miércoles 07 de mayo del 2025
El Diario del Maule Sur
FUNDADO EL 29 DE AGOSTO DE 1937
Hoy
Opinión 07-05-2025
UN ENCUENTRO EN LA PALABRA
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Taller Literario de la
“AGRUPACIÓN CULTURAL GERMÁN MOURGUES BERNARD”

LA VOZ SIN VOZ
Antonia de María

Nadie sabía cómo era, pero a todos les caía mal. Tampoco sabían por qué. Si tenían que describirlo, todos hablaban de él de manera errática, contradictoria y sobre todo ambigua y sin embargo todos decían conocerlo.
De vez en cuando, en los días de lluvia, se le veía caminar entre los arbustos o en medio de la ciudad y entonces podía oírse el crepitar de las gotas sobre las hojas envejecidas del otoño o sobre la rudeza del pavimento o el silbido del viento entre los cables de la luz.
A veces, también, se le veía en la catedral, sobresaltado por el sollozo de algún culpable o el musitar de alguna súplica desesperada, pero no huía, solo se trasladaba al altar lateral donde está la Virgen del Maule y San José y allí se quedaba largo rato. A mí esos ruidos tienden a desesperarme, por eso lo seguía y lo acompañaba ¿o me acompañaba?
Otras veces, más elegante o intelectual, se le veía en más de alguna mesa de un café, solo, interrumpido por el ruidito de los pulgares sobre las teclas de los celulares de las pobladas mesas.
Es probable que su presencia incomodara a más de alguien. La gente siempre prefería ver hacia otro lado. Lo claro es que cada vez que él pasaba, los grillos se ponían a cantar.
Yo trataba de imaginarme donde vivía, se me ocurre que, en algún lugar oscuro de la ciudad, en algún borde cordillerano apartado del mundo o tal vez en algún convento o un monasterio de esos que ya no quedan. Imaginaba también que, en su casa, los relojes caminaban descalzos, las letras de los libros ejercitaban alguna danza sin música y los árboles practicaban yoga o tai-chi
A todos, como ya les dije, les caía mal, su presencia incomodaba a todos y todos le rehuían, aunque, como también ya les dije, ni ellos mismos sabían por qué. Por eso, un día, en el Consejo Comunal decidieron que ya era hora de hacerse cargo de él porque definitivamente era un problema.
¡Es una amenaza para la productividad! gritó el empresario don Timbre. ¡Una conspiración contra la alegría! añadió Doña Licuadora que, por lo que se sabe, había venido de alguna zona aledaña al Caribe. ¡Un antisocial peligroso! chilló la Tía Radio a todo volumen.
Entonces sucedió que fue citado al Consejo Comunal, que se reunía todos los martes, entre el zumbido de la señorita Aspiradora, tan hacendosa ella y el pito de doña Tetera, esa que se asustaba con la electricidad. Las micros quisieron asistir también, igual que los colectivos, pero ellos fumaban mucho y no quisieron dejar el vicio ni aunque fuera por un rato.
Hasta allí llegó él, como siempre y se impuso por su presencia. Entonces empezó la batahola, todos hablaban a un mismo tiempo, todos le exigían explicaciones, otros suspiraban de impaciencia. A diferencia de Kafka, él sabía por qué lo estaban procesando.
Doña Sirena de ambulancias, apoyada por doña Paila de los bomberos, muy colorada, vociferaba “Que hable más fuerte que no se escucha”, “Sí, Sí” repetía doña Paila, pero él todavía no había dicho nada. Solo estaba allí, escuchando a sus acusadores como Aquel que caminó al Calvario, su presencia era elocuente, las palabras sobraban, no había vacío ni resignación, ni impotencia. En realidad, no necesitaba defenderse porque él mismo era la voz de la verdad, eligió callar porque no necesitaba justificar su existencia, no era sumisión, era libertad. Aun así, en el Consejo, sus acusadores tenían razón, su sola actitud, su sola presencia, era subversiva.
¡Silencio! ordenó el presidente, don Martillo, dando un golpe que retumbó hasta en las ideas. Entonces él solo se acomodó el alma y los miró con una calma que hizo temblar a don Parlante.
En ese instante, por alguna razón inexplicable, acaso tal vez, divina, todos los asistentes al Consejo, que era casi toda la ciudad, callaron. Por cinco segundos.
Y en esos cinco segundos, uno de los asistentes se dio cuenta de que estaba respirando. Otro se dio cuenta de que le latía el corazón. Una tercera descubrió que tenía pensamientos propios. El cuarto se echó a llorar. Pero todos y cada uno de los presentes empezaron a escuchar las voces de sus pensamientos, a unos les hablaban de injusticia, a otros de egoísmo, a un tercero de celos y envidias, a los más les gritaba su pasado y otros pocos escucharon al miedo que les hablaba del porvenir. Y comenzaron a llorar, al principio casi de forma inaudible y luego con sollozos y quejidos.
Así pues, don Silencio tomó su bastón, su sombrero y su abrigo, invisibles por supuesto y se retiró del Consejo y de la ciudad, más convencido aun de porqué la gente no lo quiere.
Y por si tú no lo habías notado, la gente no lo quiere porque les recuerda su propia existencia.

Freddy Mora | Imprimir | 140