Hoy
viernes 24 de enero del 2025
Opinión 31-07-2024
UN ENCUENTRO EN LA PALABRA Taller Literario de la “AGRUPACIÓN CULTURAL GERMÁN MOURGUES BERNARD”
EL POSTULANTE
Antonia de María
La Yasna tiene malos hábitos. Lo digo porque es feliz en su matrimonio, con sus hijos, un circo pobre, bien montado, donde ella es además, el señor Corales. A veces no sé cómo la soporto. Y tiene, entre otros, el mal hábito de creer que todos los que no tienen lo que ella sí, son desgraciados. Ahora le dio por buscarme un novio. Pienso que tengo que quererla mucho para soportarla. Lo que no me queda claro es si busca una novia para el amigo de su marido o está efectivamente pensando en mí.
No digo que no sea amable o que no tenga ciertos atributos, pero esa pregunta directa del postulante propuesto por la Yasna, “¿tienes pareja? Porque estoy buscando una mujer” me pareció a lo menos desatinada, ¿buscaba satisfacer una necesidad propia o compartir su tiempo con alguien? La Yasna no entendió estos argumentos y yo no sé por qué le hago caso.
El postulante, buscador de mujer, quiso que fuéramos todos a la playa a una cabaña que él tiene en Pellines. Supongo que la Yasna le habrá advertido de mis condiciones para iniciar una relación y le habrá sugerido la tarea previa de la seducción. Yasna y su familia en un auto y el prometedor postulante me llevaba en el suyo. Yo lo miraba de reojo, no era mal parecido y estaba haciendo un verdadero esfuerzo.
Mientras viajábamos, sentía los oídos como aquella vez en que se me ocurrió ir a Mendoza en bus. De eso hace ya varios años. Usaba el cabello extremadamente liso y por supuesto fuera de época. Con hartos kilos menos, parecía que todo mi cuerpo quería escaparse por mis oídos. Quería un viaje largo, pausado, meditado, sin bullicio, sin estrés. En ese tiempo ya sentía esa tremenda irritabilidad casi corporal que me hacía odiar todo lo que me rodeaba, sobre todo los seres humanos. Ahora me había vuelto irascible, podía soportar el frío, el calor, el cansancio, incluso el hambre o la sed, pero no era capaz de soportar ciertos ruidos y tenía la idea de que los hacían solo para hacerme daño. Por eso no se me ocurrió nada mejor que conectar el pendrive con música de mi agrado, algo de Brahms, Musórgsky, Ravel.
No sé si por agradarme o por empatizar, el postulante empezó a tararear el Bolero de Ravel y a golpetear el volante al ritmo de la música. Empecé a perturbarme de una manera inexplicable. El movimiento casi imperceptible de sus labios, el simple sonido de su respiración, el ruido del aire acondicionado, cada uno de esos sonidos me generaron una oleada de emociones intensas y abrumadoras, no solo eran molestos; me hacían sentir una ira descontrolada, ¿por qué simplemente no me dejó escuchar la música? ¿Por qué tenía que hacerse notar? Una ansiedad paralizante, y a ratos, una tristeza tan profunda se me imaginaban la causa de una tentación criminal. Sentí mi corazón acelerado, mi rostro empezó a evidenciar el brillo del sudor y entonces el aire se enrareció, el paisaje empezó a desvanecerse y yo creí que mi cuerpo se me saldría por los oídos. Lo único que escuchaba era el siseo de su murmuración y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano, un acto de heroísmo, para no gritarle que se callara o peor aún para no golpearlo. Una batalla mental de la que mi compañero de viaje parece no darse cuenta.
Llegamos por fin. Bajé abruptamente del auto, sintiendo las miradas curiosas de los demás como lapas en mi espalda. Me encerré en el baño y dejé que las lágrimas fluyeran libremente. ¿Por qué era tan difícil? ¿Por qué no podía simplemente ser normal como todos los demás?
Después y sin importarme ya nada, dormí, nadie me despertó. Durante mi letargo, el postulante también había desaparecido, creo que fue a Talca. Yasna me miraba duramente, pero no me dijo nada, si me hubiera repetido la famosa cantata de “la vejez es dura en soledad” yo la habría matado; me sentía feliz de haberle enseñado a que no se metiera con mi vida sentimental.
Me hice un café y me senté a fumar un cigarro en la terraza, la vista del océano, la perfecta sinfonía entre los grises y los azules del paisaje, con profundas notas de terracota y verde, aquietaron mi alma. El vaivén de las olas y el sonido del silencio no me permitieron darme cuenta que el postulante estaba mirándome con una sonrisa llena de ternura. “Conozco los síntomas”, me dijo cuando lo vi. “La gente se acostumbra a vivir así, igual prueba esto” y me pasa un audífono. Yo no digo nada, me dejo hacer. “Es un audífono con ruido blanco, ayuda con la misofonía. Mi madre la tuvo”.
Hoy me desperté con la Yasna invadiendo mi pieza y esa sonrisa enorme que tiene. Los recuerdos de esos días en la playa me los repite a cada rato, tal vez para que yo no olvide que este día y el resto de mi vida se lo debo a ella, mi salvadora, pienso casi con desprecio. Hay gente que siempre está esperando gratitud. Y ya lo tiene todo organizado.
Hoy me caso con el postulante.
Freddy Mora | Imprimir | 288
Otras noticias
La paradoja de la innovación abierta: grandes ideas, poca ejecución
Declaración por el fallecimiento de Ricardo Ariztía de Castro
Influenza aviar un viejo conocido para estar alerta
Información en temas de salud: ¿cómo saber cuándo es confiable?
Pago de Patentes Comerciales 2025: paso clave para las Pymes