes.
El Picaresque cerró sus puertas, junto a la bohemia, tras los acontecimientos del 11 de septiembre, pero pudo reabrir hacia 1980 y allí vi las primeras imitaciones del General Pinochet y su particular voz. Se dice que el ex Mandatario hizo grabar una de estas funciones y, en lugar de tomar las medidas que todos suponían, se desternillaba de risa y lo hacía repetir regularmente e incluso pidió más filmaciones.
Eduardo Thompson (quien en realidad se llamaba Eduardo García Muñoz) y Guillermo Bruce, (quien me refirió que su familia paterna era de Constituciòn) en una presentación que hicieron en Villa Alegre en la década del 90, me relataron que Pinochet alguna vez sugirió a los organizadores del festival de Viña llevar este humor “tan chileno” a ese escenario. Pero alguien de la producción le observó, “Perdone mi General, ¿Pero qué sucederá cuando se les salga un garabato?”
En una de esas funciones surgió súbitamente como genial cómico Jorge Franco, conocido por su papel de “el náufrago” y cuyo nombre era Jorge Silva Campos. Sucede que la labor de Franco era la de acomodador del público, pero una noche, en uno de los festivos diálogos del escenario, entre Daniel Vilches, Azúa y otros comediantes, uno de ellos olvidó parte del libreto y Jorge Franco, desde abajo, gritó una respuesta espontánea y jocosa que hizo estallar una carcajada del público.
Jorge Franco, quien estuvo en un festival de Villa Alegre, nos refería que al día siguiente, el gerente del espectáculo lo llamó a su oficina y, cuando se suponía destinatario del sobre azul, fue elevado a la calidad de actor, empezando “esa misma noche”.
En el centro, calle Huérfanos, estaba el Bim Bam Bum, más culto y de figuras internacionales. En su puerta vi muchas noches al legendario cómico Manolo Gonzàlez, quien fue el primero en imitar al General Pinochet, (“he llegado hasta Tal Tal”) nada menos que en el Festival de Viña del Mar de 1978. Esta vez los directores del certamen censuraron toda la presentación, incluso para Latinoamérica, aun cuando un oficial que fue estrecho colaborador del Mandatario, me aseguró que él no dio orden alguna en ese sentido.
He pasado varias veces frente al teatro del ex Picaresque, hoy dedicado a otras actividades. Al Bim Bam Bum, ahora convertido en Banco. Creo ver las luces parpadeantes de la entrada y los caballeros de corbata y las damas muy elegantes, en la ventanilla de la entrada.
Otra época, otro Santiago, otras noches perdidas para siempre en el ayer.
Freddy Mora | Imprimir | 247