sábado 27 de julio del 2024
El Diario del Maule Sur
FUNDADO EL 29 DE AGOSTO DE 1937
Hoy
Cultura 27-02-2024
UN ENCUENTRO EN LA PALABRA Taller Literario de la “AGRUPACIÓN CULTURAL GERMÁN MOURGUES BERNARD”
LA ÚLTIMA CENA
Antonia de María

¿Han notado los majestuosos paisajes del atardecer? Pareciera que todos los colores sobrantes de las paletas de todos los pintores famosos de la historia hubiesen acordado desparramarse con ayuda del viento, entre los árboles, el cielo y la tierra para luego dormirse mientras el día se apaga. Incluso los matices de grises tienen entre sus recodos unos finos rayos de luz que le dan vida a las partículas de polvo en suspensión. La cordillera se vuelve ruborosa y coqueta cuando el sol que va pasando, tiene la osadía de mirar hacia atrás. El aire es tibio, el calor se va volviendo más humano, el horizonte se llena de naranjas y lilas y rosas. Yo salí tarde del trabajo, mañana empezaran mis vacaciones.
Con el cuerpo aun húmedo por el calor de la tarde, camino por la Alameda pensando a dónde ir, me compro un jugo donde los colombianos y casi me tiento con un pollo krispy y papas fritas porque tenía hambre, pero el sueldo lo pagaran dentro de la otra semana y debo ser prudente. Este también podría ser mi último año de trabajo. He notado ciertos dolores lumbares y fatigas embrionarias y clandestinas que se están entreverando en mi cabeza y que a veces logran borrar mi buena predisposición.
Ahí, sentada frente al carrito de los colombianos, me bebo mi jugo de maracuyá, espeso y muy frío, podría dolerme la frente como cuando era niña así es que lo bebo muy lentamente. La gente pasa y se sustituye una tras otra delante de mis ojos. Algunos predicadores evangélicos que cantan alegremente y llenos de esperanza, me traen a la memoria algunos chistes y memes y sonrío. Pasan unos niños velozmente sobre unos skates, trayéndome un poco de realidad. Trato de no pensar. El bullicio de la ciudad ha disminuido, no sé si por el calor o las vacaciones y de vez en cuando algunos jóvenes con mochilas grandes y pesadas sobre la espalda piden con educación algunas monedas. Festivales de verano, con artistas de incipiente calidad acompañan a los que no han salido fuera de la ciudad en esta época del año. Pienso que no es mucha la diferencia con otras épocas del año. Con el frío y las lluvias la gente se acurruca en sus casas y los niños se acuestan temprano.
He terminado mi jugo. Miro hacia el cielo y veo las estrellas y las copas de los árboles y pienso que este año los incendios forestales nos dieron una tregua. Doy las gracias, me levanto y camino, sin querer, cabizbaja. Ya casi no veo, la soledad a veces se vuelve impertinente y quiere hacer un berrinche asomándose primero por la garganta como una pequeña picazón y luego se va a chapotear justo en los ojos.
Siempre en los inviernos tomo un curso de algo. Cursos de liderazgo, relaciones humanas, contabilidad básica, lenguaje de señas, computación, lo que sea que se vea interesante. No lo había notado hasta ahora. No hay muchos cursos de verano. Intenté por cinco años aprender a nadar, tomé los tres cursos de natación en el estadio y jamás pasé de la fila inicial, no fui capaz de desprenderme del tallarín. Después vino la pandemia, si no lo habría seguido intentando…
Así como iba, absorta en mis pensamientos, casi al llegar a mi casa, un joven, alegre, chispeante me habla muy cerca y me asusta. Su acento y las noticias no son sus mejores atributos y me pide monedas o algo de comer. No le escuché bien. Yo me fastidio y le respondo algo irritada “ando en las mismas” “ya”, me responde y se aleja, avanza unos veinte metros, pide algo en una casa y yo paso por su lado, cabizbaja, preguntándome porqué le respondí así, no pensé en la respuesta, no era algo que quería decir y no lo digo por el contenido “ando en las mismas” ¿ando en las mismas? ¿Ando mendigando? Entonces me alcanza, me toma del brazo un rulo le cae por sobre la frente y sus dientes blancos y parejos se muestran en plenitud. “Tengo pan y tomate” me dice “y una botella con agua”. Las lágrimas, insolentes y rebeldes avanzan como en estampida. La soledad mía no es estacional. Es crónica. Ya no pienso nada más. Nos sentamos en el bordillo de la vereda y con habilidad y sin herramientas abre el pan y divide el tomate en dos, con sus dedos, poniendo un trozo de tomate en cada trozo de pan. Nos contamos historias, nos reímos, hablamos de ilegalidades y nos seguimos riendo. Se va con miedo a dejarme sola, yo espero a que desaparezca por la calle hacia arriba. El atardecer, con sus colores de fuego y rocío también se había ido. Tal vez Jesús, vestido de migrante, quiso compartir su cena conmigo esta noche.
Freddy Mora | Imprimir | 505