jueves 02 de mayo del 2024
El Diario del Maule Sur
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Hoy
Opinión 05-12-2023
UN ENCUENTRO EN LA PALABRA: Taller Literario de la “AGRUPACIÓN CULTURAL GERMÁN MOURGUES BERNARD”.

LA VENUS DE MILO VIVÍA EN NUESTRA CALLE
Gabriela Mourgues

Vivía tan cerca y nunca la habíamos visto. Su piel de mármol y ese peinado sencillo y rizado nunca nos llamaron la atención. No teníamos ninguna pista para reconocerla, demasiado ignorantes para saber de ella. Ahora todos hemos escuchado alguna vez o leído el nombre de esa obra de arte famosa, que nosotros, pequeños todavía, no conocíamos. Y nunca, nunca, jamás, se nos habría ocurrido que estaba tan cerca.
Pero tuvimos la fortuna de que nuestro padre nos había comprado unas revistas de arte; ahí la encontramos. Y la reconocimos. En una de sus páginas estaba ella, nuestra vecina de la esquina. Y desde entonces, por lo menos para nosotros y en el ambiente íntimo de nuestra convivencia infantil, perdió el anonimato para siempre.
Era alta, no los dos metros once centímetros de la célebre escultura, pero sí bastante más que su marido, un señor enérgico, bajo y musculoso, de paso rápido, que era propietario de una pequeña carnicería, hombre muy honorable y decente, igual que su discreta cónyuge.
Pero al menos ante nosotros, ella ya no podía disimular su nobleza interior pues su caminar de escultura la delataba. Y advertimos que su rostro trasuntaba plenamente esa dignidad, esa paz, ese misterio distante y sutil que los estudiosos le han asignado.
Su perfecto perfil griego era tan semejante a la estatua que tal vez por una carambola del tiempo y del destino, se convirtió en la representación viviente de los ensueños de ese antiguo escultor. O tal vez en una perfecta reencarnación del modelo de esa obra, porque aquí, en este Linares por aquel tiempo tan alejado del ajetreado mundo de la capital, en la calle Yerbas Buenas, vivía ella. Tan distante de la antigua Grecia como nuestro jardín de la luna.
Vivió ajena totalmente a las múltiples controversias que se suscitaron en torno a su célebre efigie; quién fue su autor, si tenía brazos o no, la disputa entre turcos y franceses por su posesión. Absolutamente independiente a todo eso, vivió su belleza en la elegancia natural de una completa inocencia; compraba en el almacén, barría la vereda, tendía la ropa y cuidaba de su familia como todas las señoras del barrio.
Por bastante tiempo disfrutamos de poder atisbar su presencia compartiendo un secreto que sólo nosotros, niños curiosos, en ese círculo escondido de la intimidad familiar, compartíamos.
Pero era inevitable; así como el tiempo nos distanció de esa infancia protegida y feliz, ella también nos abandonó. Cuando su marido ganó un premio de lotería se alejaron del barrio para vivir en el campo. Y después de varios años, pasaron a saludar a sus antiguos vecinos. Con naturalidad contaron de su nueva vida en la tranquilidad rural, trabajando entre flores, lechugas y tomates.
Por lo que sé, ella nunca adivinó que era el retrato vivo de esa representación de la diosa griega. De una famosa estatua del Museo de Louvre en Francia, mármol que un experto y casi desconocido artista Alexandros de Antioquía esculpió dándole vida eterna hace más de dos mil años, tal vez cien o doscientos años antes de Cristo.


Freddy Mora | Imprimir | 662