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viernes 22 de agosto del 2025
Deportes 22-08-2025
Violencia en el fútbol: lejos de ser novedad, el desastre debe ser llamado por su nombre

Frano Giakoni, director de la carrera de Entrenador Deportivo UNAB.
La Copa Sudamericana se convirtió en trágica realidad en el Estadio Libertadores de América. Lo que debía ser un partido atrapante entre Independiente y Universidad de Chile terminó en una pesadilla: hinchas de la U atacados con palos y escombros lanzados, inundaron las gradas de Avellaneda. Más de 300 chilenos detenidos. Al menos 10 heridos graves, uno en estado crítico. Y un quiebre: el partido fue suspendido definitivamente.
Este episodio no es aislado, sino una manifestación extrema de un problema que atraviesa el fútbol hace décadas. Solo en Argentina (cuna de algunas de las hinchadas más reconocidas del continente), se han registrado al menos 271 muertes vinculadas al fútbol desde los años 20, y más de 220 solo desde 1983. Las barras bravas, vacío llenado por violencia organizada, han sido parte activa de esta escalada, alimentando rivalidades, controlando territorios y, en algunos casos, influenciando decisiones políticas, sociales y deportivas.
El fútbol, con su fuerza cultural e identidad comunitaria, ha sido rehén de estructuras sectarias muchas veces violentas. En los años 90, entrenadores renunciaban ante amenazas, hinchas eran heridos o asesinados (y muchos de los responsables quedaron impunes). Estos grupos, nacidos en la lógica de “aguante”, se convirtieron en redes criminales que trascienden las fronteras del estadio.
La violencia en Avellaneda, con imágenes estremecedoras: hinchas arrastrados, golpeados, yaciendo en el suelo, exige una respuesta radical: seguridad efectiva, sanciones ejemplares, transformación cultural. No basta con prohibir, sino que hay que construir. Reconocer que el fútbol legítimamente apasiona, pero no justifica que se mate, se ultraje o se destruya.
Este fue un llamado de atención brutal: si no tomamos medidas ahora, el fútbol deja de ser espectáculo para convertirse en tragedia. El deporte, que debería ser camino, colaboración y enseñanza, corre el riesgo de convertirse en guerra. Y eso, como sociedad, no podemos permitirlo.
La Copa Sudamericana se convirtió en trágica realidad en el Estadio Libertadores de América. Lo que debía ser un partido atrapante entre Independiente y Universidad de Chile terminó en una pesadilla: hinchas de la U atacados con palos y escombros lanzados, inundaron las gradas de Avellaneda. Más de 300 chilenos detenidos. Al menos 10 heridos graves, uno en estado crítico. Y un quiebre: el partido fue suspendido definitivamente.
Este episodio no es aislado, sino una manifestación extrema de un problema que atraviesa el fútbol hace décadas. Solo en Argentina (cuna de algunas de las hinchadas más reconocidas del continente), se han registrado al menos 271 muertes vinculadas al fútbol desde los años 20, y más de 220 solo desde 1983. Las barras bravas, vacío llenado por violencia organizada, han sido parte activa de esta escalada, alimentando rivalidades, controlando territorios y, en algunos casos, influenciando decisiones políticas, sociales y deportivas.
El fútbol, con su fuerza cultural e identidad comunitaria, ha sido rehén de estructuras sectarias muchas veces violentas. En los años 90, entrenadores renunciaban ante amenazas, hinchas eran heridos o asesinados (y muchos de los responsables quedaron impunes). Estos grupos, nacidos en la lógica de “aguante”, se convirtieron en redes criminales que trascienden las fronteras del estadio.
La violencia en Avellaneda, con imágenes estremecedoras: hinchas arrastrados, golpeados, yaciendo en el suelo, exige una respuesta radical: seguridad efectiva, sanciones ejemplares, transformación cultural. No basta con prohibir, sino que hay que construir. Reconocer que el fútbol legítimamente apasiona, pero no justifica que se mate, se ultraje o se destruya.
Este fue un llamado de atención brutal: si no tomamos medidas ahora, el fútbol deja de ser espectáculo para convertirse en tragedia. El deporte, que debería ser camino, colaboración y enseñanza, corre el riesgo de convertirse en guerra. Y eso, como sociedad, no podemos permitirlo.
Freddy Mora | Imprimir | 52
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