domingo 04 de mayo del 2025
El Diario del Maule Sur
FUNDADO EL 29 DE AGOSTO DE 1937
Hoy
Opinión 04-05-2025
Querido primo y amigo Sebastián Suazo San Martin (QEPD)
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Juan Mihovilovich


Te conocí físicamente el año 1969. Veníamos con mi familia desde Punta Arenas a radicarnos en Cauquenes, sitio al que mi padre, carabinero, fuera trasladado. Yo cursaba cuarto año de Comercial y en esa ciudad no existía un colegio equivalente. Entonces mi madre habló con su sobrina Elena y contigo para que me cobijaran y desde Longaví yo pudiera estudiar en el Politécnico de Linares. Fue un año y medio en tu parcela del Aysen, de levantadas temprano, caminatas a la carretera y subir al bus a diario. Jamás le cobraste un peso a mis viejos por mi estadía y eso enaltece tu gesto y el de mi prima. Pero fue apenas el comienzo.
Aprendí de ti cada día. Con mis 18 años a cuestas me llevaste al club Unión Longaví y compartíamos el fútbol semanal en cualquier villorrio cercano. O esos inolvidables partidos de basquetbol con familias rivales. En tu hogar conocí a tus padres, a tus hermanas y hermanos. Fui parte de tu familia y me sentía al cuidado temporal de tus hijos, Tupi, Toño y Papín, a quienes llevaba por turnos en mis hombros hasta la plaza del pueblo. La Chiri era una niña que se asomaba a la puerta y me despedía o recibía con una sonrisa y la Carola surgió de repente como si su venida al mundo fuera un premio merecido para ti y Elena.
Estos hechos contados al pasar parecen sin importancia, sucesos del diario acontecer. Sin embargo, reflejaban algo más: en el fondo y en la forma, la vida giraba en torno a tu presencia: tú eras “El Tronco” de la familia. Había en ti un halo de protección que se sentía en el aire, que abarcaba todos los espacios como si tu figura fuera una suerte de escudo invisible que impedía que la maldad entrara en las habitaciones de la casa.
Con el tiempo nuestras existencias siguieron su rumbo trazado por el destino, esa palabra que se asocia a la providencia, a Dios o las casualidades que nunca son tales. No obstante, nunca dejamos de comunicarnos. Yo te llamaba o pasaba de tarde en tarde a visitarte o tú me consultabas por algún trámite judicial o simplemente para saber cómo estábamos. Pero eso es un detalle más. Aprendí a conocerte más allá de mi estadía en tu hogar. Me hiciste ver que por encima de las discrepancias humanas había en ti una actitud de permanente encuentro hacia los demás. Es cierto que a veces tu apariencia de viejo roble intimidaba un poco, pero era apenas eso: un disfraz ocasional que encubría una bondad que excedía aquellas absurdas diferencias con que pretendemos colocarnos por encima del resto. En muy pocas personas, querido Sebastián, se encuentra lo que tu enseñabas sin proponértelo: una actitud correcta sin cálculos medidos, un poder de decisión ante la hipocresía habitual y esa aparente dureza exterior sobrepasada largamente por tu íntima bondad, la que te salía por los poros del cuerpo con una energía siempre nueva, ayudándonos a entender mejor las miserias del mundo.
Podría contar más de una anécdota de las que muchos que hoy te despiden, seguramente conocen y recuerdan. Es, al fin de cuentas, otro detalle. Has pasado por esta existencia fugaz dejando lo que pocos hombres dejan: una huella imperecedera que está en los genes de tu descendencia.
Fue un honor y una gracia terrenal y divina haber compartido un espacio contigo. Eso no muere y quienes supieron de ti hoy saben también que nunca estarás ausente: como dice la estampa familiar, “no te buscaremos en el olvido, sino dentro nuestro. Ahí nunca dejarás de estar con nosotros.”
Descansa en paz querido Sebastián.
Tu primo y amigo,
Longaví, mayo del 2025


Freddy Mora | Imprimir | 94